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Dreyer llama a la puerta

La Razón
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Dirección y guión: Carlos Reygadas. Intérpretes: Cornelio Wall, Maria Pankratz, Miriam Toews, Peter Wall. México-Francia-Holanda-Alemania, 2007. Duración: 142 minutos. Drama.

 

¿Debería molestarnos que Carlos Reygadas se moleste en revisitar «La palabra» de Dreyer? A su modo, el más célebre de los compatriotas del cineasta danés, Lars Von Trier, ya lo hizo en «Rompiendo las olas», aunque el mexicano se haya empleado más a fondo en resucitar de las cenizas de las obras magnas e intocables su espíritu etéreo e ingrávido. Si hemos de creerle, notó la influencia a posteriori, después de plantear su historia de triángulo amoroso en una comunidad menonita que, a pesar de vivir en tierra azteca, sigue hablando en holandés antiguo. De un espacio protestante deviene, pues, una película derivativa que nunca se avergüenza de serlo, que asume sus deudas con un cierto orgullo, incluso con la arrogancia de quien se ha atrevido a retocar lo que ya era perfecto. Podríamos decir que, en este sentido, «Luz silenciosa» es tan provocativa como «Batalla en el cielo», aunque aquí no haya secuestradores culpables, ni sexo sórdido, ni una larga e impresionante secuencia de peregrinaje arrodillado. Todo ocurre en un día que son varios: dos preciosas secuencias en las que contemplamos el amanecer y el anochecer en (un falso) tiempo real enmarcan este elogio del amor a través del sacrificio. A falta del sadismo de Von Trier, Reygadas prefiere deleitarse en observar, en planos largos y estáticos, la vida cotidiana de Johan (Cornelio Wall), Esther (Miriam Toews) y los hijos de ambos. La intervención de la cámara de Reygadas es mínima: por ejemplo, hasta bien entrado el metraje no sabremos por qué Johan se pone a llorar desconsoladamente. Reygadas dosifica la información con lentitud, como si esperara que la tragedia –un adulterio sabido y consentido que tiene que llegar a su finaciera de un espacio y un tiempo aislados, una burbuja donde el drama crece como una tormenta.

Luego llega, literalmente, la tormenta, en una escena de catarsis que parece reventar de emoción. Es un momento climático que responde a la lógica impuesta por la película, tan elusiva a la hora de mostrar los sentimientos de sus personajes –los actores no profesionales son modelos bressonianos–, tan juguetona a la hora de romper las expectativas del público –cuando los niños suben a la camioneta de unos desconocidos, resuelta de un modo casi hitchcockiano–. En la escena de la lluvia, y en una conclusión milagrosa, estalla el silencio, y Reygadas demuestra que lo suyo no es pose: la secuencia, desgarradora, está rodada desde dentro. Quizá le falte sentido del humor o distancia irónica: a veces parece que Reygadas esté demasiado convencido de la importancia de su revisión dreyeriana, de la grandeza mayestática de su homenaje presuntamente involuntario. Al contrario que Von Trier, excesivo casi a su pesar, saborea su éxito desde la placidez de un cielo que se apaga.

 

Lo mejor: La apertura y el cierre de la película, pura épica de la Naturaleza.

Lo peor: Habrá que seguirle la pista de Reygadas, no vaya a ser que se crea demasiado su genialidad.

 

Sergi Sánchez