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Melancolía

La Razón
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Hace unos días, el Instituto Cervantes realizó una encuesta entre los 450 millones de personas que hablan español para averiguar cuál es su palabra favorita. Es el tercer idioma más hablado del mundo y sólo un 10 por ciento de los hispanohablantes vivimos en España, su lugar de procedencia. Dentro de poco tiempo, ocupará el segundo lugar, por lo que resulta bastante absurda la cruzada emprendida contra este idioma en algunas comunidades autónomas. No parece inteligente que a un niño se le prive de la posibilidad de aprender sin esfuerzo uno de los tres idiomas más hablados en el mundo, o se le pongan mil trabas para ello. No se evitará que conozca al mismo tiempo la lengua oficial de la comunidad en la que reside, con el beneficio de que el bilingüismo le facilitará en el futuro el aprendizaje de otros idiomas. Pero volvamos al trabajo demoscópico llevado a cabo por el Instituto Cervantes en el que cada uno de los países participantes aportó su palabra preferida. Si yo hubiera sido una de las personas encuestadas habría apostado, sin duda, por el término melancolía. Aparte de su sonoridad, que me gusta, creo que su significado resulta muy apropiado para describir sintéticamente el sentimiento que provoca en una gran parte de españoles la situación por la que atraviesa el país. Según la Real Academia, la melancolía es un estado de tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas morales que impide a quien la padece encontrar gusto o diversión. ¿Qué se puede sentir sino melancolía ante la repetición de errores, incapacidades o falsedades con que el Ejecutivo intenta atajar el tsunami económico que soportamos? Un día ve brotes verdes, que se agostan horas después y que resurgen sin que nadie los haya regado; y así ha perdido toda credibilidad. También produce melancolía comprobar que le medida más clara de las adoptadas por el Ejecutivo ha sido también la más fácil y al mismo tiempo la más injusta: la subida de impuestos indirectos sobre el tabaco y la gasolina. Y qué decir de la falta de inquietud intelectual ante el debate de las nucleares. Personas que hace tres décadas estaban en contra de esa clase de energía ahora se replantean sus antiguas convicciones. En cambio, el presidente Zapatero no sólo no las pone en duda sino que acude a una entrevista televisiva con unos datos totalmente falsos sobre la situación actual de las nucleares en el mundo. En otro orden de cosas, ¿qué se puede sentir sino melancolía ante el último asesinato de ETA o la reacción de sus acólitos pidiendo la enésima negociación como condición sine qua non para que la banda deje de asesinar, chantajear y aterrorizar? Es la historia de nunca acabar. Los terroristas se hacen notar de la única manera que saben e, inmediatamente, lanzan una «oferta» de negociación para ver si el Gobierno «pica». El Ejecutivo Zapatero ya cayó una vez en la red de engaños tejida por la banda y sus secuaces, con el resultado por todos conocido, por lo que parece poco probable que se deje engatusar nuevamente. Un dato positivo en medio de tanta tristeza, la unidad de todos los partidos para desterrar democráticamente de la vida política cualquier espejismo de negociación que pueda albergar la banda.