Opinión

De cómo Ortega presagió el retiro de la estatua de Jefferson en Nueva York

La cultura de la cancelación no se conformó con borrar a Cristobal Colón sino que ahora apunta contra los padres de las naciones americanas

La estatua del ex presidente de Estados Unidos Thomas Jefferson
La estatua del ex presidente de Estados Unidos Thomas JeffersonCARLO ALLEGRIREUTERS

Hace varios días portales de todo el mundo se hicieron eco de la siguiente noticia: Nueva York retira del ayuntamiento una estatua de Thomas Jefferson por su pasado esclavista”. La cultura de la cancelación no se conformó con borrar a Cristobal Colón sino que ahora apunta contra los padres de las naciones americanas. En este caso se trata no solo de uno de los fundadores de la democracia estadounidense, sino también del tercer presidente electo de ese país y autor de su declaración de independencia. ¿Están cancelando la democracia?

Nadie lo vio tan claro como el filósofo español José Ortega y Gasset cuando escribió hace casi un siglo “La Rebelión de las Masas” para describir los fenómenos sociales de su época. En ese ensayo premonitorio del presente actual se lee una frase lapidaria, cuya vigencia permanece y se acrecienta: “Ya no hay protagonistas: sólo hay coro”. Aunque creo que ni la mente brillante del maestro español hubiera podido imaginar en ese entonces, que iba a llegar un tiempo en el que ese coro se iba a dedicar a tumbar las estatuas de los protagonistas de la historia de la que ellos son fruto.

Si nos adentramos en el ensayo de Ortega conseguimos también lo que pudiera considerarse una descripción temprana o al menos un antecedente de lo que hoy llamamos la cultura de la cancelación: “La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado”. Correr el riesgo de ser eliminado es equivalente a decir hoy, correr el riesgo a ser cancelado.

Ortega llamaba a este fenómeno “hiperdemocracia” y lo consideraba algo distinto a la democracia liberal, donde la masa delega en políticos y expertos los asuntos públicos, dentro de una convivencia legal en la que la democracia no podía entenderse sin la ley.

“Ahora, en cambio, cree la masa que tiene derecho a imponer y dar vigor de ley a sus tópicos de café… Hoy asistimos al triunfo de una hiperdemocracia en que la masa actúa directamente sin ley, por medio de materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos”, escribió el filósofo español hace nueve décadas.

La “hiperdemocracia” no es democracia, al contrario, es una deformación por exceso que la termina destruyendo. Toda actuación al margen de la ley es arbitraria y por ende despótica, aunque sea un clamor popular, cuestión muchas veces debatible ya que al final se trata casi siempre de una minoría actuando como masa en medio de una mayoría silenciosa y acomplejada. Ortega defendía y reivindicaba la democracia liberal como ese invento de Occidente que había generado los mayores índices de progreso y bienestar. Lo paradójico es que esa misma democracia había generado también el fenómeno de masificación que advertía Ortega y que ponía en riesgo a la propia democracia que lo engendró. Esto también lo alertó Platón desde los orígenes de la democracia en Atenas con estas palabras: “La servidumbre más dura y más amarga sucede a una libertad excesiva y desordenada.”.

La masa actuando de forma directa y arbitraria, no es democrática desde el punto de vista liberal. Para graficarlo con un ejemplo, lo democrático es presumir la inocencia de una persona hasta que se demuestre lo contrario en un juicio justo respetando el debido proceso. Por su parte lo “hiperdemocrático” (que yo me atrevo a calificar de antidemocrático) es juzgar a priori y generalizar sin ningún análisis profundo de un caso en concreto, con el fin de condenar a toda una sociedad de machista, racista y violadora, incluyendo a sus referentes históricos sacando de contexto los hechos. Lo primero es igualdad ante la ley y lo segundo es supremacismo moral.

El problema es que la democracia no es una conducta natural del Ser Humano, sino una invención de su intelecto para convivir pacíficamente y con la certidumbre que no existe en la selva de donde provenimos. Por eso no es casualidad que las ofertas políticas que apelan a un supuesto pasado idílico de igualdad tribal bajo un paradigma adanista y refundador, terminan siempre en tiranías. Al ser una ficción, como también lo son los Estados, la democracia debe cuidarse todos los días dentro de la cultura para que mantenga su vigencia. Por eso es que la cultura de la cancelación hoy es tan perjudicial para la democracia como lo fueron el fascismo y el comunismo el siglo pasado. Es su antítesis actual, es la revancha de los totalitarismos.

Ortega lo dijo así: “El hombre vulgar, al encontrarse con ese mundo técnica y socialmente tan perfecto, cree que lo ha producido la naturaleza, y no piensa nunca en los esfuerzos geniales de individuos excelentes que supone su creación. Menos todavía admitirá la idea de que todas estas facilidades siguen apoyándose en ciertas difíciles virtudes de los hombres, el menor fallo de los cuales volatilizaría rápidamente la magnífica construcción”. La democracia liberal es parte de ese mundo “perfecto” creado por personajes históricos hoy demonizados por las generaciones actuales en su error de creer que sus derechos y la igualdad ante la ley de la que gozan les vienen dado por naturaleza, y olvidan que responden a procesos previos, luchas anteriores y sobre todo, a un entramado legal que se sostiene por instituciones y funcionarios especializados.

No relacionar a Thomas Jefferson con los niveles de progreso e igualdad que existen hoy en Estados Unidos, y por el contrario condenarlo posmorten con la posverdad de su esclavismo para borrarlo de la historia, puede considerarse fácilmente como una profecía de Ortega, quien describía ya a las generaciones de su época comparándolas con un “niño mimado” que cree que “solo él existe y no cuenta con los demás”. Esta tesis, equivalente a lo que hoy se ha denominado como “generación de cristal”, Ortega la argumenta así: “No les preocupa más que su bienestar, y, al mismo tiempo, son insolidarias de las causas de ese bienestar. Como no ven en las ventajas de la civilización un invento y construcción prodigiosos, que sólo con grandes esfuerzos y cautelas se pueden sostener, creen que su papel se reduce a exigirlas perentoriamente, cual si fuesen derechos nativos”.

Para Ortega el “hecho nuevo” era que: “la masa, sin dejar de serlo, suplanta a las minorías”. Como vemos, aquello que el maestro atestiguó y estudió hace casi un siglo fue sólo el comienzo de lo que hoy ha llegado a dimensiones como la cultura de la cancelación, que no se conforma con suplantar a la minoría de su tiempo sino que se dedica también a borrarla de la historia. Es la cancelación total de la minoría. No es casualidad que esta tendencia contraste radicalmente con lo dicho por Albert Einstein el siglo pasado: “Pienso mil veces al día que mi vida externa e interna se basa en el trabajo de otros hombres, vivos o muertos”. Contar con los demás.

Conviene recordar que la distinción orteguiana entre “hombre masa” y “minoría selecta” se aplica trasversalmente en todos los estratos de la sociedad y no responde a un criterio de clase ni de cantidad, sino a características psicológicas, actitudes y conductas de las personas. De hecho, hoy nos gobierna el pensamiento masa, porque son ellos la élite, mientras que las minorías pasaron a la retaguardia ya sin vocación de poder y refugiados en lo que se ha llamado “el individualismo utópico”. Están diluidos en esa mayoría silenciosa cada vez más acomplejada con el correccionismo de esta nueva dictadura cultural que tumba estatuas, equivalente a la quema de libros de todo oscurantismo.

El problema es que la democracia liberal (que es la que nos ha traído la igualdad jurídica, la libertad política y la vigencia efectiva de los derechos humanos) no es sostenible así. Al final, es a ella a la que quieren cancelar, para beneficio de un nuevo totalitarismo que como tantos otros se fundan en la famosa fórmula orwelliana: “quien controla el presente controla el pasado, y quien controla el pasado controlará el futuro”.