Opinión

Paradigma pandémico

Estamos a punto de entrar en 2022 sin haber dado esquinazo a la crisis sanitaria, pero lo inteligente es renunciar al catastrofismo inútil y adaptarse a las exigencias del virus y sus diferentes variantes, como hicimos tras el 11-S

Vamos a entrar en 2022 sin poder haber dado esquinazo a la pandemia. La vacunación ha logrado frenar la sangría de muertes y durante unos meses nos hizo soñar con un cercano regreso a la vieja normalidad. La irrupción de la variante ómicron ha tirado por tierra las predicciones más optimistas. El invierno ha llegado con unas cifras disparadas de contagios y nos ha devuelto las angustias y conflictos de las Navidades pasadas. Confinamientos, límites de aforos, horarios y toques de queda. «The Economist» advierte esta semana en sus páginas de que la era de la imprevisibilidad predecible no va a desaparecer.

El patrón para la década 2020, explica el semanario británico, no es la rutina familiar de los años precovid, sino la confusión y el desconcierto de la era pandémica. Igual que los atentados de las Torres Gemelas cambiaron nuestro modo de viajar y nuestra percepción sobre la seguridad colectiva, el coronavirus también va a poner la sanidad pública en el centro de la acción política. Las pruebas de diagnóstico (PCR o test de antígenos); las mascarillas y la vacunación periódica son nuestras armas para convivir e, incluso domesticar, al coronavirus. Igual que en el mundo post 11-S cada atentado o complot terrorista descubría alguna falla de seguridad que requería de una nueva normativa, en este orden pandémico cada nueva variante traerá nuevas reglas. No hay que caer tampoco en el catastrofismo. Tras el 11-S algunos auguraron el fin de los viajes internacionales y otros advertían el final de los edificios en altura en las ciudades. Nada de eso ocurrió (afortunadamente). Los ciudadanos siguieron viajando, es verdad que lo hicieron (o hicimos) sin objetos afilados en sus maletas de viaje o sin líquidos de más de 100 ml. Objetos cotidianos como unas tijeras podían convertirse en un arma poderosa en manos de un terrorista a bordo de un avión. El mundo pandémico estará en constante revisión, pero no se quedará paralizado.

La covid-19 es un producto de la globalización y de la interdependencia, un ejemplo de que aquello que ocurre fuera de nuestras fronteras acaba condicionando nuestro modo de vida. La Unión Europea ha aprendido las lecciones de la crisis financiera de 2008 y ha renovado sus estrategias con el fondo de recuperación (Next Generation) con el que quiere hacer de la crisis sanitaria una oportunidad para construir un futuro más próspero. Como señala el CIDOB en su Anuario 2021, la UE ha pasado del paradigma de la austeridad a la política de solidaridad. En este año que estamos a punto de estrenar, hay que garantizar que los fondos europeos se destinan a la recuperación. Del éxito de este macroplan –que como señala el «think tank» catalán, «ha roto los tabúes de la emisión de deuda a gran escala y las transferencias directas a fondo perdido»– dependerán las soluciones que se den a las futuras crisis.

La hercúlea tarea se produce en medio de una renovación del eje franco-alemán con la llegada del nuevo canciller, Olaf Scholz, y las elecciones al Elíseo de esta primavera. Scholz ha prometido poner la Unión Europea en el centro de su política exterior, pero, nadie duda de que seguirá junto a su ministro de Finanzas, el liberal Christian Lindner, defendiendo los intereses de los contribuyentes alemanes. En Francia, el presidente Emmanuel Macron deberá conjugar la campaña por la reelección con la Presidencia rotatoria de la UE.

Durante los primeros seis meses de 2022, Francia va a ser el «motor» de la UE. Júpiter se ha fijado como prioridades la recuperación, la revisión de Schengen y el fortalecimiento de las fronteras. La Presidencia rotatoria (y efímera) obliga a tejer acuerdos con los predecesores y sucesores (a España le corresponde en julio de 2023) para garantizar que las medidas que se alcancen puedan materializarse. Macron ha dicho que quiere hacer una Europa más «poderosa en el mundo». En este 2022 se afianzará el orden bipolar con el enfrentamiento entre EE UU y China por la hegemonía global. La UE debe buscar cuál es su lugar entre los dos gigantes.