Entrevista

Tom Burgis: “Hasta ahora no veíamos la conexión entre un oligarca ruso que compraba un club de fútbol y nuestra seguridad”

El autor de “Dinero sucio” asegura que Occidente ha aceptado la riqueza corrupta “pensando que podía controlarla” y ha ocurrido todo lo contrario

Tom Burgis, autor de "Dinero sucio"
Tom Burgis, autor de "Dinero sucio"Charlie BibbyLa Razón

Tom Burgis está inmerso en su propia guerra (en este caso, judicial) contra los oligarcas de la extinta URSS, a los que no gustó su último libro, “Dinero sucio. El poder real de la cleptocracia en el mundo” (Ariel). Este periodista de Investigación de “Financial Times”, curtido en corresponsalías de África y América Latina, se siente vigilado en su propio país por una red corrupta e invisible que ha encontrado en Reino Unido la guarida perfecta: “La verdad es que te quita la respiración comprobar que te siguen en el centro de Londres”.

-¿Qué le parece el giro del Gobierno de Boris Johnson, que por fin se ha decidido a imponer sanciones decentes?

-La City de Londres es el centro de operaciones de los corruptos, donde transforman su riqueza en dinero aparentemente legítimo de cara al mundo. Reino Unido tendrá que decidir ahora si usa ese poder para defender a Ucrania o continúa lucrándose de la cleptocracia.

-¿Qué es lo que subyace en este conflicto abierto por Putin en suelo europeo?

-Mucho antes de la anexión rusa de Crimea hubo una invasión económica en Ucrania. El Kremlin usó el sistema capitalista y sus garantías de anonimato para comprar activos económicos estratégicos en el este del país, sobre todo relacionados con la industria del acero. Eso lo hizo Vladimir Putin usando nuestras normas, que permiten que cualquiera pueda comprar lo que le plazca amparado en el secreto corporativo, contra nosotros mismos.

Ahora todos los Gobiernos occidentales dicen que hay que imponer sanciones; por un lado, denuncian al régimen mientras, por el otro, hacen negocios a diario con ellos. Es una hipocresía que se ha vuelto contra nosotros.

Además, las sanciones llevan implícita la asunción de que llevamos años permitiendo que los oligarcas próximos al corrupto Putin hagan negocios aquí. Que sabíamos quiénes eran y no actuábamos contra ellos, les vendíamos nuestros servicios cada día.

-¿Corremos el riesgo de sancionar por encima de nuestras posibilidades?

-Lo que sucede con este sistema de sanciones de Occidente es que se está creando una economía global en la sombra en la que los regímenes excluidos se relacionan al margen de nosotros y crean sus propias alianzas. Irán, Rusia, parte de China, Venezuela, algunas naciones africanas... Puede llegar un punto en que los embargos económicos pierdan su efectividad porque a los sancionados no les afecte en absoluto, ya que tienen su propio mercado paralelo.

-Afirma que el sistema financiero británico lleva años sirviendo a esos oligarcas de las ex repúblicas soviéticas para que laven su dinero.

-Sí, pero no se trata solo de dinero, se les facilita el acceso a todo el paquete del Estado del Bienestar. Puedes obtener tu riqueza a través de actos ilícitos, incluso violentos, en Kazajistán o Arabia Saudí, o Congo, y luego te vienes a Londres y aquí se te ofrece un sistema para borrar el pasado y sustituirlo por una realidad alternativa en la que te conviertes en un hombre de negocios respetable, un visionario o un filantrópico.

-¿Qué papel juegan las agencias de comunicación y relaciones públicas?

-Uno fundamental; es que esto no trata solo de la City. En el engranaje también participan los despachos de abogados que atacan de una manera tan agresiva a todo aquel que trate de arrojar un poco de luz; por ejemplo, los periodistas. También cuentan mucho las agencias de relaciones públicas y de propaganda que tejen ese relato alternativo y diseñan una estrategia para colocarlo en los medios de comunicación. Luego acceden al Parlamento con la ayuda de lobistas.

-En esas agencias de blanqueo mediático hay personajes tan relevantes como el ex primer ministro Tony Blair. En el libro afirma que su patrimonio ha aumentado en 90 millones de euros en diez años.

-Yo crecí en el Manchester de los 90 y fui uno de esos que creyeron que la llegada de Blair cambiaría las cosas. Como si Reino Unido pudiera encontrar, por fin, su lugar en el mundo. Pero la forma en que se comportó en sus últimos años en el poder y cómo lo ha monetizado luego en su, digamos, vida comercial, ha sido escandalosa. Es un ejemplo perfecto de la privatización del poder, que se ha convertido en la última mercancía. Blair ha sido muy consciente de ello. Es verdad que tuvo también grandes aciertos en su vida política, pero ahora forma parte de la nueva generación de poderosos que solo quiere integrar esa clase trasnacional de súper ricos porque nunca rinden cuentas.

-Gerhard Schröder, por ejemplo, se ha convertido en el mayor defensor del gas ruso en Alemania.

-Es otro gran ejemplo de alguien que ha decidido rentabilizar sus años en el Gobierno y ponerlos al servicio de los cleptócratas. El problema, además, y lo que lo hace más difícil es que se mezclan argumentos reales con intereses oscuros. Esto ocurre con el gasoducto Nordstream II. Es verdad que Alemania lo necesita para importar la energía de Rusia, pero por debajo está el efecto corrupto de Putin tratando de incrementar su influencia sobre Europa.

Esto causa problemas enormes como ahora con Ucrania. Los países europeos han aceptado de manera casi naif todo el dinero de Rusia pensando que podían controlarlo, o que lo transformarían en capital decente. Ahora es demasiado tarde. Ese dinero ya ha envenenado los sistemas democráticos.

-¿Cree que con el fin de la Guerra Fría se acabaron las democracias liberales?

-A finales de los 80 las grandes democracias liberales creyeron que iban a coger a la extinta URSS y la iban a moldear a su imagen y semejanza. Ocurrió justo lo contrario. Occidente se ha ido contagiando cada vez más de esa corrupción. En Reino Unido durante la pandemia se han visto muy claros los efectos de esta “chumocracy”, un sistema en el que los que están en el poder otorgan grandes contratos a sus amigos, a su círculo. Si ocurriera en Nigeria lo llamaríamos corrupción inaceptable. En el mundo liberal nos encantan los eufemismos.

-¿Cómo ha afectado el Brexit a este “Londongrado”?

-Esa pregunta aún no ha sido respondida. Algunos de los más acérrimos defensores de la salida de la UE están presionando para que Reino Unido adopte el sistema normativo de Singapur. La sola idea de que el país se cargue de un golpe toda su legislación, que ya es inadecuada porque favorece el lavado de dinero, para convertirse en puerto seguro del dinero de toda procedencia y condición significa que acepta abiertamente su papel a los ojos del mundo. Ya no sería un desgraciado efecto secundario de la economía global.

-Después de la crisis de 2008 muchos bancos comenzaron a confesar sus pecados. ¿Ha cambiado algo o el secreto bancario sigue siendo la mejor coartada para el lavado de dinero?

-Lo que pasó fue que el escándalo de las “subprime” dio lugar a una legislación más dura en la teoría, pero la práctica es diferente. Los bancos están obligados a denunciar cualquier comportamiento sospechoso a las autoridades, pero esto es como pedir a un equipo de fútbol que arbitre su propio partido. Estás externalizando la vigilancia del banco al propio banco. Las entidades reguladoras reciben toneladas de avisos de los bancos, muchos más de los que podrían analizar. Así que las entidades se lavan las manos; ellos han cumplido con las normas y siguen a lo suyo como si nada. Si a todo esto le añades que la crisis de 2008 recortó el personal y el presupuesto de las instituciones correspondientes tienes la tormenta perfecta.

Lo bueno es que EE UU, por ejemplo, se ha dado cuenta con Trump de que la corrupción es una amenaza tanto a la seguridad como a la democracia nacional. El ex presidente gobernaba prácticamente como un cleptócrata, con una camarilla de amigos y familia a los que beneficiaba.

En Europa la crisis de Ucrania puede servir para algo parecido. Hasta ahora no veíamos la conexión entre que un oligarca ruso comprara un club de fútbol con nuestro propia seguridad. Esto ha cambiado, vemos que el dinero corrupto siempre es un asunto político.

-¿La moneda digital puede acabar con el dinero sucio?

-Por un lado, permite un rastreo en tiempo real sobre quién lo posee, lo cual puede ser de mucha ayuda para los que persiguen el lavado de dinero. Pero, por otro, su mera existencia significa que las autoridades pierden control de sus sistemas financieros. Y, como sociedad, es muy importante que haya instituciones democráticas supervisando todo el proceso.

-¿Qué es una cleptocracia?

-En una sociedad libre la corrupción es algo aberrante, las sociedades funcionan bien cuando los que ostentan el poder trabajan por el bien común. Al menos la mayor parte del tiempo. Y cuando sale a la luz la corrupción todo el sistema colabora para castigar a los culpables. En una cleptocracia ya no es una aberración, es el sistema en sí mismo. El objetivo de estar en el poder es abusar de él, derivar los privilegios y la riqueza hacia ellos mismos y hacia sus fieles. Desde el fin de la Guerra Fría, muchas de esas cleptocracias se conectaron, de la noche a la mañana, al sistema capitalista global. Se hicieron fuertes y se expandieron. Y ahora lo que hay es una comunidad de cleptocracias, entre las que se encuentra Rusia, China, Congo y los que resultan obvios, pero también grandes bufetes legales, figuras políticas e instituciones en Occidente. El resultado es que actúan no solo en su territorio sino en el corazón del mundo democrático.

-¿De qué manera opera el nacionalismo y el populismo en este contexto de auge de la ultraderecha en Europa?

-Creo que venden un nacionalismo y una retórica que les sirve a su propósito de enriquecerse. El discurso es un medio, nos equivocamos cuando damos entidad política a personajes como Putin. Hungría es una cleptocracia, con una oligarquía que se enriquece. Entiendo que en Europa estemos siempre alerta ante el crecimiento de la extrema derecha, pero es un error pensar que esta gente cree de verdad en un proyecto de signo ultra. Usan esa ideología para lograr lealtad porque no tienen nada que ofrecer, ni escuelas, ni progreso.

Los actuales cleptócratas usan la retórica de extrema derecha o de extrema izquierda, ambas con el denominador común del miedo a lo que puede venir. Trump, Maduro, Kim Jomg Un, el partido comunista chino, los Kabila, la casa Saud... Sobre el papel parece que tienen enormes diferencias políticas. Es solo un disfraz. Hay que tener en cuenta que la ultraderecha es un producto de la corrupción. ¿Cómo llegó Hitler al poder? Por la actuación del “establishment” alemán en los años 20 y 30, que solo defendían sus privilegios. La corrupción llegó primero.

-¿Solo se trata entonces de dinero?

-Bueno, es que el dinero es poder líquido. Es la manera de asegurarnos el bienestar propio y de nuestro clan. Desde la Revolución Industrial se trató de separar el poder del dinero. Eso es la democracia liberal. Y es lo que estamos viendo desmoronarse. El problema es que esta red corrupta es trasnacional, mientras que las instituciones de control, salvo excepciones, son nacionales. Aún no hemos encontrado una fórmula que funcione a escala internacional.

-¿La UE es un intento fallido?

-Es un intento brillante, aunque imperfecto, de afrontar este asunto. El mejor experimento hasta la fecha, el más valiente para tratar de contener a los poderosos.