Crisis en la región

Israel confirma su hegemonía en Oriente Medio

La ofensiva de los doce días contra Irán evidencia el poderío militar israelí consolidado tras el 7-O

Irán.-Netanyahu afirma que las instalaciones nucleares iraníes de Fordo están "fuera de servicio" tras el ataque de EEUU
El primer ministro israelí NetanyahuEuropa Press

La fortaleza exhibida por la Inteligencia y las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel) durante los doce días de ofensiva militar contra el programa nuclear y defensivo de la República Islámica de Irán -que ha perdido a gran parte de su élite militar y científica y ha sufrido graves daños en sus principales instalaciones nucleares- confirman la hegemonía israelí en un Oriente Medio en plena reconfiguración. La nueva fase regional tiene como fecha de inicio el 7 de octubre de 2023, día en que las fuerzas Al Qods de Hamás penetran en suelo israelí para llevar a cabo una auténtica masacre -más de 1.200 civiles muertos y 250 secuestrados en apenas unas horas- y justo cuando el autodenominado ‘eje de la resistencia’ se disponía a atacar de manera simultánea a la “entidad sionista”, el archienemigo a eliminar. Aunque la información revelada por medios israelíes bien informados en las últimas semanas deja constancia de que la cúpula militar israelí tenía prácticamente diseñada la operación iniciada el pasado 13 de junio contra el programa militar iraní, lo cierto es que Netanyahu y su gabinete decidieron comenzar por neutralizar, una a uno, a las varias fuerzas que constituyen la avanzadilla de la República Islámica en Oriente Medio, desde Hizbulá en el Líbano hasta los hutíes del Yemen pasando por otras fuerzas de filiación chií activas en Siria e Irak.

A mediados de septiembre pasado y después de casi un año de castigo militar a Hamás con consecuencias terribles para la población civil de la franja de Gaza -casi 60.000 muertos según las autoridades sanitarias de la Franja y prácticamente los más de dos millones de supervivientes en situación humanitaria crítica -, las fuerzas israelíes deciden incrementar la ofensiva contra la otrora más poderosa fuerza proxy vinculada a Irán en el conjunto de la región: la libanesa Hizbulá. Más dotada y mejor entrenada que el propio ejército libanés, Hizbulá sería descabezada en tiempo récord merced a una serie de jugadas maestras de la Inteligencia y los militares israelíes después de que durante meses las FDI y la rama militar del ‘Partido de Dios’ intercambiaran fuego a un lado y otro de la conocida como línea azul. Como se conocería en aquellas semanas de septiembre y octubre del año pasado, Tel Aviv llevaba preparando el golpe -cayeron, uno a uno, todos los mandos de Hizbulá incluido su mítico y esquivo secretario general Hassan Nasrallah, asesinado en su escondite de Beirut- desde hacía muchos meses. Ocho meses después de la tregua entre la organización chií libanesa y las FDI, la rama armada ha sido incapaz de apoyar a su patrón, la República Islámica, desde sus bastiones en el sur del país de los cedros.

La razón principal es la mengua indudable sufrida en sus capacidades militares, pero también la presión ejercida contra la organización por gran parte de la sociedad libanesa, que no quiere que su país vuelva a verse arrastrado a un conflicto y ser de nuevo campo de batalla regiona y que exige a la organización terrorista la entrega del resto de su arsenal al Estado.

Simultáneamente, las fuerzas israelíes -acompañadas en esta empresa por la aviación estadounidense y británica- intensificaron el castigo a otra de las fuerzas de entidad alineadas con el autodenominado ‘eje de la resistencia’, los rebeldes chiíes en control del oeste y el norte del Yemen, más conocidos como los hutíes. El movimiento se uniría a Hamás en una campaña dirigida contra navieras occidentales en aguas del mar Rojo, lo que acarreó durante meses graves disrupciones en el tráfico marítimo internacional.

Y a comienzos del pasado mes de diciembre, ocurrió uno de los hechos más improbables del escenario regional: el desmoronamiento en tiempo récord de la dictadura de Bachar al Asad -el régimen se había resistido durante más de trece años con los métodos más brutales- en Siria. El agotamiento de la moral de sus fuerzas armadas y de seguridad y la inhibición de Rusia e Irán, los dos apoyos principales de la autocracia de los Asad, sentenciaron a un régimen nacido del panarabismo y la guerra fría y que había sobrevivido durante más de medio siglo.

Teherán perdía un apoyo clave -un país de mayoría suní pero gobernado por una dictadura militar copada por miembros de la minoría alauí- en el corazón de Oriente Medio. Gracias al apoyo de Turquía, una amalgama de fuerzas yihadistas lideradas por Ahmed al Sharaa tomarían desde entonces el poder en Damasco en un país destruido y dividido.

Pero Israel había reservado el golpe a la cabeza de la hidra para el momento menos esperado. Cuando la Administración Trump parecía más cerca que nunca de alcanzar un acuerdo en materia nuclear con las autoridades iraníes -delegaciones de ambos países habían celebrado cinco encuentros indirectos en Roma y Mascate-, las fuerzas israelíes llevaron a cabo una medida pero contundente campaña aérea -que contó con la presencia de una base del Mosad en el interior del país- contra las principales instalaciones nucleares y militares de la República Islámica.

Una ofensiva que se prolongaría durante doce días merced al cual además la Inteligencia israelí acabaría con la cúpula de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria y la élite científica del régimen de los mulás. El régimen sobrevive, pero a juzgar por las evaluaciones de los expertos, su programa nuclear retrocede varios años, y tendrá que gestionar una situación económica crítica y el descontento creciente de su población. A diferencia de la tibia respuesta iraní en abril y octubre del año pasado a otros ataquees israelíes, Teherán respondió esta vez con varias salvas de misiles balísticos y lanzamientos de drones dirigidos indiscriminadamente hacia suelo israelí, pero, como entonces, se encontrarían con el eficaz sistema defensivo israelí y la cooperación de países árabes vecinos como Jordania.

Y es que otra de las evidencias que deja el nuevo Oriente Medio nacido a partir de octubre de 2023 es la cooperación creciente entre Israel y sus vecinos árabes. Los Acuerdos de Abraham, firmados en 2020 entre Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Israel y EEUU, y a los que se uniría Marruecos, siguen en vigor confirmando la apuesta por la cooperación tecnológica y defensiva. En medio de un profundo rechazo de las opiniones públicas de los países árabes a la normalización con Israel, Arabia Saudí continúa negociando indirectamente las bases de una eventual normalización con Tel Aviv a pesar de que Riad insiste en que no habrá reconocimiento público hasta que no vea la luz un Estado palestino viable. En las últimas fechas los medios israelíes confirman que las nuevas autoridades sirias -islamistas radicales vinculados con Al Qaeda- negocian también un acuerdo de normalización con Israel. Tanto a Tel Aviv como a Damasco les conviene una Siria estable habida cuenta de que hoy es el mejor caldo de cultivo para el surgimiento de nuevos grupos terroristas.

Como otras muchas veces en la historia de Oriente Medio, la superioridad militar israelí no ha bastado para lograr la paz en la región, que sigue mostrándose esquiva. La noticia más esperanzadora para la población de Gaza es que, según las últimas informaciones conocidas este fin de semana, Hamás habría aceptado negociar con Israel un acuerdo para el alto el fuego -en un principio para 60 días- y la entrega de rehenes. Ingente es la tarea que por delante tienen todos los actores llamados a participar en el futuro acuerdo político para Gaza, desde Israel a Estados Unidos pasando por la Autoridad Palestina y las principales potencias regionales. La retórica de los Estados árabes contra el Gobierno de Netanyahu no oculta el hecho de que en las capitales de la región Hamás y los tentáculos de Irán provocan el mismo rechazo que en Tel Aviv.