Barcelona
La historia según Garzón por José María Marco
A ninguna nación, y menos aún a una nación tan importante como España, le resulta fácil la tarea de tratar con los recuerdos y la historia. En muchos aspectos, sin embargo, los españoles éramos ejemplares. Los crímenes cometidos durante la Segunda República, la Guerra y la posguerra habían sido dejados atrás y perdonados por nuestros compatriotas –nuestras propias familias– ya desde los años 40. Lo mismo hicieron el resto de los europeos, y aquel trabajo moral de reconciliación y de perdón dio pie a la Europa moderna y luego a las instituciones de la actual Unión Europea. En España acabó sirviendo de cimiento para la Transición, que cerró en lo legal y en lo político lo que en la realidad estaba ya más que cerrado. Con una generosidad sin límites para los asesinos etarras, por cierto.
No todo estaba terminado. Había cuestiones sin solucionar, como la de las fosas, y actitudes, como la de una parte de la izquierda, que no presagiaban nada bueno. Así llegó la Ley de Memoria Histórica y el movimiento de revisión que la acompañó. Se ha dicho que trataba de acabar con los consensos de la Transición. Antes de eso, necesitaba negar el trabajo de reconciliación realizado por los españoles entre 1940 y 1970. No había habido tal, según los promotores de la Memoria Histórica, y todo –como en el viejo relato marxista– era simple ideología destinada a reprimir la verdadera historia: la Memoria, que ahora podía brotar sin falsificaciones. A partir de ahí, se podía reinterpretar la Transición como la continuación del franquismo. Y hecho esto, se procedería a fundar una nueva Nación española, esta vez depurada, de donde estuviera excluido del poder- todo aquel que discrepara de los principios de esa España nueva. La reaparición de la bandera republicana resume el proyecto.
Era difícil que Baltasar Garzón se resistiera a participar en una maniobra de esta naturaleza. Después de la Comuna de París, los republicanos franceses se hicieron conservadores. Después de la Semana Trágica de 1909, en Barcelona, la izquierda española utilizó los crímenes de aquellos días para darse un baño de demagogia y presionar ante la opinión pública española, contribuyendo a resucitar fuera la idea de una España inquisitorial, encerrada en la superstición y el atraso: el arquetipo al que responde el «franquismo» ya estaba por entonces en circulación.
Garzón no hizo más que adaptarlo a su tiempo. Adelantaba una posición personal en el extranjero con la difusión de una imagen siniestra de nuestro país… imagen que sabía falsa, como demostró la distinta posición que adoptó según se tratara de juzgar el «franquismo» o a Carrillo. Los tribunales dirán si todo esto constituye una falta o un delito, como ya ha ocurrido en el caso Gürtel. En cuanto a la dimensión histórica y política, los hechos están más que sentenciados.
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