Crisis económica

Endeudamiento familiar

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Entre 1996 y 2007, la economía española disfrutó de uno de los periodos de crecimiento más intenso y prolongado de nuestra historia. El PIB español avanzó a una tasa media anual del 3,7%, por encima del 2,3% de media en el conjunto de la UE-15, lo que hizo posible que, a pesar del notable crecimiento de la población, nuestro PIB per cápita pasara de representar un 79% de la media de la UE-15, a un 96% en el mismo periodo. Este crecimiento se sustentó en el consumo y en la inversión residencial, que se apoyaron sobre la base de un endeudamiento creciente. Así, el volumen de deuda de las familias se disparó desde un 50% de su renta bruta disponible (RBD) a mediados de los noventa, hasta un 131% en 2007, uno de los ratios más elevados de los países de la OCDE, mientras que la tasa de ahorro de los hogares cayó desde el 15% de la RBD hasta un mínimo del 10,2% en el mismo periodo.En este contexto de fuerte crecimiento del gasto, el sector del crédito al consumo experimentó una notable expansión. Entre 1998 y 2007, el volumen de crédito al consumo creció a una tasa anual media del 14,5% y en 2006 el porcentaje del consumo alcanzó un máximo del 9,6%. El volumen total de esta modalidad de financiación en relación al PIB ascendió desde un 5,8% a finales de los noventa hasta un 9,8% en 2007, y desde un 8,3% de la RBD de los hogares hasta un 15,4% en el mismo periodo.No obstante, hay que subrayar que el crédito al consumo apenas representaba en 2007, en el momento álgido del ciclo económico y del endeudamiento, un 12% del volumen total de la deuda viva de los hogares, algo menos incluso que la media comunitaria, que se sitúa en torno al 13%. El crédito al consumo no ha sido, por tanto, el responsable del fuerte crecimiento del endeudamiento de las familias, que constituye uno de los principales desequilibrios que ha generado la economía española a lo largo de la última etapa expansiva.En definitiva, el balance financiero de las familias se volvió deficitario, es decir, el escaso ahorro generado por éstas era insuficiente para financiar su elevada inversión en vivienda. De ahí la necesidad del sistema financiero nacional de recurrir a los mercados internacionales en busca de recursos con los que cubrir las necesidades de financiación, no sólo de los hogares sino también de las empresas, inmersas, asimismo, en un intenso proceso inversor. Las necesidades de financiación del conjunto de la economía española ascendieron de forma prácticamente ininterrumpida durante todo el periodo expansivo, hasta alcanzar en 2007 un 9,7% del PIB.Actualmente, la crisis financiera ha afectado a la economía real por la restricción del crédito. Este factor, además, es especialmente grave en el caso de España, debido a nuestra gran dependencia del ahorro externo para la obtención de los recursos con los que cubrir nuestras voluminosas necesidades de financiación. Esta situación ha reducido la disponibilidad de fondos con los que afrontar la demanda de nuevos créditos por parte de consumidores y empresarios, además de encarecerlos, lo que ayuda a explicar la brusca contracción que ha sufrido la concesión del crédito nuevo.La paralización del consumo ha propiciado una recuperación de la tasa de ahorro de los hogares desde un mínimo del 10,2% de la RBD en 2007 hasta el 13% en 2008, trayectoria que previsiblemente se mantendrá a lo largo de 2009. También se ha producido un cambio de tendencia en la evolución del endeudamiento, que ha experimentado un notable descenso en relación a la RBD, hasta el 127,4%. Las familias españolas han iniciado un proceso de desapalancamiento, y, hasta que su nivel de deuda se haya reducido a niveles más sostenibles y se haya estabilizado la situación en el mercado de trabajo, el consumo seguirá presentando una extrema debilidad. De acuerdo con las previsiones, la economía continuará en recesión durante, al menos, todo el año 2009, mientras que en 2010, en caso de iniciarse una recuperación, ésta sería muy modesta e insuficiente para frenar la destrucción de empleo.Este cambio tan drástico ha obligado a las entidades especializadas en el sector a introducir importantes modificaciones en su forma de operar, en sus objetivos y en sus prioridades. La caída de la demanda y las restricciones de liquidez han supuesto una contracción en el volumen de actividad, al tiempo que el aumento de la morosidad ha reducido la calidad de los activos. Debe disminuirse el automatismo en la concesión de las solicitudes, que deberán ser objeto de un estudio más profundo y con unos criterios más estrictos y restrictivos. El riesgo de insolvencia, de escasa relevancia en el anterior contexto de expansión económica, se ha convertido ahora en una variable clave, de modo que las entidades deben concentrar sus esfuerzos en la implantación de modernos y sofisticados métodos de gestión del mismo, relegando el objetivo de incrementar el volumen de negocio y la cuota de mercado. La innovación y la explotación de todas las posibilidades que ofrecen ciertos productos, sin embargo, podrían permitir compatibilizar el mantenimiento del volumen de negocio con una adecuada gestión del riesgo. Asimismo la lucha contra el fraude, que requiere de la colaboración de todas las entidades, también aumenta su protagonismo en este nuevo entorno.* Director general del IEE