Coronavirus

Un confinamiento en ultramar (XXXI): Presidente desencadenado

Su revolución ha consistido en elevar la locura por uno mismo hasta las más altas magistraturas del Estado»

El presiednte de EE UU, Donald Trump, sugirió ayer inyectar desinfectante y luz a enfermos del Covid-19 para tratar de neutralizar al virus
El presiednte de EE UU, Donald Trump, sugirió ayer inyectar desinfectante y luz a enfermos del Covid-19 para tratar de neutralizar al virusEvan VucciAP

A Donald Trump, después de escuchar que los rayos de luz liquidan virus y gérmenes, le seduce meter «luz dentro del cuerpo, ya sea a través de la piel o de otra forma». Si viera documentales de animales sabría que esa es la razón por la que los buitres toman el sol. Pero el único buitre que ha visto en su vida lo saluda a diario en el espejo y uno duda de que le interese algo más que sus propias intervenciones en televisión o lo que otros digan o escriban de él. Su revolución ha consistido en elevar la locura por uno mismo hasta las más altas magistraturas del Estado, caballetes dispuestos para pintar su busto de césar visionario. Las circunstancias han hecho del botarate un triunfador, del país un campo de juegos para un hombre dedicado a reventar, meticuloso, las salvaguardas racionales y legales que nos libran de la barbarie y, de paso, del ridículo, siempre imperdonable. A Trump, que le va la marcha, el chachachá, la rumba electrónica y el mambo espídico que provoca aspirar sus propias invectivas, le parece curioso que los desinfectantes liquiden el coronavirus en un minuto. Pregunta sin ánimo de guasa si «no hay alguna manera de que podamos hacer algo así mediante la inyección en el interior, casi una limpieza». Normal, pues «ves que entra en los pulmones y causa un daño tremendo, sería interesante comprobarlo».

Necesitas ser muy cruel para no apiadarte de los pobres científicos que lo acompañan. Aunque todavía hay clases y no es lo mismo Anthony Fauci, bendito sea, que Fernando Simón. Y haríamos muy mal si nos sorprenden sus elucubraciones sobre los rayos ultravioletas en las entrañas o las friegas de cloro y lejía en los pulmones. Indicaría que vamos cortos de memoria. Como buen populista, necesita las conspiraciones para plantar semillas venenosas contra el sistema. Léase Washington, Wall Street, los medios de comunicación, las universidades, los servicios secretos, las potencias extranjeras, los extraterrestres o sus mil y un enemigos reales o imaginarios. La narrativa populista, su cháchara gratuita, está condenada al fracaso si no despacha antes sus buenos hombres de paja y sus odiadas castas para bombardear las costa mentales del votante. Pregunten si no a esos políticos españoles, podémicos para más señas, que defienden a sus gorilas, condenados por agresión, mientras atacan a los jueces que los condenan. Los populistas, tribunos, del odio, son menos que nada sin fantoches de guardia, espectros al quite y sus monstruos de fantasía. Que no son los entrañables de la Universal si no caricaturas tricotadas a la medida de la repugnancia que sienten por el estado de Derecho y las libertades. A lo que iba, asombrarse porque Trump distribuye teorías que lo acreditan como licenciado de una imaginaria universidad de traficantes de ungüentos mágicos y o vendedor de esotéricos emplastes implica desconocer por completo su trayectoria.

Tampoco necesitan fatigar los papeles de la Biblioteca del Congreso ni husmear entre las colecciones de especímenes en formol que atesora Harvard para toparse con decenas de embustes, bolas, majaderías, memeces, embelecos y trolas patrocinados durante años por el augusto presidente. Hablamos del tipo que insistía en que Barack Obama había nacido fuera de EE UU y lo retaba con mohín pueril de niñato mimado y mimosín a que el otro exhibiera su certificado de nacimiento. Cosa que hizo, y dió igual. O peor, porque Obama humilló a Trump con un descacharrante discurso y Trump, ay, respondió, aguijoneado en su ego de chimpancé, zaherido en la capa de farsas que preservan el vacío interior que lo define, presentándose a las primarias republicanas, con las bellas consecuencias de todos conocidas. Basta con acudir a Wikipedia para cerciorarse que reúne no menos de 19 teorías más o menos enloquecidas publicitadas por el amigo. Entre otras ha coqueteado con la idea de que Obama pensaba declarar la ley marcial y anular las elecciones de 2016, al mismo tiempo que encerraba a todos sus críticos en unos misteriosos campamentos levantados por la Agencia Federal de Emergencias. La lista de chifladuras, de Ucrania a Rusia, del FBI a la muerte de varias celebridades, es demasiado larga como para extendernos. Y eso que la wiki no incluye los guiños a los antivacunas. Que no lo digo yo, que lo dijo el mismo en febrero de 2018, después de reunirse con Robert F. Kennedy, que en su momento comparó las clínicas pediátricas con los campos de concentración y habló de la, uh, relación, o lo que sea que delirara, entre las vacunas y el autismo con el Holocausto. Trump, sí, estudiaba «la posibilidad de crear una comisión que estudie el autismo».