Andalucía

Déficit

La Razón
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Estos días, se han publicado los datos de popularidad de Obama y, de manera nada sorprendente, se constata un bajón considerable. Por primera vez desde las elecciones, el presidente no llega a contar con el respaldo de, al menos, un sesenta por ciento de la población. Desde la perspectiva de un sistema parlamentario como el español, esos índices de apoyo no son sólo buenos sino incluso inalcanzables e incluso me atrevería a decir que impensables. Sin embargo, en el contexto de un sistema de separación de poderes como el norteamericano donde no existe una figura de jefe de la oposición ni mucho menos fenómenos aberrantes como los partidos nacionalistas, resultan inquietantes para el hombre que trabaja en el Despacho oval. Bush, por citar un ejemplo cercano, llegó a superar el ochenta por ciento en algunos períodos de su mandato y, sobre todo, lo hizo cuando llevaba en la Casa Blanca más tiempo que Obama. Las razones de la caída de respaldo ciudadano del actual presidente son, en no escasa medida, económicas, pero semejante enunciado tampoco puede entenderse como en España. Los norteamericanos no están satisfechos con la marcha de la economía. En general, no creen que los planes de reactivación del Gobierno hayan servido de mucho e incluso los que no son especialmente críticos manifiestan su preferencia porque no se siga transitando ese camino. También hay norteamericanos que sienten sus dudas ante la posible creación de un sistema de medicina social porque, en contra de lo que se repite tanto en España, no están a disgusto con el actual y, sobre todo, porque temen que una institución como ésa les cueste hasta los higadillos. Y ahí es donde llegamos a la razón del desapego creciente hacia Obama. No es otra que el aumento del déficit. El ciudadano medio de Estados Unidos tiene una conciencia clarísima de que las facturas se pagan. Si no abonas el alquiler de la casa vas a la calle en un pis-pas; si entregas un cheque sin fondos, la justicia se ocupa de que pases una temporada a la sombra e incluso si gastas de más con el dinero de plástico que los mismos norteamericanos inventaron hace décadas te puedes ver sin una sola tarjeta. Todos saben que el gasto realizado ahora habrá que pagarlo algún día y no desean que los próximos años se vean ensombrecidos por el aumento del déficit. En otras palabras, si Obama sigue endeudando a la nación, acabará despeñándose en las encuestas y en las urnas. Me consta que las comparaciones son odiosas, pero justo es reconocer que la diferencia con España no puede ser mayor. Si en Cataluña no dejan de crearse nuevos pesebres dedicados a gastar el dinero de los contribuyentes con estudios sobre aves de la estepa o la concha brillante o abriendo fantasmagóricas embajadas en el extranjero para carcajeo de los foráneos; en Andalucía, se conceden subvenciones millonarias a la empresa donde es apoderada la niña Chaves. Por si fuera poco, a escala nacional, el Parlamento aprueba un aumento del gasto de más del diez por ciento del PIB. Así, mientras en la piel de toro, las elecciones cada vez dependen más de promesas de nuevos –y no pocas veces– absurdos gastos que quizá acaben de saldar nuestros nietos, en Estados Unidos, el aumento del déficit le puede costar un disgusto a Obama.