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Merkel, un faro de seguridad frente a la incertidumbre

Desde 2005, la canciller se ganó el favor de los alemanes con su pragmatismo para afrontar la crisis del euro, la llegada de más de un millón de refugiados o la pandemia

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La elección de Armin Laschet como nuevo líder de la Unión Cristianodemócrata (CDU) marca un nuevo punto de partida para la formación pero sobre todo, un paso más hacia la era post Merkel. Un nuevo tiempo para el que la canciller pidió ayer cohesión y espíritu de equipo y que cierra más de veinte años de liderazgo femenino en el partido que, hasta Merkel, fue feudo de patriarcas como Konrad Adenauer y Helmut Kohl.

Merkel tomó las riendas de la CDU en 2000, tras pasar el partido a la oposición y en medio de un escándalo de cuentas irregulares durante la “era Kohl” que hundió al partido en una profunda crisis. Siguió en el puesto hasta 2018 y tomó su relevo la apuesta continuista representada por Annegret Kramp-Karrenbauer -apodada AKK-, elegida en 2018 como sucesora de Merkel, pero quien tiró la toalla hace un año ante su incapacidad, reconoció, de mostrar “la autoridad debida”.

Con su renuncia se precipitó una nueva edición de la batalla sucesoria que se zanjó ayer y que fue el último episodio de una historia que comenzó hace 66 años en Hamburgo. La actual canciller nació en 1954 -con el nombre de Angela Dorothea Kasner-, hija del reverendo luterano evangélico Horst Kasner y de la maestra Herlind Kasner. Solo mes y medio después, y debido a que su padre fue destinado por su Iglesia para hacerse cargo de una parroquia en el pueblo de Quitzow, su familia cruzó la frontera de la RDA y se estableció en Templin, una pequeña población al norte de Berlín.

Según sus propias palabras, Merkel tuvo “una infancia maravillosa”. Ajena –por aquel entonces- a la situación política de su país, la niña disfrutaba de los idílicos parajes de la localidad, al mismo tiempo que participaba en un coro y asistía con normalidad a la iglesia. “En aquellos momentos –recuerda Merkel- el sentir apolítico hizo de mi vida algo hermoso”.

Sin embargo, la futura canciller también recuerda como, con las visitas de sus primos del oeste, se hacían más palpables las diferencias entre las dos Alemanias. “A mi madre siempre le preocupaba esta situación –asegura Merkel-. Mis primos siempre vestían mejor ropa que nosotros, pero esa circunstancia nunca me importó o me creó tristeza”.

Al contrario, Angela cursó el bachillerato en Templin con un brillante expediente escolar sobre todo en las asignaturas de matemáticas y ruso. Además, y pese a que su padre ejercía una labor que no era apreciada por las autoridades comunistas y que estaba permanentemente en el punto de mira de la temida Stasi, Angela -como otros muchos jóvenes de su generación-, se enroló en las Juventudes Alemanas Libres, la organización juvenil comunista en la RDA. Merkel todavía recuerda como su padre le gritaba: “¡Cuidado, la Stasi lo escucha todo!” cuando hablaba por teléfono.

Una primera incursión en la política que, sin embargo, no fue motivo para que la joven, y pese al riesgo de sufrir represalias educativas o laborales, tomara confirmación religiosa en lugar de la Jugendweihe, un rito civil practicado en la Alemania del siglo XIX y restablecido por el Gobierno de la RDA que simbolizaba el paso de la infancia a la adultez.

Años después, en 1973, ingresa en la Universidad de Leipzig para cursar estudios de física. Allí conoce a Ulrich Merkel –de quien toma el apellido- y con el que contrae matrimonio a la edad de 23 años. Los recién casados entraron a vivir en un minúsculo apartamento en Leipzig, formado por un único habitáculo de 20 metros cuadrados y confiando en que sus futuros ingresos profesionales les permitirían acceder a una vivienda más digna. Cinco años después, y una vez finalizados sus estudios, la pareja se trasladó a Berlín Oriental. Allí, Angela trabajó en un laboratorio durante doce años, casi los mismos que dura la relación conyugal con Ulrich Merkel con el que firma el divorcio en 1982.

Cuatro años después, en 1986, Angela obtuvo el doctorado en Física bajo la tutoría del profesor Joachim Sauer, asimismo divorciado y además padre de dos hijos, con quien inició una relación sentimental que no sería formalizada en segundas nupcias hasta el 30 de diciembre de 1998. La pareja no tuvo descendencia y ella, por razones que no han sido aclaradas, no adoptó el nuevo apellido de casada sino que siguió apellidándose como su primer esposo.

Por lo que se refiere a Sauer, ejerce con una cátedra de Química en la Universidad Humboldt de Berlín. Poco más se sabe de la vida sentimental de la actual canciller además de que reside discretamente junto a su marido en su piso de toda la vida en el centro de Berlín, justo enfrente del Museo de Pérgamo. “Es una persona muy cerrada que aprendió bajo el régimen de la RDA a no expresar nunca lo que piensa”, dice su biógrafo, Gerd Langguth.

Y esta teoría la lleva a rajatabla en lo que se refiere a su vida privada. Una preferencia que comparte sin ningún tipo de titubeo con su marido, que parece dispuesto a seguir enarbolando sin ningún tipo de perjuicio el título de “fantasma de la ópera”; apodo que le ha puesto la prensa alemana, ya que al profesor solo se le suele ver en público en contadas ocasiones, como en la ópera, a la que el matrimonio es aficionado.

Esta situación, sin embargo, no ha impedido a Merkel tener una relación casi maternal con los alemanes. Al igual que muchos de ellos, la canciller se relaja con tareas prácticas como la cocina, con una buena dosis de sueño, y en Navidad esquía. Aficiones que le impiden pensar en política –dice-, en una de las pocas alusiones a su esfera privada, y eso es algo “que sienta muy bien”. Muchos alemanes saludan su pragmatismo y simplicidad.

Una sencillez que ha caracterizado siempre su persona y atuendo. Distante del glamour, Merkel es fiel a su impronta sencilla aunque ligeramente pulida –a base algunos consejos de estilismo- desde que alcanzó el mando del gobierno. En conjunto, una actitud y aptitud que ha mantenido sus índices de popularidad altísimos durante sus años al frente del gobierno.

De la “niña” de Kohl a canciller

Casi la misma popularidad que en pocos años –y a pesar de su escasa experiencia política- la llevaron a ser “la niña” (das Mädchen) del canciller Helmut Kohl. Tras afiliarse en 1989 a Despertar Democrático, partido liderado por Lothar de Maiziere que ganó las primeras elecciones democráticas de la RDA y las últimas antes de la reunificación, Merkel entró a formar parte de la CDU. Ya por aquel entonces, de Maiziere -el hombre que la apadrinó en los inicios de su carrera política-, describió a Merkel “trabajadora como una abeja, con grandes facultades analíticas y capaz de construir estructuras en medio del caos”.

Unas cualidades que, en las filas del partido democristiano, le llevaron a ocupar, tras los primeros comicios de la Alemania reunificada, el puesto de ministra de la Mujer y la Juventud del Gobierno de Kohl. Pero el tándem con el patriarca concluiría en 1998, cuando éste perdió las elecciones contra el candidato socialdemócrata, Gerhard Schröder. Fue entonces cuando tras la derrota democristiana y las acusaciones de corrupción hacia Kohl y Wolfang Schäuble, por entonces líder de la CDU, Merkel se erigió cómo líder de su partido.

Desde entonces, Angie –como también la conocen los miembros de su partido- ha permanecido en la oposición durante la crisis alemana de los últimos años, para finalmente obtener una victoria, más apretada de lo previsto eso sí, ante Schröder, en los comicios de 2005 lo que le otorgó el título de canciller –la primera mujer en la historia de la república Federal Alemana- pero al mismo tiempo, le obligó a gobernar en coalición con los socialdemócratas.

Los analistas políticos subrayan que, por su pasado personal en la extinta RDA, puede ser considerada como la verdadera primera canciller de la unidad y uno de los políticos que mejor entienden las necesidades e inquietudes de los alemanes del este.

Cuando los alemanes vayan a las urnas en septiembre, Merkel habrá cumplido 16 años en el poder y habrá visto ir y venir a tres presidentes de Estados Unidos, cinco primeros ministros británicos, tres españoles y siete italianos. En las numerosas tormentas, ha sido una roca de estabilidad, desde la crisis de la deuda europea hasta la pandemia del coronavirus. De modo que su sucesor se verá ante el desafío de la enorme huella que deja su desempeño.