Estados Unidos
"Impeachment” a Trump: abuso de poder y obstrucción
El inquilino de la Casa Blanca se convierte en el tercer presidente de la historia de EE UU en ser impugnado
Al filo de las 9 de la mañana de este miércoles, hora de Washington, después de casi 12 horas de debate, remataron las deliberaciones más importantes en la historia del parlamentarismo estadounidense en décadas. Por 230 votos a favor y 197 en contra de acusar por abuso de poder y 229 por 198 respecto al cargo de obstrucción, el Congreso de EE.UU ha votado la apertura del impeachment contra Donald Trump.
Desde Michigan, donde su campaña había convocado un mitin desde mucho bastante antes de saber que hoy sería la fecha elegida para la votación, Trump saludó a un auditorio enfervorizado y bromeó con las acusaciones. El público respondió con vítores y gritos contra la prensa.
Se trata de la tercera vez en la historia que un presidente sufre el llamado juicio político. Antes que él estuvieron Andrew Johnson y Bill Clinton. Richard Nixon no, pues dimitió en cuanto el Comité Judicial, que investigaba el Watergate, aprobó los cargos por los que sería juzgado.
La sesión del Congreso, presidida por la demócrata por Colorado Diana DeGette, tuvo primero que decidir sobre las reglas. La Constitución no deja claro cómo afrontar el proceso, evidentemente inusual, y cuyo despiece burocrático y reglamentario corresponde dilucidar a los propios congresistas. La sesión, que arrancó con ese rumor sordo de las grandes ocasiones, como si el peso de los libros, abiertos de par en par, aplastase a los protagonistas, pronto derivó en un combate dialéctico.
Ha habido acusaciones graves por los dos bandos, denuncias de fraudes, insultos. En palabras del congresista Steve Cohen, «en 2019, el presidente Trump buscó la interferencia extranjera cuando necesitaba un favor de Ucrania. El presidente atacó de forma continua nuestro sistema de elecciones libres y justas. Yo hice un juramento. E insto a mis colegas a cumplir ese juramento y ponerse de pie frente al abuso del poder por parte del presidente y su obstrucción del Congreso».
Esas fueron, esas son, exactamente, las dos acusaciones contra el presidente.Abusar de su poder, en tanto en cuanto pidió al presidente de un gobierno extranjero que investigase a un ciudadano estadounidense, a la sazón hijo de su mayor rival político, y bloquear todas o casi todas las peticiones de información cursadas por los comités del Congreso durante la investigación. De hecho, las palabras de Cohen sirven como emblema de las razones ofrecidas en en estos meses por los demócratas. A saber, que la injerencia de Trump en los asuntos de Ucrania para favorecer sus propios intereses políticos podrían alterar los resultados electorales en 2020. El “Rusiagate”, actualizado, por más que en su momento el Comité Judicial rechazase encausar a Trump por los presuntos bloqueos a la justicia cometidos durante las pesquisas del fiscal especial, Robert S. Mueller.
Por supuesto los republicanos han contraatacado. Responden que todo tiene que ver con los afanes demócratas para ganar fuera de las urnas lo que parecen incapaces de conquistar dentro. Así el vicepresidente, Mike Pence, al que CNN y otros canales mostraban en un acto en Michigan, convencido de que el presidente es víctima de un complot organizado por una oposición inutilizada para la actividad pública, embarrada en una sucesión de «investigaciones interminables» y emperrada en destituir al presidente por las bravas. “A decir verdad”, explicó Pence, consciente de que si el “impeachment” saliera adelante en el Congreso sería automáticamente investido como presidente de EE UU, “lo que está sucediendo en Capitol Hill es una desgracia. Desde el primer día de esta administración, los demócratas en Washington han tratado de anular los resultados de las últimas elecciones, y hoy vuelven a hacerlo con su voto de juicio político partidista”.
Pence, y muchos como él, acusan a Trump por buscar la verdad en Ucrania, una democracia todavía frágil, condicionada por la agresión rusa y aquejada de problemas de corrupción que no pocos describen como estructurales. Ubicar ahí al hijo de Joe Biden, Hunter Biden, en su papel de lobbista generosamente retribuido, mientras su padre ejercía como vicepresidente, no les parece una cuestión menor. Mucho menos partidista o indigna.
El protagonista -por cierto- que tenía previsto acudir a un mitin político por la tarde, tuiteó con gran despliegue de mayúsculas sobre las «ATROCES MENTIRAS DE LA IZQUIERDA RADICAL Y LOS DEMÓCRATAS QUE NO HACEN NADA. ESTO ES UN ASALTO A AMÉRICA Y AL PARTIDO REPUBLICANO». De paso aprovechó para citar a los periodistas que lo defienden desde meses, como el influyente Andy McCarthy, en Fox NEws, convencido de que la famosa llamada del 25 de julio no fue nada y que, por añadidura, un presidente « no puede ser destituido de su cargo si no hay una posibilidad razonable de que el Senado no lo condenará ni destituirá».
Por cierto, Trump, en una carta muy comentada que envió el martes a la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, había adoptado una retórica que parecía propia de los demócratas, repleta de apelaciones a los padres de la Constitución, el alma de la república, los valores de la democracia y demás parafernalia con la que unos y otros se atacan sin tregua. Unos y otros se acusaron en el Congreso de odiar al presidente.
Unos y otros citaron los millones de dólares que procesos así cuestan, invocaron el precedente del “Rusiagate” y subrayaron el peligro para la democracia que anida en, por un lado, la hipótesis de un comandante en jefe que desde el Despacho Oval se dedicase a conspirar con líderes extranjeros y, del otro, la idea de una suerte de “impeachment” concebido como arma de destrucción masiva, sustituto de los procedimientos convencionales y herramienta poco menos que convencional para liquidar la legitimidad de los presidentes incómodos. Que podrían ser todos de preguntarla al partido en la oposición, sea quién sea.
“Esto”, clamó el republicano Paul Mitchell, «transforma la impugnación en una herramienta electoral». Curiosamente, frente al ruido de las primeras horas, no bien quedaron fijados los términos del debate muchos de los congresistas abandonaron sus puestos. Se respiraba un cierto aroma a decisión tomada, a rodillo inapelable, y sólo tocaba apuntalar bien la intervención de cada uno, delante de las cámaras, y regresar más tarde para el voto. Un voto que, dadas las mayorías de las cámaras, siempre pareció cantado. Igual que en el Senado. Sea como sea, EE UU ha inaugurado un ciclo electoral absolutamente explosivo, marcado por los ataques ad hominen y las quejas más duras, las incriminaciones del rival y la guerra sin cuartel contra el enemigo ideológico.
✕
Accede a tu cuenta para comentar