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El insostenible caso de Fomento

La Razón
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La gestión de la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, es uno de los factores que mayor desgaste ha provocado al Gobierno de Rodríguez Zapatero. El desastre de las obras del AVE, en las que se que acumulan las chapuzas en Galicia, en Málaga y en Barcelona; la eliminación de las Cercanías en la capital catalana (que ha provocado graves molestias a los usuarios, notables pérdidas económicas y un desprestigio galopante) y la actitud de la ministra, que no ha tenido ni siquiera el gesto de pedir disculpas como sí lo hizo el propio presidente; todo ello son razones más que suficientes para pedir la dimisión de la ministra, para reprobarla en el Congreso de los Diputados y para descalificar la política de infraestructuras del Gobierno.

Con la numantina defensa que ejerce Zapatero de su ministra sólo queda claro que el presidente del Gobierno no piensa atender un clamor que tiene sólidos fundamentos sociales, hasta el punto de haber provocado el insólito hecho de que IU, PP, CiU, ERC y el Parlamento de Cataluña clamen a la vez para que en el Gobierno no quepan actitudes tan prepotentes como la de Magdalena Álvarez. Así pues, el empecinamiento político del presidente supone un desaire radical no a los partidos que reprueban a la ministra, sino a los sufridos ciudadanos que asisten perplejos al maltrato cotidiano provocado por la incapacidad de Fomento, por la imprevisión en las obras, por las prisas de última hora para cumplir plazos electorales, por las urgencias políticas del Gobierno. Más allá de los efectos electorales que pueda tener el abandono en el que se han visto sumidos cientos de miles de usuarios de los trenes de Cercanías de Barcelona, el mantenimiento en sus funciones de Magdalena Álvarez revela que el Gobierno ha perdido de vista la calle, que desprecia el pálpito del malestar público, que deja de atender a los administrados para centrarse en alambiques políticos relacionados con no conceder la razón a la oposición y a los propios aliados que le demandan el cese de Álvarez. Ni siquiera el hecho de que tan sólo falten tres meses para la celebración de las elecciones generales es una excusa suficiente para no proceder al relevo de la ministra. Con esa actitud, Zapatero desmiente sus propios propósitos de atender a la ciudadanía, de ser sensible y respetuoso con sus peticiones. La defensa de Álvarez implica dar la espalda a la realidad, mientras el caos ferroviario en Barcelona tiene efectos como mínimo tan importantes como los pudo tener en su día el desastre ecológico del «Prestige». Y no hace tanto de ese drama como para que Zapatero se haya olvidado de lo que prometió si llegaba a gobernar: transparencia y eficacia. Y en vez de eso, nos encontramos ante un caso de obstinación y pertinacia en el error.

La ministra de Fomento ha dado sobradas muestras de improvisación, ineficacia y prepotencia política como para que los efectos de una hipotética dimisión sean peores que los del encastillamiento gubernativo. Pero es que, además, un Gobierno que reivindica su perfil próximo al ciudadano no resulta en absoluto creíble en tanto mantiene al frente de Fomento a una política que también ha dado muestras de sectarismo y que se ha especializado en soltar frases como que España es la envidia del mundo en materia de infraestructuras mientras cunde el pánico en Barcelona ante la tesitura de que el AVE requiera un túnel que atraviese el centro de la capital catalana. Por no hablar de la salud de un Gobierno que debe andar rapiñando votos para salvar de la reprobación a la ministra.