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Pinto

Jackson

La Razón
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La muerte no concede el elogio. En España somos propensos a ello. A elogiar al muerto. Cuando asisto al funeral de un familiar o de un amigo, siempre advierto en la homilía del oficiante un desbarrado interés por hacernos creer que el fallecido era un santo. De serlo, no serían necesarias nuestras oraciones. El funeral de una buena persona no tiene sitio en la lógica. Si después de la vida en la tierra viene la vida eterna en el Reino de los Justos, el que ha hecho el bien en este mundo no precisa de recomendaciones para alcanzar los azules permanentes. Los funerales, para los dudosos y los malvados, que necesitan del empujón de los que aquí restan y del perdón de Quien arriba aguarda. Sigo esperando con ilusión las palabras sinceras de un sacerdote en un funeral. «Queridos hermanos, vamos a rezar y mucho, por el alma de Fulano de Tal, que fue un pájaro de cuentas y lo tiene bastante crudo para llegar al Purgatorio».Leo que ha muerto el «rey» del pop. Como no pertenezco al pop, paso de su «rey». Muy pocos minutos de mi vida he invertido en oír grabaciones del finado. Me van a poner a parir, pero la muerte del «rey» del pop, sinceramente, me la refanfinfla. Abomino del racismo y de la pedofilia, entre otras cosas. Y Jackson ha sido el mayor racista de las últimas décadas. A su lado, cualquier dirigente del PNV es Teresa de Calcuta. Un negro que no quiere ser negro, y se gasta millones de dólares para convertirse en blanco sin llegar a lograrlo, es un racista descomunal. Peor que el blanco que odia al negro, que el negro que odia al negro de otra tribu, o que el nacionalista que odia al maqueto español. Y están las historias de esos niños que según parece, no recibían de Jackson sólo juguetes. Me ha afectado más la muerte de Farrah Fawcett, en la que sí invertí horas de mi vida admirando su belleza y su expresión luminosa. Sucede que Farrah ha pasado a un segundo plano por haber tenido la indelicadeza de morir el mismo día que Jackson. Y no era la que más me gustaba de «Los ángeles de Charlie». Mi preferida era Kate Jackson –¡toma casualidad!–, aunque mi Kate nada tenía que ver con Michael, del que no pongo en duda sus calidades artísticas, por las que nada he hecho para entenderlas y disfrutarlas. Es decir, que en parte reconozco mi culpa.Me abruma un tanto la perspectiva de este verano, con Michael Jackson hasta en la sopa. Pero el verano abre muchas puertas y por cualquiera de ellas se puede huir de los agobios. Si no me interesó en vida, menos me mueve a la curiosidad muerto. Para mí, que tenía algo de diablo barato, de Mefistófeles en rebajas. Si, como algunos apuntan, firmó un pacto con Lucifer, el Demonio es menos de fiar que el ex Alcalde de Pinto, Chaves, Correa y el «Bigotes» juntos y reunidos. Eterna juventud y muerte a los cincuenta años. Una estafa. Me entero de que decenas de miles de personas lloran a las puertas del hospital por la desaparición de Michael Jackson. Algo tendría, y no lo someto a debate. Pero su paisaje personal era feo, torturador y ridículo. Si hay que ponerse de luto, mis tonos zaínos se los dedico a Farrah Fawcett, una mujer bellísima que ha sabido irse con valentía y nos ha dejado la memoria de su sonrisa abierta, sus ojos verdes y su melena rubia.