Ramón Tamames
Confucio lo haría mejor: la continuidad de Putin es impensable sin su alianza con China
Xi Jinping, el último valedor de Putin, puede ser llamado en busca de un alto el fuego y la nueva paz
Si hace veinte días solamente nos hubieran contado lo que está sucediendo en Ucrania, no lo habríamos creído para nada. Todo el mundo tenía a Vladimir Putin por un estratega de consideración, con planteamientos tácticos casi siempre inteligentes. Repito, nadie pudo suponer que se iba a producir una situación así, en la que el presidente, y prácticamente dictador, de todas las Rusias, ha abierto la caja de los truenos. Para desde el 24 de febrero estar ocupando progresivamente más territorio dentro de Ucrania, en la idea de hacerse con el control del país entero, y entre otras cosas, cerrarle sus puertos en el mar Negro.
El daño que se está produciendo en la previa estabilidad europea es ingente. Desde el 1 de septiembre de 1939, la invasión de Polonia por la Alemania de Hitler, y el comienzo oficial de la Segunda Guerra Mundial, no habíamos visto nada semejante: que un país soberano sea penetrado brutalmente por otro mucho mayor, después de negar que habría invasión; manifestando que solo se trataba de meras maniobras del Ejército, correspondiente a sus ejercicios de invierno.
La economía trastocada por la pandemia, deteriorada por la inflación y el estancamiento, se ve amenazada ahora por aquella palabra que casi teníamos olvidada de estanflación. Todo se deteriora ahora mucho más por la ruptura de equilibrios significativos con grandes consecuencias de alteraciones de todas clases. Hasta la posible expulsión de Rusia del mecanismo de pagos internacionales que es el Swift, que concilia en tiempo real los intercambios de 11.000 bancos de todo el mundo, con 42 millones de operaciones diarias. Expulsada de esa importante trama cuantificadora, Rusia debería ingresar en el sistema de pagos intrachino, una dependencia más de la República Popular, tendencia que no augura lo mejor para el equilibrio mundial.
¿Cómo va a resolverse esta cuestión? En una reunión de la Sociedad de Pensamiento Lúdico –uno de los espacios más libres para reflexionar en España–, yo decía el pasado martes 1 de marzo, que esta guerra o se resuelve en los próximos diez días, o podemos entrar en la fase ya absolutamente demencial; o si se prefiere, recordando a San Juan, en un auténtico apocalipsis. Sobre todo cuando el zar de todas las Rusias, indiscutido que fue hasta ahora, Putin, ha manifestado la puesta en alerta de sus armas nucleares; exhibiéndolas incluso en submarinos atómicos en el océano Glaciar Ártico, al norte de Siberia.
El reloj del peligro que funciona desde los tiempos de Carl Sagan, que prevé las situaciones de crisis con una especie de cronología preventiva muy detallada, debe estar en estos momentos en su peor situación desde 1962. De tiempos de la crisis de misiles que al final resolvieron Kruchev y J. F. Kennedy en un acuerdo que salvó al mundo de una tragedia total.
Volvemos a preguntarnos: ¿cómo puede resolverse todo esto antes de llegar a la fase de máximo peligro para todo? Personalmente creo que si EE UU ya no puede jugar ese papel por haber sido protagonista en la primera fase del drama. En el segundo acto podría tener una intervención importante la República Popular de China, hoy manifiestamente en una tendencia autoritaria muy fuerte, y a punto de consumarse, por tercera vez, un mandato de cinco años a favor de Xi Jinping, prácticamente ya nominado, y seguro que confirmado en poco tiempo.
Para gobernar un país, con el Politburó, que tiene por consigna la prosperidad a base de la expansión comercial, ahora con la nueva Ruta de la Seda; en una filosofía de mezcla de pretendidas derivaciones del marxismo, con manifestaciones del tradicional confucionismo chino. De ahí el título de este artículo de «Confucio lo haría mejor».
Algunos dirán que no puede proponerse a Pekín asumir una responsabilidad de tal magnitud, y que sería prematuro fechar así, en poco tiempo, la preponderancia china a escala universal. E incluso los más mantenedores de un segundo siglo americano, verían en esa propuesta de arbitraje la coronación de Xi Jinping, para dejarle las manos libres en otras crisis y en otros problemas: desde los uigures de la región de Xinjiang, hasta los hongkoneses de la antigua colonia británica, pasando por los propios 1.400 millones de chinos y más.
Sin embargo, hay que ser realistas. Y si persiste por unos meses más Putin, porque ya está dañado para siempre, será porque China compensa con su potente economía muchas de las sanciones económicas sobre Moscú. La continuidad del zar es impensable sin su alianza con la República Popular, cuando desde Occidente ya se le está retirando toda la confianza desde lo deportivo a lo literario. De ahí que el último valedor de Putin hasta ahora, pero no indefinido, pueda ser llamado para una operación de alto el fuego, y de búsqueda de las pistas de la nueva paz, en la que se quiera o no, tendrá que buscarse compensación de la nación agresora sobre la agredida.
No está prohibido pensar. No está prohibido buscar el mayor realismo. El único que puede calmar la sed de victorias hoy casi frustradas de Putin no es otro que su mayor colega, de un país que le multiplica por casi diez su población, y por un múltiplo aún mayor su PIB. Y sobre todo que ha mantenido la serenidad en los comienzos de las crisis, para poder intervenir en su momento más crucial, con un propósito más confuciano que otra cosa.
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