Australia
Viajeros último modelo
Internet y la facilidad para viajar han cambiado el tradicional perfil de los escritores de viajes
¿Por qué siempre se le tiene que nombrar a él? Porque es inevitable. Una computadora estaría de acuerdo. Démosle el retrato robot del «escritor viajero moderno». Y estos datos: la nueva tecnología permite desplazamientos mas rápidos, baratos, a cualquier lugar y facilita cantidad de información impensables medio siglo antes. ¿Qué autor representa el espíritu resultante? ¿Quién ha amortizado de forma más clara tantos cambios? «Enter»: Bruce Chatwin. Un hombre delgado, ligero de equipaje, libretita a mano, que emprende viajes de dos o tres meses, a menudo menos. La experiencia «in situ» la contrasta con el saber acumulado durante varios años de lecturas y pesquisas «estáticas» sobre el lugar en cuestión. Por eso, cuando pisa el terreno que debiera parecerle nuevo, rememora a los que lo pisaron antes, cada paso le recuerda a mil, y es como si sus dos meses adquirieran la perspectiva de tres siglos o de diez. Entonces, escribe. Espectáculo y nomadismoEl escritor viajero moderno dispone de más historia y kilómetros que ninguno y lee la Tierra como el Globo que es, un juguete que le espera y que de algún modo conoce. Puede llegar adonde sueñe en cuestión de horas. Y hay que ver cómo Chatwin exprimió esta ventaja, escribiendo sobre cuatro continentes, dotando de un aire espectacular a la idea «nomadismo». Chatwin puso las facilidades modernas al servicio de su ambición, combinó erudición, ritmo y mapas de forma inaudita, abriendo puertas y marcando pautas. Paul Bowles anotó en «El cielo protector» que uno de sus protagonistas «no se consideraba un turista; él era un viajero». Y hay algunos melancólicos, como Claudio Magris, que se muestran preocupados porque «en el mundo administrado y organizado a escala planetaria, la aventura y el misterio del viaje parecen acabados. De todos modos, moverse es mejor que nada». O sea que algunos de los adelantos que explotó Chatwin han sido vistos como rémoras por otros, una mayoría, y esto quizá explique el relativo impacto de su herencia. Cuando el Auténtico Viajero Moderno oye hablar de turistas, globalización y otros horrores, chasquea la lengua, se cuelga la mochila y sale ahí afuera. Le impulsa la dromomanía, la enfermedad del que no puede dejar de viajar... es su única certidumbre. No importa que el terrorismo haya extendido el miedo a la aventura. El miedo pierde frente a esta necesidad.Entre los últimos autores, Bill Bryson resume bien esta forma de viajar. Sus libros se construyen bajo principios periodísticos, amalgamando anécdotas y relatos con episodios vividos por él que, gracias a una narración cómplice, hicieron de «En las antípodas» un superventas mundial. La vividez de su estilo, el tono dicharachero «moderno», se ve afectado por un síndrome de comodidad intrínseco a la idea «turist»: Bryson dese-chó explorar Cape York aduciendo que «Cooktown es el último pueblo de Australia. Más allá no hay más que algún asentamiento aborigen a lo largo de 600 kilómetros de pista». Ryszard Kapuscinski habría realizado ese viaje para recorrer justamente Cape York. Para esquivar lo trillado. También desde el periodismo, Kapuscinski se vale de entrevistas, pero sus viajes poseen otro riesgo, encara los lugares con mayor desnudez y remueve las raíces para mostrarnos los orígenes de la tierra y las personas. Neurosis de una épocaEl periodismo ha influido en los viajeros modernos. Les ha dotado de rapidez, versatilidad, estilo directo y gráfico, además de una instrucción forjada a base de lecturas eclécticas que permiten establecer asociaciones. Un claro ejemplo es Jan Morris, la autora que, sobre todo en la década de los ochenta, logró reflejar las neurosis de su época a través de los lugares apoyándose en una obra generosa en cabriolas que derivaban en imágenes estupendas para entender un lugar. Estas coqueterías le valieron el apelativo de «Mary Poppins literaria». Otro talento de Morris es no escatimar los análisis críticos de las geografías que aborda. La posibilidad de viajar por el mundo amplía el abanico de las comparaciones y por eso la ferocidad del viajero actual es distinta de las de sus antecesores. Se trata de una ferocidad mejor informada. En este «equipo», Paul Theroux es una eminencia, abanderado de castigadores, seguro de las virtudes de su cultura occidental y dispuesto a ridiculizar sin complejos las barbaridades –según él– que encuentra por ahí. Incisivo y documentado, resulta ejemplar su «En el gallo de hierro», donde vapulea el servilismo chino. Entre los que han depurado estéticamente el género destaca Nicolas Bouvier, que ha sintetizado los tiempos modernos en su prosa, en su forma de mirar tan pró- xima a la poesía, en su capacidad para ilustrar y ser exacto. Habilidades que se observan en cualquier autor clásico, pero que en él surgen con una frescura familiar, digna del XXI. Más allá de las noticiasY por fin está el viajero que, como Jordi Esteva, apunta a un sitio donde todos miran y saca un conejo imprevisto. ¿Dónde estaba? ¿Por qué nadie había escrito un libro tan a fondo sobre «Los árabes del mar»? ¿Árabes y desierto no eran sinónimos? Esteva es uno de los que rascan más allá de las noticias y demuestran que los debates sobre turistas y falta de rincones vírgenes no hacen más que distraer de lo que importa: viajar. En este puñado de «novedades» que podrían distinguir al escritor de viajes moderno, extraña lo poco que se ha explorado la vía abierta por «En la Patagonia», de Chatwin. Con ese título, el de Sheffield demostró que para el libro de viajes existía un camino alternativo al acostumbrado relato lineal con un inicio-desarrollo-fin. Inspirado por la lección de arte bizantino del Viaje a Oxiana de Robert Byron y su experiencia en el mercado artístico, Chatwin consideró al género apto para el laboratorio y ejecutó una abstracción. «En la Patagonia» rompe el molde del género, trae los viajes a la vanguardia del arte, habla de sus inmensas posibilidades. Luego, ha habido prospecciones más o menos impresionistas, pero casi siempre faltas de fortuna. Aun así son pocos los que han explorado esa vía. Fantasear con el viaje se antoja uno de los desafíos más atractivos para los que nos dedicamos a esto. Ser modernos «de verdad». Llevar nuestra libertad como viajeros y escritores hasta donde este mundo nos conceda.
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