Internacional
Un confinamiento en ultramar (LXI): Pacta o muere
Hoy, que el PP duda con el estado de alarma, el mecanismo rula rugiente: ya le atribuyen los cadáveres por llegar
La maquinaria de propaganda gira como una thermomix carnívora. Pacta el estado de alarma o muere. O yo o el meteorito, y tú en el papel de dinosaurio. Un mensaje muy similar, por cierto, al que justificó el experimento quimicefa de la moción de censura del brazo de los golpistas, los albaceas de ETA y los enemigos declarados de la democracia que llegó en el 78, y que a la postre alumbró el engendro Frankenstein (Rubalcaba dixit).
Tampoco hay diferencia respecto a cómo actuaba el sanchismo en la oposición. No es no es no es no es no es no. La culpa, en todo momento, en todo lugar, de todo y ante todo, del PP. Que no mantiene un trato decente con las ideas. Que cultiva motivaciones siniestras y sucios intereses. Al que sale gratis acusar, vilipendiar, señalar. Siempre. Recuerden el ébola. Palmó un chucho con nombre sable artúrico.
Pero la melodía fue la propia de un zafarrancho. Hoy, que el PP duda con el estado de alarma, el mecanismo rula rugiente: ya le atribuyen los cadáveres por llegar. En el plano personal, permiten el tono confesional, lo peor es que me obligan de nuevo a defender a un PP al que nunca he votado. Un PP que, por cierto, haría bien en proponer algo. Un PP que, a la postre, sigue gobernando, vía los presupuestos de Cristóbal Montoro, que es ya el piano mecánico y económico que nunca se gasta y pasa de padres a hijos, de hijos a padres, del PP al PSOE y viceversa, con los presupuestos intactos.
Claro que una cosa son las discrepancias políticas y otra la indignación de contemplar semejantes mañas, semejantes ataques. Propios de un hatajo de fulleros y filibusteros oportunistas, que con tal de mantenerse en el poder han optado por demonizar a la oposición liberal y caminar con las peores compañías. El mismo gobierno que, con la lección bien aprendida de Trump, no asume su responsabilidad en los miles y miles de muertos, el puesto de Champions que ocupamos a nivel de parcas, la chapuza constante, los mensajes de traca, el jolgorio del 8-M, etc., el mismo, dice ahora que o bien el PP aporta el apoyo que lleva brindándole gratis desde hace semanas o será responsable de las muertes que lleguen.
El gobierno de Pedro Sánchez maneja unos números económicos incluso más turbadores de los que imaginamos. El país con más muertos por habitante después de Bélgica (y eso que según el New York Times no hemos contado varios miles) se va a la mierda. Avanzamos hacia el despeñadero. No hay economía que resista esta congelación; mucho más cuando los sectores más devastados son nuestros principales pilares. La inutilidad sistémica de las autoridades, que eligieron el carnaval de la performance antes que atender a lo que sucedía en Italia, nos condenó a perder unas semanas claves. Decisivas para comprar materiales de protección y tests antes de que el mercado internacional agotase los remanentes. El PP debería de explicar, ahora, ya, cual es su postura.
¿Estado de alarma? Perfecto. A cambio de que Podemos salga del gobierno. El PP debe de entender, también, que o comparte parte de la lluvia de mierda que empieza a bañar al gobierno o cuando escampe el temporal, y Sánchez no sea sino una mala memoria, fruto de la indigestión de populismo y la conjura de unos impostores, no habrá nada que gobernar. Ni país ni economía ni autonomías ni ciudades ni nada excepto un pira funeraria a la que nadie en su sano juicio querrá acercarse. Es muy posible que se trate del escenario distópico soñado por los tiburones de ERC y los filibusteros neofeudales del PNV.
Entiendo que la hecatombe, lejos de asustarlo, estimula las ansias terminales de una podemia que sólo prospera en el dolor y el enjambre del guerracivilismo, avispones famélicos de perros de paja y hombres de goma y monos empapados en gasolina para quemar entre aullidos. Pero ni al PP ni al PSOE les conviene ese escenario. Ingobernable. Lo advierten los sabios en las redes y los periódicos. O consenso, con técnicos realmente cualificados, con los populistas a mil millones de kilómetros del puente de mando, o muerte por radiación nuclear. Esa la auténtica disyuntiva.
No quisiera estar ahora mismo en la piel de Pablo Casado, entre los sondeos favorables y el riesgo de un cataclismo nacional. Tampoco en la piel de esos votantes socialistas que, espero, todavía son capaces de estimar el bien común frente a unos propagandistas que, con tal de garantizarse la hemenogía política y cultural, empujan al PSOE en busca del grial peronista y podémico. Al fondo de la disensión no hay alternancia, sino un paisaje más propio de Cormac McCarthy.
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