Pekín
Al Qaida amenaza a los intereses de China en África
KASGHAR (XINJIANG)- China podría haber despertado la bestia del fundamentalismo islámico. Varios exponentes «yihadistas» han colocado a Pekín en su punto de mira en los últimos días, en reacción a los disturbios registrados en la región de Xinjiang la semana pasada, a los que sucedió una contundente represión policial. De Indonesia a Turquía, por el orbe musulmán se ha vuelto a invocar esta semana la «guerra santa», en manifestaciones «anti-chinas» convocadas en su mayoría por grupos religiosos. Parece que después de largos años de indiferencia, el islamismo cierra ahora filas en torno a la minoría uigur, pueblo de origen turcomano que se siente oprimido por el dominio chino. Incluso Al Qaida habría rectificado su tradicional política de no confrontación con el gigante asiático.
Según un informe de la Inteligencia británica que se hizo público ayer, la organización de Ben Laden habría dado orden de atacar los intereses económicos chinos en África, utilizando las ramas argelinas y marroquíes, el llamado «Al Qaida en el Magreb». Desde Pekín se ha reaccionado con precaución, emitiendo un comunicado que apela a la comunidad musulmana mundial a «no entender los disturbios como un conflicto de religiones», al tiempo que se anuncian «esfuerzos para garantizar la seguridad de ciudadanos e instituciones chinas en el extranjero». Aunque sólo ahora empieza a percibirse como tal en el resto del mundo, en las calles de Kasghar hace mucho tiempo que China dejó de ser considerada una «casa del pacto» («dar al-sulh») para pasar a ser una «casa de la guerra» («dar al-harb»), un lugar comparable a Afganistán, Chechenia o Palestina, en el que los musulmanes no pueden vivir según sus propias leyes.
Capital de la Ruta de la SedaEsta ciudad de cerca de medio millón de habitantes, localizada cerca de la frontera con Pakistán y Afganistán, es el epicentro de la cultura uigur, una de las antiguas capitales de la Ruta de la Seda y una de las joyas de Asia Central. El Gobierno chino ha hecho todo lo posible estos días para que el polvorín étnico que estalló en la capital de la región, Urumqi, no se extienda hasta aquí, donde los musulmanes superan el 75 por ciento de la población y donde los contrastes culturales son atronadores: frente a los neones de las casas de masaje propias de cualquier ciudad china circulan musulmanas cubiertas de la cabeza a los pies, sin mostrar ni siquiera sus ojos.
Y aunque todavía no ha habido protestas masivas, el Ejército ha tomado Kasghar y prohibido las aglomeraciones: limitando los actos religiosos y los medievales mercados de animales vivos. El Gobierno ha incrementado la censura informativa (entre otras cosas expulsando a varios periodistas extranjeros) y ha enviado desde Pekín a las principales autoridades policiales para estudiar de cerca la situación. Parece que el gigante asiático tiene motivos para desconfiar de la ciudad más occidental de su «imperio». Aquí se produjo el último atentado de envergadura, en el que murieron 16 policías en la víspera de los Juegos Olímpicos del año pasado. Y aquí el rencor está a flor de piel. «China es como la Alemania de Hitler», susurra un vendedor del Gran Bazar.
De espaldas al viejo barrio musulmán se levanta una gigantesca estatua de Mao a la que han añadido en las últimas semanas un nuevo letrero con propaganda. «Dice que la estatua es el símbolo de la convivencia, pero para nosotros es el símbolo de la dominación», se queja un estudiante universitario. Posición religiosa «moderada» Los uigures practican la rama sunita del Islam y los expertos siempre han considerado su posición religiosa como «moderada», una opinión que, al menos en Kasghar, quizá deberían revisar. «El terrorismo es un error, pero queremos una república islámica como Arabia Saudí, en la que las mujeres no puedan montar en bicicleta», sostienen dos jóvenes con estudios universitarios.
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