Análisis

La brecha en la seguridad y sistema francés

Las autoridades dejan a veces poco espacio para los terroristas, pero la ignorancia del peligro no exime de su existencia

Emmanuel Abayisenga, de 40 años, es un refugiado ruandés que ya fue acusado de haber incendiado la catedral de Nantes
Emmanuel Abayisenga, de 40 años, es un refugiado ruandés que ya fue acusado de haber incendiado la catedral de NantesSEBASTIEN SALOM-GOMISAFP via Getty Images

Un escalofrío sacudió ayer a los católicos franceses al conocer que acababa de ser asesinado un sacerdote a cuchilladas. Inmediatamente, volvieron las imágenes atroces del crimen perpetrado ahora hace cinco años en Saint-Étienne-du-Rouvray, cuando el padre Jacques Hamel fue degollado por dos militantes del estado Islámico (Daesh, Isis). Por cierto, que, según se ha sabido, no eran de los llamados “lobos solitarios”, sino unos terroristas perfectamente dirigidos desde Siria por un yihadista galo llamado Rahid Kassim.

Entre los que son calificados de perturbados, “lobos solitarios” y especies similares, las autoridades dejan a veces poco espacio para los terroristas dirigidos y entrenados por sus cabecillas. Es una estrategia informativa, pero la ignorancia del peligro no exime de su existencia.

Aquel atroz crimen, como el de ayer, pudo haber sido evitado, ya que uno de los autores, Adel Kermiche, había intentado llegar a Siria en dos ocasiones en 2015; fue interceptado en Alemania y Turquía y devuelto a Francia, donde ingresó enprisión. En menos de un año estaba en libertad y las consecuencias fueron terribles.

Lo ocurrido ayer en  Saint-Laurent-sur-Sèvre (Vendée) también podía haber sido evitado. En principio, los hechos no tienen que ver con el terrorismo, pero el autor es un sujeto que parece tener una obsesión enfermiza y criminal contra la Iglesia. Emmanuel Abayisenga, de 40 años, es un refugiado ruandés que ya fue acusado de haber incendiado la catedral de Nantes (Loire-Atlantique), hace poco más de un año.

Tras lo ocurrido en Nantes, fue procesado, encarcelado y, a los pocos meses, puesto en libertad sin, según todos los indicios, un control adecuado. Incluso, trabajaba como voluntario en la diócesis de la víctima, el padre Olivier Maire, de 60 años, que falleció después de recibir varias puñaladas.

El ruandés, después del crimen, se encaminó al cuartel de la Gendarmería y confesó lo que había hecho. No es, desde luego, el comportamiento de un terrorista, pero plantea grandes interrogantes sobre la seguridad que se debería mantener ante quienes han demostrado algún tipo de obsesión compulsiva contra personas o instituciones.

Y esto vale para cualquier país, no sólo Francia.La Guardia Civil detuvo días pasados a un camionero marroquí para que cumpla condena por yihadismo. Era la tercera vez que lo tenían que arrestar. Es decir, seguía circulando por ahí conduciendo un camión pese a los antecedentes que se tienen sobre sus planes criminales, ya que está obsesionado con los ataques suicidas e intentó incorporarse a Daesh en Siria.

La seguridad, en especial en las sociedades democráticas, es un valor a defender ya que los enemigos de la libertad se aprovechan de ella. Derechos, sí, por supuesto, pero para todos, en especial para los que pueden llegar a convertirse en víctimas de perturbados, “lobos”, inadaptados, etcétera. Y de los terroristas.