Baltimore
Las vísperas de ayer (II)
Cada vez que los hombres le ponían los ojos encima, la Jeanie Osmond de hace veinte años sabía que lo hacían con deseo y ni siquiera le molestaba suponer que muchos de aquellos tipos la miraban con una mezcla de romántica pasión y clorhídrica suciedad moral. Al reencontrarme con ella de madrugada en el Savoy, Jeanie no dijo nada, pero sin duda sabía que el tiempo no había pasado en balde y que las miradas de los hombres ya no reflejaban ahora la penetrante suciedad de una idea perversa, sino un inconfundible punto de piedad. Las emociones que veinte años antes le producían un mohín de esperanza y mejoraban su fotogenia, ahora sólo servían para causarle un rictus de adversidad o una arruga nueva en el rostro. Aunque procuré evitar el tema del envejecimiento, fue ella quien se enfrentó a la nueva realidad que la madurez abría ante sus ojos. «Conocí de joven en Baltimore a un tipo que se coló por mí y estaba empeñado en que nos casásemos. Yo era para él su porvenir y no le importaba arruinarse si era a cambio de permitirse el pufo de mi belleza. No le hice caso y perdí aquella oportunidad. Hubo luego otros hombres en mi vida, pero el tiempo me dejó sin expectativas a medida que se cebaba en mi piel. Algunos años más tarde volví a encontrarme en Tulsa con el tipo de Baltimore y tuve que recordarle detalles del pasado para que me reconociese. Ya no había deseo en sus ojos, ni suciedad en sus pensamientos. Fue entonces cuando comprendí que mi oportunidad había pasado y que a partir de entonces los hombres serían sinceros y amables conmigo, me ayudarían si se lo pidiese, pero ya no lo harían poseídos por el deseo, sino movidos por la compasión. Así estaban ahora las cosas: me había hecho mayor y mi cuerpo ya no inspiraba las groserías de los hombres. Ya sé que suena vulgar, Al, pero lo cierto es que sólo cuando eres joven y hermosa te das cuenta de que en la delicadeza de los hombres por lo general se esconde lo más sórdido de una tentación. Aquel tipo de Baltimore seguramente llevaba mucho tiempo sin relacionarse con una mujer joven y hermosa, pero eso no significaba que fuese a interesarse por mí. Cuando te haces mayor sabes que a los hombres de cierta edad a veces es el hambre lo que les quita el apetito».
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