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Marta Domínguez reina todoterreno

La Razón La Razón

Marta Domínguez no temía al viento ni a los obstáculos. Tampoco a las rivales y no es porque la menosprecie. Ella se fija en sus piernas, en que respondan al ritmo que le marca su cabeza, y si es así se siente capaz de todo. Por ejemplo, de ganar un Europeo de cross en su primera participación, aunque sea una disciplina que no le guste. Lo que importa son sus piernas y ayer, en el circuito Monte La Reina, en Toro, a 120 kilómetros de su casa, fueron como la seda, inalcanzables para el resto de rivales, impresionante, como la actuación de Rosa Morató en, como reconoció, el «mejor día» de su carrera deportiva. La barcelonesa, la mejor española en obstáculos, no tuvo problemas para saltar los más de 40 troncos que había en el recorrido. Está acostumbrada a superar vallas más altas con una ría debajo. Siempre escondida, muy inteligente, se colgó la medalla de bronce. La actuación de las dos atletas y la gran labor del resto de la expedición nacional llevó a las chicas a lo más alto del podio por equipos, un hecho histórico, pero con Marta por medio es «fácil» hacer historia. Logró el primer oro individual para España en esta prueba. Ni los chicos, habituales medallistas, ayer primeros por equipos, habían estado nunca en lo más alto en las 14 ediciones disputadas.

Marta Domínguez era una novata muy especial en el Europeo de cross. Siempre tuvo la carrera bajo control. Todo estaba en su sitio en la salida. Cara de concentración, cinta rosa en el pelo, zapatillas del mismo color y esprint inicial para coger posiciones. La palentina estuvo siempre donde quiso, donde le gusta, aunque en lugar de un tartán estuviera pisando hierba. Daba lo mismo. «He intentado ir siempre resguardada, por la calle uno, como a mí me gusta, y mejor imposible». Por la calle uno, aunque en cross no haya calles, es decir donde ella siempre corre y donde no permite que la muevan.

La rusa Konovalova, infinita, empezó liderando la prueba a ritmo vivo, con Marta y todas las favoritas detrás de ella. La palentina, que era la mujer a vigilar, lo tenía todo dominado. Miraba a un lado y a otro y en un momento en el que le dejaron en cabeza, frenó para volver a ponerse detrás. Hacía lo que quería, se abría para saltar los obstáculos y volvía al grupo, pese a que varios codos trataban de impedirlo, para refugiarse del viento, el gran problema de la carrera de Toro. En una parte del circuito daba de cara, y en otra ayudaba en la espalda.

Superados los cinco kilómetros llegó el ataque que seleccionó a las atletas que lucharían por el triunfo. Fue de la húngara Kalovics, peligro- sísima, y tras ella salió Marta, la francesa Coulaud y... Rosa Morató. La obstaculista española sufría, pe- ro aguantaba bien e incluso tuvo fuerzas para dar otro tirón. No le gustaba la compañía, quería que alguien se descolgara, que quedaran tres para repartirse las medallas, y Kalovics cedió. Morató apostó fuerte y acertó. Quedaban tres, el oro, la plata y el bronce, faltaba poner nombre a cada uno de ellos y no hubo demasiadas dudas. En el único repecho, pequeñito, que había en Monte La Reina, Marta cambió el paso, poderosa, insuperable, y se marchó directa a la gloria.

A falta de 200 metros la cara de nervios y tensión cambió por una enorme sonrisa. Ya se veía gana- dora. A falta de cien, mi- raba al cielo, y un poco después empezó a saludar a la afición, fiel, antes de levantar los brazos y quitarse la cinta del pelo. Lo primero que hizo tras dos segundos para tomar aire fue mirar atrás. Entró en meta la france- sa Coulaud y un poco después, Rosa Morató. Se fundieron en un abrazo. El abrazo de las campeonas que Iris Fuentes-Pila (duodécima), Alessandra Aguilar (decimoséptima), Judith Plá (vigésima) y Sonia Bejarano (vigesimoprimera) hicieron todavía más valioso con la medalla de oro por equipos.

«Me sabe a gloria», afirmó Marta. Hace quince días no tenía claro si competiría en la carrera, pese a llevar «cuatro meses de sufrimiento». A la hora de afinar la puesta a punto se vio bien. Sus piernas estaban bien, fuertes, y la convirtieron en el primer español, hombre o mujer, dorado en la prueba continental de cross. Le dieron su duodécima medalla internacional. Sólo le falta una, la olímpica, su maldición. Un sueño que este verano en Pekín espera convertir en realidad.

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