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«Dragonfly» una granja vertical en medio de Manhattan

Ni hamburguesas ni pizzas precocinadas. En el futuro la Humanidad estará más cerca de alimentarse con productos ecológicos. ¿Cómo? Plantando el huerto en el centro de la ciudad. Dragonfly, en Nueva York, será buen ejemplo de ello.

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La agricultura urbana está de moda. Al menos eso dicen los norteamericanos. Ya tienen estudios específicos en sus universidades, una fundación que organiza proyectos en este sector y algunas experiencias piloto en ciudades como Filadelfia o Los Ángeles. Los ciudadanos de las grandes urbes estadounidenses, sometidos a la comida basura y los precocinados, han decidido que si su alimentación se aleja del campo, que sea el campo el que vaya a ellos. «La agricultura es urbana cuando interactúa con el ecosistema de la ciudad», explican desde la Red Internacional de Centros de Recursos en Agricultura Urbana (RUAF). No se trata tanto de plantar un huerto en el chalé o en la terraza, sino de crear verdaderos campos agrícolas en plena urbe. Los objetivos son varios, entre ellos, disminuir el coste energético y emisiones del transporte, además de que no falte comida en un mundo en el que la agricultura no tiene hueco en las grandes urbes. No es un problema sólo occidental: se calcula que en 2020 el 75 por ciento de los habitantes de América Latina, Asia y África estarán hacinados en grandes ciudades que no podrán sostener sus necesidades alimentarias, además de sanitarias. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD según sus siglas en inglés), la población urbana en todo el mundo pasará de 3.100 millones de habitantes en 2009 hasta 5.500 millones en 2025. «La agricultura urbana constituye una estrategia complementaria para reducir la pobreza y la inseguridad alimentaria, además de ser una buena herramienta para mejorar la gestión ambiental», aseguran expertos de la RUAF.Ya se han planteado varias iniciativas de huertos verticales (en horizontal, las ciudades no podrían acogerlos) de arquitectos y urbanistas en los últimos años. Ejemplo de ello es el nuevo Dragonfly, un proyecto que, según su autor, representa una solución realista a los problemas del futuro. Basándose en el cuerpo de una libélula, el estudio de arquitectura belga Vincent Callebaut ha planteado un pequeño ecosistema en pleno Nueva York, en concreto en una de las pequeñas islas del East River, entre Manhattan y Queens. Este microespacio, a la vez huerto, laboratorio ecológico, oficinas y viviendas, se construirá en la isla de Roosevelt.

Dos torres simétricasLa estructura del Dragonfly se divide en dos torres simétricas rodeadas de alas cristalinas que regulan la entrada de luz natural y permiten la climatización interior para hacer más confortable la estancia a sus «inquilinos». ¿Inquilinos? Tanto animales como plantas locales –que se retroalimentan con sus propios residuos, para que no haga falta añadir ni conservantes ni colorantes– ocuparán el edificio.Y como es habitable, el hombre también aporta su granito de arena –y de basura reutilizable– al ecosistema. Además, en sus dos orillas habrá un puerto para la comercialización de los productos a través del transporte más limpio, el barco, y otro con espacios destinados a la acuicultura o piscifactorías.

Aprovechar la energíaEl edificio está rodeado de paneles fotovoltaicos, térmicos y de aerogeneradores capaces también de aprovechar la energía maremotriz. A este mix de fuentes alternativas se unen sistemas de aprovechamiento de detritos y humus en forma de biodiésel, en cogeneraciones y en pequeñas plantas de biomasa. Los materiales no fungibles de las plantas, como la celulosa, se reutilizarán como fuente de biocombustibles «de segunda generación». Los jardines verticales, por su parte, posibilitan que se pueda filtrar el agua de lluvia –para reutilizarla, más tarde, en el riego–, mientras que las aguas orgánicas (las domésticas) se someten a fitodepuración para su uso agrícola, con lo que todo el nitrógeno y una parte importante de fósforo y potasio necesarios para la producción de frutas, verduras y cereales, en realidad, lo produce el hombre. Y así se cierra el círculo.«El habitante es un agricultor que, a la vez, participa en la producción de su propia comida en un edificio energéticamente autosuficiente y generador de cero emisiones», explica Vincent Callebaut. En esta especie de «torre biónica», como le gusta llamarla al estudio que la ha diseñado, los espacios están medidos. Los 132 pisos (el número podría adaptarse según las necesidades de la ciudad) también se usan para ordenar en niveles los distintos tipos de cultivo y ganadería. El objetivo es asegurar, en todo momento, que no faltan ni biofertilizantes ni materia prima para este mundo «perfecto» capaz de adaptarse al imparable cambio climático. ¿O nos sentiremos afixiados, tan pequeños como insectos, en un mundo a lo George Orwell?