Estreno teatral
Un sueño memorable
Pimenta firma una gran versión del clásico calderoniano
Los grandes textos a menudo hacen grandes a los montajes, pero el camino es de ida y vuelta y también un gran montaje puede realzar a un clásico, situándolo en el lugar que merece ocupar y erigiéndose como un pedestal de carne e ideas para sus versos. Que Helena Pimenta haya elegido «La vida es sueño» como su primer estreno al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico era hasta ayer una declaración de intenciones arriesgada, pues un corolario al principio expuesto es que los grandes textos conducen también a las mayores caídas. Tras el estreno, el viernes, en Almagro, Pimenta puede ya presumir de haber firmado un espectáculo memorable, una producción poderosa que sortea la adversidad de los tiempos con una sobriedad disfrazada de impacto: su viaje a la Europa del XVII se cifra en la imponente escenografía de Alejandro Andújar y Esmeralda Díaz, que convierte corte y mazmorra en un único espacio en listones de maderas apagadas. Vacía, operística, majestuosa, la caja escénica queda convertida en un gran salón palaciego de la Europa de los Urales o de las cortes escandinavas, con la austeridad del espíritu de los Austrias, pero luminosa gracias al sobresaliente trabajo de Cornejo en los focos. Un lugar de cadenas que bajan del cielo para arrastrar a Segismundo a su destino. Esa conexión con los materiales orgánicos acerca a esta producción más a «La dama boba» de Pimenta que a otros montajes de «La vida es sueño», con los que nada tiene que ver éste, tan alejado de la esencialidad brutal del de Bieito. Y, más que en lo anterior, su marca aparece en un buen trabajo actoral, casi coreográfico, y un decir del verso fluido, que en la Compañía es por fortuna una realidad desde hace tiempo, como el hermoso trabajo musical y un cuarteto en vivo. El vestuario imperial y, sobre todo, las largas y lisas melenas de rey y cortesanos, encuentran un referente histórico en la corte de Carlos II, ofreciendo una lectura siniestra y original del reino polaco que cuadra en las luchas de poder de Astolfo y Estrella –muy bien Rafa Castejón y Pepa Pedroche– o el servilismo de Clotaldo, encarnado con empaque por Fernando Sansegundo.
Desde el respeto
Así, cuando el continente emociona, el contenido cobra todo su sentido ayudado por una versión limpia y asequible, desde el respeto, que firma Juan Mayorga. Y entonces ocurre la conexión y el clásico explica el signo de los tiempos: Basilio –casi cuesta hablar bien de Joaquín Notario, el actor que siempre está bien– nos recuerda el clamor por buenos gobernantes en un comienzo de siglo marcado por crisis y abusos. Lleno de ira por una vida encerrado sin sentido, se entiende que Calderón, mientras nos habla de la fragilidad del suelo que pisamos, le ofrezca una segunda oportunidad a Segismundo en ese ir y venir entre la gloria y las cloacas. Estados por los que atraviesa un gran «actor» llamado Blanca Portillo, al que en una época dieron papeles femeninos, como los onnagata, pero que ha resuelto derribar todo prejuicio. Tras su Hamlet superlativo en un desafortunado montaje, se reafirma aquí en cada verso y cada gesto se reafirma aquí como una de las grandes actrices que tenemos. La Rosaura vital y fuerte de Marta Poveda y el gracioso Clarín de David Lorente merecen también elogios, como el resto de una compañía sin fisuras.
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