Tensión entre los dos gigantes

EE UU y China se insultan y amenazan en su primera cumbre desde la llegada de Biden a la Casa Blanca

El primer contacto entre Washington y Pekín se convierte en un inusual choque retórico. «Sentimos el frío de Alaska y el del trato que EE UU nos ha dado», critican las autoridades chinas

La primera ronda de encuentros entre el nuevo gobierno de Estados Unidos y el ejecutivo Chino, celebrada en Anchorage, avanza a trompicones, entre recelos, desconfianza y acusaciones. El enviado por EE UU, Antony Blinken, secretario de Estado, llegaba después de un viaje relámpago por Corea del Sur y Japón. Joe Biden llegó a la Casa Blanca aupado, entre otros caballos, al del multilateralismo y la búsqueda de una mayor implicación de Estados Unidos en la gobernanza mundial y la cooperación entre naciones.

Pero eso no significaba, ni mucho menos, abandonar por completo las tesis de su predecesor, Donald Trump, convencido de que China había traicionado todas las oportunidades brindadas, molesto con la gestión de la epidemia durante sus primeros meses y seguro de que Pekín trataba de colonizar a su favor entidades como la Organización Mundial de la Salud al tiempo que maltrataba las relaciones comerciales entre los dos países, insistiendo en unas posiciones que Estados Unidos considera abusivas. Los jerarcas chinos, por su lado, necesitaban testar las aguas con la nueva administración, después de cuatro años bastante accidentados.

El ministro de Asuntos Exteriores chino, Yang Jiechi, se preguntó en voz alta si «¿Es esa la forma en que esperaba llevar a cabo este diálogo?». A lo mejor, insinuó, «pensamos demasiado bien de los Estados Unidos». Una carga de dinamita, mientras Blinken denunciaba que los socios estadounidenses en el Pacífico contemplan con «profunda preocupación» las maniobras estratégicas de una China cada vez más beligerante. Zhao Lijiang, portavoz del ministerio de Exteriores chino, afeó la conducta de sus anfitriones. «No respetaron los acuerdos previos», dijo, «para las intervenciones iniciales. Esa no es la manera de tratar a un invitado. Por eso China ha respondido».

En su opinión los estadounidenses se habrían comportado como un hatajo de abusones, que ignoraron el protocolo para coaccionar a unos interlocutores que esperaban un clima más propicio. Todo esto llegaba, claro, mientras la tensión con Rusia marcaba máximos inauditos desde el final de la Guerra Fría. La inteligencia de Estados Unidos acababa de acusar al Kremlin de orquestar una campaña para tratar de influir en las elecciones del 3 de noviembre, apostando por la candidatura de Trump, al que siempre consideraron un candidato más propicio.

Curiosamente China habría quedado al margen, mucho más interesada en hacer avanzar sus intereses por vías convencionales, que de jugar a las maniobras oscuras de las que el espionaje estadounidense acusa a sus colegas rusos. Con todo, las tensiones entre los dos países son enormes. Entre otras porque Biden no parece dispuesto a reincidir en las políticas previas a Trump. En Washington parece haber terminado la noción idílica de una China dispuesta a caminar por la senda demoliberal a cambio de concesiones económicas y miramientos diplomáticos.

Desde el deshielo con Richard Nixon al momento actual China ha compaginado un crecimiento económico sin parangón con la absoluta negativa a democratizarse y el poder absoluto del partido único, capitalista y autócrata al mismo tiempo. Las fricciones, por supuesto, tienen mucho que ver con las balanzas comerciales, la lucha por las redes de telecomunicaciones o las batallas por la propiedad intelectual. Pero también existe un ruido de fondo puramente militar, relacionado con la escalada armamentística de Beijing, así como por unas reclamaciones territoriales que van de los islotes artificiales construidos en el Mar de China a una Taiwan permanentemente amenazada y que China considera un asunto interno.

China ya no es el gigante pacífico con el que los vecinos liberales hacían negocios sin temer por sus pretensiones territoriales, sino una potencia crecientemente nacionalista, que abandera reclamaciones de todo tipo y amenaza el equilibrio en una zona clave. Tampoco ayuda la guerra comercial, siempre latente desde que Trump resolvió que era necesario confrontar de forma resuelta, mediante tarifas y aranceles y siempre con la vista puesta en un acuerdo comercial que de momento ha resultado insuficiente.

Por no hablar de las tensiones suscitadas por la pandemia y los crecientes ataques de Beijing contra la maltrecha situación de la democracia en Hong Kong, así como la respuesta de Washington en forma de sanciones. Y está, finalmente, el espinoso asunto de los derechos humanos. Trump acusó abiertamente a China de atacar de forma brutal a las minorías étnicas y religiosas y Biden no puede desdecirse, precisamente, en la denuncia de las violaciones de los derechos humanos. Unas violaciones, como la represión de los uigures, que la Casa Blanca llegó a calificar genocidio.

De hecho, el departamento de Estado comandado por Pompeo habló de deportaciones de miles de personas a campos de concentración y su sucesor, Blinken, comentó que estos movimientos forzosos, «tratando de reeducarlos para que sean afines a la ideología del partido comunista chino habla del esfuerzo por cometer un genocidio». Pompeo, por su lado, había dicho que «desde marzo de 2017, las autoridades locales han intensificado drásticamente su campaña de represión, de décadas de duración, contra los musulmanes uigures y miembros de otras minorías étnicas y religiosas, incluidos los kazajos y los kirguís.

Sus políticas, prácticas y abusos, moralmente repugnantes y generalizados, están diseñados sistemáticamente para discriminar y vigilar a los uigures étnicos como un grupo demográfico y étnico único, restringir su libertad de viajar, emigrar y asistir a la escuela, y negar otros derechos humanos básicos de reunión. habla y adoración. Las autoridades de la República Popular China han llevado a cabo esterilizaciones forzadas y abortos en mujeres uigures, las han obligado a casarse con personas que no son uigures y han separado a los niños uigures de sus familias». Normal que llegado el momento de verse las caras en Alaska saltasen chispas. Demasiados contenciosos en marcha.