Historia

Londres

La dramática vuelta de quienes pisaron la luna

Algunos de los astronautas que pisaron la superficie lunar han sufrido traumas que les han durado toda la vida. El escritor Andrew Smith repasa sus problemas con la bebida, las sectas o la depresión.

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La mañana del 9 de julio de 1999 me disponía a conocer a Charlie y Dotty Duke en un hotel de Londres. Iba a ser un encuentro breve para un artículo no muy extenso que iba a publicar en una revista. Era el tipo de encargo que yo normalmente evitaba, pero los Duke, nada más verlos por primera vez, resultaban tan intrigantes que no pude dejar pasar la oportunidad. Lo que sabía de ellos era que en abril de 1972, Charlie se convirtió en el décimo de los únicos 12 seres humanos que han contemplado la Tierra desde la Luna. Sabía que había estado allí durante tres días de euforia, después volvió a casa e implosionó: sabía que había perdido los estribos y había sido incapaz de asentarse; que había aterrorizado a sus hijos y atormentado a su mujer, antes de encontrar por fin la paz y resolver sus problemas con ella a través de la fe. Ahora la pareja estaba a cargo de una iglesia en las afueras de New Braunfels, Texas. Estaban en la ciudad para hablar de ello. Cuanto más los miraba, más me fascinaban aquellos tres años y medio tan intensos y extraños durante los que tuvieron lugar aquellos alunizajes. En aquel tiempo el mundo pareció estremecerse y cambiar de aspecto para siempre (...). Y aunque el programa espacial fue engendrado por la Guerra Fría, los alunizajes parecían algo típico de los alocados 60, un último vals optimista en una década que podría decirse acabó el 19 de diciembre de 1972, cuando los astronautas del Apollo 17 volvieron a casa sabiendo que la aventura había acabado y que sus ilusiones habían sido un espejismo. Ningún Merry Prankster ni ningún místico atiborrado de ácido hizo nada tan extravagante como aquello y, aun así, las ambigüedades de la empresa parecían infinitas. ¿Qué había ganado la Humanidad con la caprichosa decisión del presidente Kennedy de enviar a su país a la Luna con el enorme dineral que suponía?

 

El programa lunar costó 24.000 millones de dólares de la época. En su momento álgido, la NASA se comía el cinco por ciento del presupuesto federal de los Estados Unidos. ¿Había sido un desperdicio todo aquel gasto de tiempo, energía, dinero y vidas?Charlie Duke no fue el único para el que la vuelta a la Tierra fue difícil. Investigué sobre los demás y descubrí que habían reaccionado a aquella experiencia de formas totalmente distintas. El primer hombre en pisar la Luna, Neil Armstrong, se hizo profesor y se retiró de la vida pública «para volver a los fundamentos del planeta», mientras que su compañero Buzz Aldrin pasó años enredado en el alcoholismo y la depresión, para después lanzarse a desarrollar ideas espaciales que me parecían demasiado extravagantes. Alan Bean, el astronauta rebelde por naturaleza del Apollo 12, dejó el espacio para hacerse artista y pintar multitud de óleos que representan escenas de la misión lunar. Edgar Mitchell experimentó un «fogonazo de comprensión» en el que se conectó al universo, y detectó una inteligencia que pasó toda su vida intentando entender. De manera aún más radical, Jim Irwin afirmó haber escuchado a Dios susurrándole a los pies de los majestuosos y dorados Montes Apeninos, por lo que dejó la NASA por la religión a su vuelta. Mientras, el temible Alan Shepard, el único que admitió haber llorado sobre la superficie, hizo algo que nadie hubiese imaginado que haría, o más bien, que podía hacer: se serenó.

 

Un crítico de la NASA En cuanto a los demás, John Young se convirtió en un crítico feroz de la NASA tras el desastre del transbordador espacial Challenger y dejó el Departamento de Astronautas en una nube de cólera y dolor, y el último hombre en pisar la Luna, Gene Cernan, admite estar decepcionado con todo lo que siguió a su experiencia con el Apollo 17 («es difícil encontrar un bis»). Su compañero de vuelo, Jack Schmitt, llegó a ser senador de los EE UU, pero se encontró con que los políticos eran miopes y frustrantes en comparación con la creatividad a la que se había acostumbrado. No fue reelegido y he oído que más tarde trabajó como «asesor espacial » en Albuquerque.

 

Todos describían haber tenido una sensación casi mística de la unión de la Humanidad al ser vista desde lo lejos. Allí arriba pasaron muchas cosas. La tasa de divorcios tras los vuelos fue, en más de un sentido, astronómica. Con un poco más de intuición, las reacciones de los astronautas deberían haberse predicho. De repente, los doce tuvieron que encontrar respuestas a preguntas que nunca antes se habían formulado de la misma manera, por ejemplo: «¿Adónde vas después de haber estado en la Luna?». Además de sus propias esperanzas y expectativas, a sus espaldas tenían las fantasías de millones de personas sin rostro y tradiciones acumuladas durante milenios.

 

La gran conspiraciónLos nepalíes, por ejemplo, creen que sus muertos residen en la Luna. Cuando el veterano del Apollo 14 Stu Roosa visitó el lugar, se ponía muy nervioso cada vez que le preguntaban: «¿Vio a mi abuela?». Los caminantes de la Luna estarán por siempre atrapados entre la atracción gravitacional de la Luna y los sueños colectivos de la Tierra. Charlie Duke se enfadó al admitir que recibía cartas de teóricos de la conspiración que sostenían que los alunizajes fueron escenificados y que lo llamaban mentiroso.

 

Me gustó Duke. A los 64 aún era alto y atractivo, y hablaba con un acento suave que me era familiar, aunque me llevó un tiempo localizarlo. Mientras describía su vuelo y la sorprendente luminosidad de nuestro planeta al moverse a través del negro y solitario vacío del espacio, me sentí como un niño sumergido en uno de sus cuentos favoritos.Desde la Luna, dijo, el planeta era como una joya, tan lleno de color y tan fulgurante que parecía que pudieses extender la mano y agarrarlo, sostenerlo y maravillarte por lo precioso que es. Después describió el horror que sintió al darse cuenta de que su vida a partir de entonces no podía ser otra cosa que un largo y lento anticlímax. Todo aquel esfuerzo y creatividad... ¿para qué habían servido? ¿Para el desarrollo del Teflón? ¿Para tomar unas cuantas fotos? En 1972, a los estadounidenses el espacio no les importaba un bledo. Entonces Duke habló de su conmovedora esperanza de que algún día «volveremos allí» y yo no tuve valor para decirle que, según mi opinión, aquello no era probable, al menos en lo que le quedaba de vida. Quizá ni siquiera en lo que me quedaba a mí.

 

Cuando se acabó el tiempo, le agradecí la conversación de la que tanto había disfrutado y me dispuse a marcharme, pero Charlie me dijo que tenía un hueco en su agenda, de modo que podríamos hablar un poco más si yo así lo deseaba. Me explicó que él y Dotty habían recibido unas noticias preocupantes la noche anterior que hablaban de que Pete Conrad, el bromista y titánico comandante de la misión Apollo 12, la segunda en alunizar, había resultado herido en un accidente de moto cerca de su hogar en California (...).

 

Ya sólo quedan nueveEntonces llamaron a Dotty al teléfono y volvió con la sorprendente noticia de que Conrad había muerto a causa de las heridas, y no me sorprendió ver que los ojos de Charlie Duke se empañaban al hablar de su colega. Más tarde supe que el lugar donde se cayó se llamaba Ojai, una palabra de los nativos americanos que significa Luna, pero fueron las palabras de Duke las que me rondaron por la cabeza durante todo aquel día. Las dijo con tranquilidad y sin alterarse, como si estuviese recitando un salmo.–Ya sólo quedamos nueve.

Andrew SMITH

Ficha- Título del libro: «Lunáticos».- Autor: Andrew Smith- Edita: Berenice.- Sinopsis: El autor entrevista a todos los astronautas vivos que pisaron la Luna (diez de los doce que hicieron el viaje entre 1969-1972) para averiguar cómo cambiaron sus vidas tras los alunizajes. Pese a haber sido auténticos héroes mundiales de una época gloriosa, muchos de ellos sufrieron después el olvido, el descrédito o incluso la burla de la sociedad. Por eso, viven en el letargo, la inadaptación o simplemente como quien fue destinado durante un largo tiempo a otro continente. Durante todo el libro, Smith se repite una inquietante pregunta: «¿por qué todos los hombres que han sobrevivido a un alunizaje parecen auténticos alienígenas?»