Crítica de cine
El alma y el bolsillo
Hay que haber robado mucho dinero para pagar las sesiones que alivien tu sensación de culpa
Ponerse en tratamiento psiquiátrico para superar un remordimiento es caro y por eso no está al alcance de cualquiera. Hay que haber robado mucho dinero para pagar las sesiones que alivien tu sensación de culpa y al final resulta que tus responsabilidades frente a la Ley siguen pendientes y el dinero del botín que, que tanto te alteraba el sueño, en realidad sólo ha servido para que duerma mejor el psiquiatra. Resulta más asequible el sacerdote, que también te escucha y tiene la ventaja de que no te cobra la conversación. Ésa es sin duda la razón de que el reverendo McAllister frecuente el Savoy, donde no es raro encontrarle sentado a la mesa con Fiore, con el detective Fuller o con el columnista Chester Newman. El reverendo McAllister no te exime de tus responsabilidades penales pero en unos pocos minutos pone a cero el contador de tu conciencia. En una ocasión me dijo que su presencia sólo persigue fines morales, de modo que «Dios interviene en los avatares de tu alma, hijo, pero se despreocupa de lo que ocurre en tus bolsillos» y «confiarle tu mala conciencia viene a ser como dejar el equipaje en la consigna de la estación de autobuses para moverte con más ligereza en la ciudad». Jamás me confesé con el reverendo McAllister, pero su presencia me produce cierta sensación de seguridad, tal vez el alivio de sentir la proximidad de un pararrayos en mitad de la tormenta. Una madrugada me dijo en el Savoy: «No se trata de que Dios encubra a los criminales ni de que yo sea su recaudador. Sólo puedo aliviar en su hombre tu remordimiento y prevenirte de reincidir. Esto de la confesión es como una reducción de estómago, que no te quita el apetito pero te dificulta la gula». La relación del reverendo con Tonino Fiore es muy especial. Ni Fiore tiene fe en Dios ni el reverendo confía demasiado en el gangster. Si se unen de vez en cuando es porque se necesitan. A Fiore las charlas con McAllister le ayudan a conciliar el sueño. En cuanto al reverendo, sabe que Fiore no está lo bastante alejado de su iglesia como para que sus manos no alcancen a sufragar los gastos del culto. El gangster colabora pero mantiene las distancias: «No se haga ilusiones, McAllister. Mi alma es cosa de mi biógrafo; Dios sólo es un apunte en mi contabilidad».
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