Historia

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Réquiem por un ángel podrido

Aquellos pobres condenados de antemano, cayeron en el infierno de la libertad y se quemaron, como mosquitos refugiándose en un farol

La Razón
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La muerte hace unas semanas de mi entrañable compañero Castilla del Pino, ha conmovido a la parte más progresista de nuestra sociedad. Quienes hemos vivido, ya en plena madurez, bajo el régimen de Franco, la transición y el cambio, le debemos, con el testimonio de su vida y su obra, uno de los mayores asideros de la memoria histórica. Pero no en un solo aspecto. Su significación es tentacular, y voy a centrarme en uno de ellos, que me ha tocado sufrir muy de cerca. Y esto es la frustración, la desorientación y el aniquilamiento de una determinada juventud, sacrificada por el sistema en que nacieron. Pobres inocentes, ángeles podridos. La película de Michael Haneke, recientemente premiada en Cannes con la Palma de Oro, describe un ambiente previo a la declaración del nazismo en Alemania, pleno de represión moral, de hipocresía, de ideales caducos, que es tanto como decir sin ideal alguno. Aquellas criaturas, educadas en un ambiente tal, serían el holocausto íntimo del nazismo, los ángeles podridos por un falso ideal, arrancados de su frustración pera llevarlos a morir. Podríamos establecer un paralelo con los últimos años del franquismo, en los que parte de una generación enfermó y, ya implantada la democracia, se malogró bien trágicamente.Las primeras noticias que yo tuve de Carlos Castilla, fue a través de un joven amigo, intelectual «con problemas», los mismos que él acusó en sus escritos teóricos y libro de consultas en su clínica cordobesa, sobre los problemas psíquicos de aquella juventud, nacida de la dictadura. Pese a la educación y a los desvelos de algunos padres «resistentes», por mantener en ellos su aspiración a un mundo de mayores libertades civiles, nada sirvió. Los chicos cayeron en la confusión y el desbaratamiento psíquico, en el desarraigo emocional, por contraste con el mundo exterior, los hippies, las drogas, las flores, el rock y hasta la revolución de los claveles.Nada más desembarcar yo en Madrid, en pleno franquismo todavía, en el año 63, tuve la fatalidad de encontrarme con varios representantes de esa juventud intelectual «con problemas». Supuestamente, yo venía de un mundo libre, y se me pegaron como moscas. ¿Qué pretendían encontrar cerca de mí? La libertad interior que uno pueda sentir es intransmisible. Y aquel que primero he citado, un fino andaluz, dejó en mí una memoria imborrable cuando, llorando de desesperación, me confesaba: –Yo no quiero «na», yo no tengo gusto por «na», no me siento «na», yo no soy «na». ¿Qué cosa «tremenda» le estaba ocurriendo a esta gente?Aquel virus generacional lo pude comprobar de inmediato, porque venía de fuera, pero Castilla ya lo estaba testimoniando, reflejando en libros «revolucionarios», de puro sensatos y objetivos, como su famoso tratado sobre la depresión. Ya fuera gente humilde, pueblerina o campesina, que jóvenes de clase media, relativamente mejor informados, pero totalmente desarmados por el sistema. Se trataba de algo psíquicamente malformado, contradictorio, dificilísimo de remediar. La historia y la memoria de un país, tiene que recurrir al testimonio de Castilla del Pino, para tener constancia de este drama, de cuánto sufrieron esos padres, esas familias... Porque aquello no tuvo remedio. Perdida y bien perdida fue aquella generación, por «el desencanto» y la propia libertad sexual, que hubiera podido salvarles, pero fue tan mal entendida como todo el resto. Aquellos pobres condenados de antemano, cayeron en el infierno de la libertad y se quemaron, como mosquitos refugiándose en un farol. Ardieron ante nuestros ojos, transmitiéndose el sida, con agujas cien veces usadas en la clandestinidad, provocándose la muerte y el delirio voluntario, su salida del mundo real, despistados hasta lo infinito y, en el fondo, no deseando «nada concreto. Ese «nada» totalitario y radical, como respuesta de tales víctimas, para las que todo dejó de tener valor, esto y aquello, todo: –«Ahí os quedáis con vuestros valores, que para nosotros no significan nada ya». Como los muertos en las cunetas, en la guerra civil, estos pobres ángeles podridos también necesitan re-vindicación por los que perdimos hijos y amigos en ese «mini-holocausto juvenil» de los últimos años del franquismo.