Represión

El año que Cuba se quitó la mordaza

Ha pasado casi un año desde que un grupo de artistas e intelectuales protagonizara una sentada frente al Ministerio de Cultura en La Habana para reclamar su derecho a la libertad de expresión y los jerarcas del régimen han vivido desde entonces de sobresalto en sobresalto

Policías arrestan a manifestantes frente al capitolio de Cuba en la manifestación del 11 de julio en La Habana (Cuba)
Policías arrestan a manifestantes frente al capitolio de Cuba en la manifestación del 11 de julio en La Habana (Cuba)Ernesto MastrascusaEFE

Ha sido el annus horribilis de la dictadura castrista. Ha pasado casi un año desde que un grupo de artistas e intelectuales protagonizara una sentada frente al Ministerio de Cultura en La Habana para reclamar su derecho a la libertad de expresión y los jerarcas del régimen han vivido desde entonces de sobresalto en sobresalto. Aquella concentración, apenas medio millar de personas, hubiera pasado inadvertida en un país democrático, pero en una isla que lleva décadas sometida por un régimen militar supuso el primer indicio de que las cosas estaban cambiando. El silencio se había acabado.

Fue además la constatación de que un nuevo tipo de disidencia alzaba la voz en la isla. Esta vez eran jóvenes, muchos de ellos brillantes creadores y activistas reconocidos por sus multitudes de seguidores en las redes los que reclamaban cambios a la gerontocracia encabezada por Raúl Castro. Y con el paso de los meses quedó claro que, como ellos, muchos cubanos de toda edad y tendencia están hartos de miseria y opresión, haciendo cada vez más inverosímil la versión oficial, repetida durante décadas, de que todos los que piden cambios libertad en Cuba son «mercenarios» al servicio de Washington. Desde aquel 27 de noviembre, la presión social contra un régimen incapaz de ofrecer esperanzas a su población no ha dejado de aumentar, lo que alimenta las esperanzas del Grupo Archipiélago y otros colectivos disidentes de que el ánimo reivindicativo se mantendrá pese a la sorpresiva marcha de su líder, Yúnior García, a España. «Yunior no es el único líder, hay mucha gente dentro de Cuba luchando. Hay mucha gente presa, hay muchos líderes que se han tenido que ir y esto no se ha acabado», le dijo al «Miami Herald» la activista Camila Acosta.

Los datos indican que los dirigentes castristas no pueden descansar tranquilos. Según el Observatorio Cubano de Conflictos, las protestas no han dejado de aumentar desde septiembre del año pasado. Si en septiembre de 2020 se produjeron 42 manifestaciones, en octubre de 2021 ya eran 345. Julio, el mes en el que el país asistió a concentraciones masivas sin apenas precedentes, registró el récord. Y pese a que las condiciones de vida continúan deteriorándose, el 80% de las protestas tuvieron lugar para reivindicar derechos políticos y civiles. En el año en que Cuba se quitó la mordaza, los cubanos se han acostumbrado a oír en internet a los diferentes grupos que plantaban cara al régimen. Primero fue el Movimiento 27-N, luego llegaron el Movimiento 11-M, la Plataforma Amarilo & Medio, y finalmente, los dos que han conseguido poner más nervioso al gobierno, el Movimiento San Isidro y el Grupo Archipiélago.

El descontento no ha menguado pese a que, como afirman los autores del informe del Observatorio, las protestas se han producido «en medio de la ola más brutal de terror desatada por el Estado desde los tiempos de la guerra civil en la década de los sesenta del siglo pasado». Según las cifras que maneja la disidencia, más de 600 siguen encarceladas por su participación en la jornada del 11 de julio. La asociación de defensa jurídica Cubalex estudia más de 70 denuncias de personas detenidas el 15 de noviembre.

El régimen ha respondido con encarcelamientos, palizas, escraches domiciliarios, apagones de internet, censura, descalificaciones a los manifestantes en los medios estatales e incluso amenazas de retirarles la custodia de sus hijos a quienes participaran en las protestas. No ha bastado. Esta vez la indignación ha calado incluso en los circuitos oficiales. El rapero Maykel Osorbo, que sigue preso por participar en la canción protesta «Patria y Vida», recibió parte de su formación musical en la estatal Agencia Cubana del Rap. E incluso alguien como el cantautor Silvio Rodríguez, símbolo musical de la Revolución, ha pedido que el gobierno dialogue con quienes protestan pacíficamente. Su colega Pablo Milanés ha ido más lejos y se ha solidarizado con los artistas censurados por el régimen.

Todos los que en estos meses se han puesto a la cabeza de la contestación han acabado pagando un alto precio. El artista Luis Manuel Otero Alcántara sufrió varios episodios de acoso hasta dar con sus huesos en una celda de la prisión de máxima seguridad de Guanajay. También sigue preso el histórico opositor José Daniel Ferrer y el no menos histórico Guillermo Fariñas fue arrestado pocos días antes del 15 de noviembre.

Y, sin embargo, las protestas continúan, y en los últimos meses han proliferado los cacerolazos en las zonas afectadas por los frecuentes apagones y desde distintos centros religiosos los fieles han comenzado a tomar parte en charlas y talleres sobre cómo hacer frente a la represión. Los jóvenes son los más activos, como revela el caso del adolescente de 15 años Reniel Rodríguez, detenido por colgar en las redes un vídeo en el que se le veía caminando por las calles vestido de blanco, como habían pedido los convocantes del 15-N.

La reacción del régimen a acciones tan aparentemente inofensivas como esta revelan, según el Observatorio Cubano de Conflictos, «el miedo (del gobierno) a una nueva situación que no comprenden ni saben cómo controlar: organizaciones plurales, sin cabecillas, con un alto nivel de capacidad comunicacional dentro y fuera de la isla».