Racismo

Thomas Jefferson, el presidente con 600 esclavos que afirmaba que todos los hombres nacen iguales

A pesar de que sí habló de emancipación por rechazar la idea de esclavitud, siempre aseguró que la raza negra era inferior y que nunca conviviría en libertad e igualdad con la raza blanca

Una de las estatuas de Thomas Jefferson ahora puestas en interrogante
Una de las estatuas de Thomas Jefferson ahora puestas en interroganteLa RazónArchivo

¿Qué es el racismo sistémico? Estados Unidos es un país que reverencia a sus padres fundadores, que les levanta monumentos, los estudia con pasión y trata sus palabras como si fueran ley. Pero, ¿qué ocurre si esos padres fundadores eran dueños de esclavos, convencidos que la raza negra era inferior y que la propiedad privada era mucho más importante que la libertad de todos los hombres? La respuesta es sencilla. Si el país referencia a sus padres fundadores y creen que sus palabras son como leyes, entonces también tendrán que creer que la raza negra es inferior y la propiedad está por encima de la libertad. Eso es el racismo sistémico y eso es lo que Estados Unidos se niega a corregir, la completa revisión de la figura de sus padres fundadores.

En total, doce presidentes de los Estados Unidos tuvieron esclavos, ocho de ellos mientras eran presidentes. El primero de ellos fue George Washington, quien persiguió con furia a los que se atrevían a escapar de su cautiverio. Pero el caso más flagrante es el de Thomas Jefferson, el hombre que habló en la “Declaración de la Independencia”, de que “todos los hombres son creados iguales”, el político que prohibió por ley los barcos de esclavos que venían de África, un buen día dejó de pensar en sus sueños de igualdad universal y decidió que era mejor quedarse en propiedad a sus esclavos, a pesar de que la idea le abochornaba. ¿Qué pasó?

La respuesta está en su gran plantación, Monticello, un lugar falsamente enmascarado como el territorio de “los esclavos felices”, término ya contradictorio pero que ejemplifica sus confusas ideas sobre la esclavitud. Construido para que de lejos sólo se viese la majestuosidad clásica de la mansión, dejando invisible las barracas de los esclavos que tenía al lado, Jefferson siempre tuvo un doble rasero frente a la esclavitud. Sus ideales nunca podían llevarse acabo simplemente por una razón triste, Monticello los necesitaba para sobrevivir. Vio a sus esclavos, vio los beneficios económicos de su plantación, y comprendió que cada niño negro que había nacido en sus tierras equivalía a un cuatro por ciento más de productividad y por tanto de ingresos. Así de simple.

Jefferson vio en su propia plantación que el alto valor que proporcionaba la esclavitud era imposible de revertir. Después de la tierra, el número de esclavos determinaba la riqueza de un hombre. George Washington liberó finalmente a sus esclavos asqueado ante la idea de que no eran más que ganado, pero Jefferson no, Jefferson se aferró a esa idea para no hacerlo. El político de la igualdad entre todos los hombres parece que aceptó la enmienda de los estados sureños a su declaración de independencia que aseguraba que “todos los hombres libres eran iguales”.

Lo cierto es que la historia ha intentado blanquear el trato que Jefferson daba a sus esclavos, borrando páginas enteras de cuadernos de Monticello donde se afirmaba cómo se obligaba a los niños de diez a doce años a trabajar en fábricas de clavos bajo caros correctivos con látigo. “He encontrado una ocupación perfecta para estos niños que sino permanecían vagos”, escribió Jefferson.

Su doble moral iba más lejos. Aseguraba que los administradores de su plantación eran “los hombres más abyectos, degradados y sin principios, llenos de orgullo, insolencia y espíritu de dominación”, y aún así los contrataba para que hicieran el trabajo que el no quería o no se atrevía a hacer, forzar la disciplina y el trabajo. Mientras los libros de historia omitían esta realidad y hablaban de que “Jefferson creó la comunidad rural ideal”, lo cierto es que los niños que no se presentaban como estaba acordado al alba a trabajar en la fábrica tenían que ser azotados por esos “hombres abyectos”.

En 1803, después de haber retirado a Gerge Lilly, su capataz, de la fábrica de calvos por sus métodos crueles con el látigo, Jefferson lo vuelve a colocar ya que la productividad de la fábrica cae radicalmente. Poco después, con la tensión que genera Lilly en los más pequeños, uno de los niños esclavos golpeó con un mazo en la cabeza a otro rompiéndole el cráneo. La tensión en la fábrica era más que evidente. Además, el herido era de la familia Hemings. ¿Quién eran los Hemings? La gran fascinación de Jefferson y una de sus razones principales para que dejase de luchar por la abolición de la esclavitud.

La barbaridad de la esclavitud puede resumirse en el apellido Hemings, la gran perdición de Jefferson. Betty Hemings era ya la hermanastra esclava de la esposa de Jefferson, Martha. Su padre, John Wayles, la violó y fruto de esta unión nació Sarah Hemmings. Al morir Wayles, Martha heredó todos los esclavos de su padre, incluyendo a Betty y sus hijos. La idea de que Jefferson se casó con la hija libre de Wayles pero se enamoró de su hija esclava demuestra la complejidad moral de esta historia.

Cuando Sarah tenía 15 años, fue enviada con la hija menor de Jefferson a viajar a París. Allí, Jefferson tambien la violó y empezó una larga relación que acabaría por darle seis hijos, el primero nacido cuando la esclava tenía 16 años. En Paris, la esclavitud estaba prohibida desde la revolución de 1789, así que Jefferson se veía obligado a pagar a todos sus esclavos una pequeña suma por su trabajo mientras estuviesen en Francia, una cuarta parte de lo que sería un sueldo normal.

En sus diarios de trabajo de la plantación, Jefferson siempre ponía el nombre del padre y la madre de todo niño que nacía en su propiedad. Nunca puso el nombre del padre de Sarah, que aceptó volver a Estados Unidos con Jefferson bajo la promesa de liberar a sus hijos cuando tuviesen 21 años. Por supuesto, no cumplió su promesa hasta después de muerto. Su habitación estaba conectada a la de Jefferson bajo un pasillo adyacente sólo descubierto en 2017. Sus hijos nunca realizaron trabajos forzados y sólo cumplieron pequeños recados hasta los 14 años, cuando empezaron a ser educados en diferentes trabajos. Sin embargo, no fue hasta que Jefferson murió que pudieron, por testamento, considerarse libres. Su hija Harriet, la más joven, “prácticamente blanca y muy atractiva” vivió de forma acomodada en Washington. Su primera hija, sin embargo, se escapó a los 24 años de Monticello.

De los más de 600 esclavos que tuvo Jefferson, sólo liberó a seis. A su muerte, arruinado, el centenar de esclavos de Monticello fueron vendidos en subastas, separando de por vida a familias enteras. Jefferson quedó como el gran emancipador, pero lo cierto es que nunca quiso llevar sus teorías liberales demasiado lejos. Dejó escrito que la raza negra era inferior y que Estados Unidos nunca podría ver una nación en que blancos y negros viviesen en comunión como hombres libres. ¿La población negra ha de aceptar a este hombre como su padre fundador?

Sabía en que tiempo había nacido, conocía a los grandes propietarios de esclavos, como él mismo, y sabía que la democracia por la que había luchado no permitía que el estado liberase la propiedad de sus miembros, expoliando sus bienes. Por eso, su idea de emancipación sólo era gradual, hasta que los esclavistas como él aceptasen la pérdida de uno de sus valores que más rendimiento les daban. “El resultado de liberar a los esclavos será la guerra civil”; dejó escrito unos 60 años antes de Lincoln y la Guerra de Secesión.

¿Es justo juzgar a Jefferson con los ojos de 2020? Si no juzgamos con nuestros ojos, entonces sólo somos una sociedad de ciegos. Lo que está claro es que idealizar a los padres fundadores de una nación, idealizar a cualquier padre, sólo crea monstruos, y los hijos de los monstruos no pueden ser otra cosa que hijos monstruosos.