Bruselas
El humo negro
Como le dice Jack Shepard a Desmond Hume en el capítulo final de «Lost», «what happened, happened». Lo que sucedió, sucedió. No se puede cambiar lo que ya ha ocurrido. Este lunes pasó que el Gobierno arrojó una porción más de su mermada credibilidad al fondo del pozo. «Son unos chapuceros», me dijo, dolida, una compañera que aún confía en que Zapatero reencuentre el camino. La noticia, ese día, fue la publicación en el BOE de una parte del decreto-ley aprobado por el Consejo de Ministros que, hasta entonces, había permanecido en sombra: la prohibición de que los ayuntamientos soliciten créditos de duración superior a un año. La información estuvo colgada en los diarios digitales desde primera hora. Fue apertura de numerosos espacios informativos durante toda la jornada. En «Noticias Mediodía» de Onda Cero, Elena Gijón entrevistó al presidente de la Federación Española de Municipios. «¿Estaba usted al tanto de esta medida?», le preguntó a Pedro Castro. «Sí, bueno, lo importante es que el Gobierno gestione y la oposición le preste apoyo», fue su respuesta. A por uvas, vaya. Por la noche escuchamos la reacción airada de vocales de IU y el PP en la misma Federación, perplejos por la forma de actuar del Gobierno e indignados por el cerrojazo financiero a los municipios. Varios ayuntamientos de comunidades diversas celebraron plenos urgentes para aprobar solicitudes de créditos y sortear, así, la inminente fecha de caducidad impuesta por el Gobierno. Ni un ministro, ni un secretario de Estado asomó la cabeza en todo el día para aclarar, o desmentir, nada. Un contertulio ironizó en «La Brújula»: «No descartemos que, mañana, Zapatero desautorice al BOE y, una vez más, recule». Acogimos la frase como una broma. Doce horas después, con la noticia del grifo municipal en todas las primeras páginas, el Gobierno informó de que era errónea la información recogida en el BOE. ¡Bingo! Otra rectificación al canto. Uno entiende que el Gobierno anda con la moral más hundida que la isla de «Perdidos», pero es obligado preguntarse si es consciente de las cosas que aprueba en Consejo de Ministros. ¿Nadie fue capaz, en todo un día, de salir al paso de la bola de nieve municipal? ¿No hubo un solo alto cargo que detectara a tiempo la pifia? Al papelón que hicimos en Bruselas al tachar aquel párrafo que defendía retrasar la jubilación, al papelón de la ministra Salgado corrigiendo el tiro del impuesto nonato para ricos, al descrédito del ministro Corbacho en su ultimátum semanal a patronal y sindicatos (lleva así un año), se une ahora este nuevo baile de San Vito. Esto no son «las circunstancias que cambian», como dice el presidente. Esto es un desconcierto permanente que devalúa la palabra del Gobierno y el predicamento de quien dirige ese equipo. ¿En qué curva del camino perdió el Gobierno la seriedad que se le supone a su labor ejecutiva? Si Zapatero fuera fan de «Lost» sabría, a estas alturas, que el mayor enemigo de la luz es el descontrolado humo negro. No se extrañe si le empiezan a llamar «Smokey».
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