Presentación
De aquí a la eternidad por la gracia de Conthe
El tiempo, esa forma a priori de la sensibilidad interna que definió Emmanuel Kant, no pasa en balde para nadie, pero a algunos les cuesta bastante más reconocerlo. Francisco González ha sido el primero en abrir la veda de una nueva temporada de cambios estatutarios en las grandes sociedades cotizadas que tienen por objeto retrasar ad eternum la jubilación de sus principales dirigentes y demás beneficiarios de consejos de administración. Aunque pueda resultar paradójico dadas las acometidas del Gobierno socialista con el BBVA, esta vez el presidente de la segunda entidad financiera del país ha seguido al dedillo las indicaciones del ministro de Trabajo, Jesús Caldera, quien no hace mucho saltó al ruedo para postular una ampliación de la vida laboral desde los 65 a los 70 años de edad.
Entre ambos planteamientos existe una pequeña diferencia, claro está, y es que el Gobierno, de momento y que se sepa, sólo ha esbozado la reforma como una alternativa voluntaria por parte del trabajador, mientras que el presidente del BBVA se ha impuesto otros cinco años de «curro» con carácter obligatorio. La gran diferencia estriba en que la Seguridad Social no ha salido de pobre y el premio para los que afronten el desafío de morir con las botas puestas se reduce a un raquítico 15% de bonificación en la pensión de jubilación. A FG, en cambio, su postrero esfuerzo le va a permitir salir por la puerta grande con algo más de un «corcóstegui» bajo el brazo, entendiendo por tal la unidad de medida, 107 millones de euros, que cobró el antiguo consejero delegado del Banco Santander cuando rubricó con Botín su definitiva separación de bienes.
Los últimos minutos de Legislatura, con poco gobierno y muchas promesas, representan una ventana de oportunidad que los grandes empresarios suelen aprovechar habitualmente para planificar su futuro sin la presión de los poderes públicos. La iniciativa de prorrogar el mandato de FG fue madurada con todo sigilo en la planta noble de la Torre Azca hace meses, pero ha sido justo ahora cuando el BBVA ha anunciado la buena nueva, abriendo los ojos de otros colegas de postín que se disponen igualmente a modificar de cabo a rabo los reglamentos de sus respectivos órganos supremos de dirección. A César Alierta le ha faltado tiempo para blindar su futuro en Telefónica invocando además sin ningún pudor las nuevas recomendaciones en materia de buen gobierno corporativo. Se da la circunstancia de que el célebre Código Conthe no establece ninguna restricción por razones de edad, lo que viene al pelo como justificación para suprimir de un plumazo la limitación a los 65 años impuesta en su día por un juvenil Juan Villalonga para el presidente y demás consejeros ejecutivos de la operadora.
El máximo responsable de Telefónica ha ido acomodando el organigrama de dirección en la casa en busca de una vida más tranquila, pero eso no significa que Alierta vaya a replegarse como muchos pretenden con un plan de sucesión para dejar la compañía en un par de años. El nombramiento de Javier de Paz como consejero ha dado pábulo a las más jugosas intrigas pero lo único cierto es que el enviado de Zapatero sólo ha sido el contrapeso de una coartada genial que ha permitido rescatar para la causa a ese amigo del alma que es Manuel Pizarro. Ahí es donde Alierta ha superado su particular Rubicón, demostrando que sigue siendo el único César Imperator de la primera multinacional española.
La reconversión de FCC
Los que sí se van a jubilar con honores y el riñón bien cubierto son las viejas glorias de Fomento de Construcciones y Contratas (FCC), toda vez que Esther Koplowitz quiere instaurar una nueva etapa en la empresa constructora con la intención de recuperar el liderazgo perdido a manos del grupo ACS de Florentino Pérez pero también, entre otros, de su ex marido Alberto Alcocer. La heredera y sus tres hijas se han echado la manta a la cabeza para superar la inercia de un pasado la mar de complaciente y adaptar el rumbo de la empresa a los tiempos modernos. FCC no quiere seguir navegando a la deriva y ha contratado un lobo de mar como Baldomero Falcones para que asegure el anclaje del timón a la cubierta y engrase a conveniencia los motores de una embarcación que necesita alcanzar cuanto antes su velocidad de crucero.
De nuevo es el tiempo, una vez superado el mareo de la nostalgia, el factor más relevante en la estrategia de cambio que FCC quiere presentar en la próxima junta general de accionistas prevista para junio. Por lo pronto, Esther Koplowitz ha recuperado esta semana un 5% adicional del capital de su empresa que fue aparcado en Ibersuizas el año 2004 cuando Veolia salió de la constructora.
La dueña de FCC quiere demostrar que va en serio y ha pedido a su nuevo hombre fuerte que pase página con todas las consecuencias, lo que dará lugar a una profunda reestructuración directiva encabezada por su propio antecesor en el cargo y ahora presidente no ejecutivo, Rafael Montes. El plan de rotación activa que se prepara afectará además a un nutrido grupo de segundos niveles, cuyos nombres quedarán grabados para siempre en el cuadro de honor de la empresa junto con el correspondiente apunte contable de gasto extraordinario en el balance del próximo año. La reina madre de FCC será especialmente agradecida con todos los que contribuyeron a sostener la empresa, pero lo cortés no quita lo valiente porque Esther Koplowitz quiere sacudirse de una vez todos los miedos. Incluido el de presidir, por fin, el imperio constructor fundado por su padre.
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