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Hemingway vuelve a los Sanfermines

Hemingway vuelve a los Sanfermines
Hemingway vuelve a los Sanfermineslarazon

A las nueve de la mañana, la Plaza Consistorial de Pamplona comienza a llenarse de gente. A las doce no cabe un alfiler y sólo se distinguen vestimentas en blanco y rojo y pañuelos que ondean a la espera de que Maite Esporrín, portavoz del Partido Socialista Navarro, suelte el chupinazo. Tras el grito de «¡Pamplonenses, viva San Fermín, gora San Fermín!», la muchedumbre enloquece y baila sin parar entonando canciones y disfrutando de los chorros de agua que tiran desde las casas. Los Sanfermines han comenzado. En el balcón del Ayuntamiento se ve a un hombre de pelo blanco al que varios de los presentes señalan como si se tratara de una aparición: es el Hemingway de 2009. Este año, Navarra aprovecha las fiestas del siete de julio, que se prolongan hasta el día 14, para rendir homenaje al periodista y escritor Ernest Hemingway. Y no es casualidad que este hombre de cabellera canosa y corpulento guarde un asombroso parecido con el premio Nobel, pues el Gobierno navarro ha organizado un concurso de dobles: «En el colegio comencé a leer la obra de Hemingway y he visitado su casa en alguna ocasión, era un hombre apasionante», asegura Thomas Norman, el ganador del concurso, elegido entre 30 aspirantes, que lejos de ser un reputado escritor, lleva toda su vida ejerciendo de agente inmobiliario.Y es que el periodista estadounidense «ayudó en buena medida a la difusión internacional de estas fiestas populares en honor a San Fermín», explica Fernando Gualde, experto en la vida y obra del literato estadounidense, y jefe de recepción del hotel La Perla, en el que Hemingway acostumbraba a alojarse cada vez que acudía a los Sanfermines.El Nobel, galardón que recibió en 1954, aterrizó por casualidad en tierras navarras en 1923, cuando ejercía de corresponsal en Europa para el semanario canadiense «Toronto Star». Llegó a sus oídos que al norte de España, a los pies de los Pirineos, los jóvenes corrían por las calles de la ciudad delante de los toros y, amante como era del limbo entre la vida y la muerte, no dudó en acercarse hasta aquí. «El periodista, que en aquellos momentos no gozaba de una buena posición ecónomica, quiso alojarse junto a su primera esposa, Hadley Richardson, en el lujoso hotel La Perla. Aquel año no pudo ser, pero más adelante sería éste uno de sus rincones favoritos para vivir los Sanfermines», cuenta Gualde. 1.800 euros por nocheVarias cosas han cambiado desde entonces. Por ejemplo, en los orígenes de la fiesta se acudía en traje a los Sanfermines, y no fue hasta los años sesenta cuando se popularizó el pantalón y la camisa blanca en honor a la pureza del santo, y el pañuelo rojo que evoca el martirio de San Fermín. Lo que sí ha permanecido inmune es la habitación que ocupaba el escritor en La Perla, la número 217. Se conserva el mobiliario y la atmósfera que se respiraba en los años treinta, y númerosos huéspedes hacen lo imposible para conseguir una reserva, hoy bajo el número 201, por la que pagan más de 1.800 euros cada noche. Desde la que fue la 217 se puede disfrutar de los encierros en primera línea, ya que sus vistas dan a la calle Estafeta.Amigo de Antonio OrdóñezTodas las vivencias de Hemingway quedaron plasmadas en su libro «La fiesta», donde los protagonistas recorren los lugares que él mismo frecuentaba. «Le encantaba el jolgorio, y se juntaba con los toreros que le permitían estar en sus habitaciones de los hoteles antes de cada corrida para conocer paso a paso todos los rituales previos a la corrida», aseguran quienes conocen las andanzas del escritor por tierras navarras. «Antonio Ordóñez fue gran amigo suyo», añade John Patrick Hemingway, nieto del escritor, que visita por segundo año los Sanfermines: «Mi abuelo tenía diferentes personalidades, era muy tímido, pero en las fiestas se quitaba los prejuicios y las vivía a lo grande», añade. Durante las nueve visitas que hizo a los Sanfermines –en 1959 fue la última–, no se olvidaba de degustar uno de sus platos preferidos: el ajoarriero con gambas de Casa Marceliano. El Choco, Las Pocholas, el Torino o el Café Iruña eran otras de las paradas obligadas de Heminway. «Todavía se conserva una estatua de Carlos III que por aquel entonces estaba colocada en el restaurante Las Pocholas, hoy en La Perla, con la que el escritor alineaba su cabeza y observaba a todo aquel que entraba por la puerta», comenta Gualde. Esta vez no será Hemingway, pero sí su doble, quien entone el «Pobre de mí» al final de estos Sanfermines. Pero aún falta una semana para eso.

Más allá de los excesosNo sólo la fiesta y los excesos le gustaban al Nobel. La pesca era una de sus grandes pasiones, y en el río Irati, en el Pirineo Navarro, daba rienda suelta a esta afición. «Pasaba todo el día junto al río acompañado por un cubo repleto de cervezas cuyas latas vacías ordenaba meticulosamente alrededor del árbol en el que siempre se colocaba», explica Gualde. «La fiesta le saturaba, y tanto el espíritu como el hígado necesitan una tregua», confiesa Ángel Mari Loperena, guía turístico de Irati.