Ayuda humanitaria

El matemático que busca la lógica en el caos de la guerra

Rostislav Filippenko reside en Madrid desde los 7 años; ahora recorre Ucrania para surtir a los hospitales de Járkov, su ciudad natal

Rostislav, frente a dos camiones con ayuda médica camino de Járkov
Rostislav, frente a dos camiones con ayuda médica camino de JárkovLa RazónLa Razón

Rostislav Filippenko tenía todo pensado para este primer semestre de 2022. Licenciado en Matemáticas en Madrid, donde reside desde los siete años, viajaría a Járkov, su ciudad de nacimiento, para trabajar en su proyecto de fin de Máster “tranquilamente” hasta que lo tuviera que defender en julio. Solo pudo ejecutar la primera parte del plan. Efectivamente, llegó a Járkov a finales de enero, pero un mes después estalló la guerra y, con ella, su vida saltó por los aires.

A través del teléfono, este matemático de 31 años con “dos patrias” atiende a LA RAZÓN de camino a Leópolis. Es su segundo viaje desde que se produjo la invasión. En lugar de haber echado mano de su nacionalidad española y haber salido del país, decidió quedarse. “Llevo toda mi vida diciendo que amo a Járkov y a su gente, así que no podía irme. Habría sido incapaz mirarme al espejo. Además, me habría dado mucha rabia no haber aportado mi grano de arena a la victoria cuando ganemos”.

La aportación de Rostislav no tiene que ver con las armas, “creo que el combate se me habría dado fatal”, sino con la Medicina. “Como en mi familia todos son médicos, conocía bien las necesidades de los hospitales y las dificultades con las que se están encontrando. Así que hice una lista con todo lo que hacía falta y lancé un mensaje a la diáspora ucraniana en España. Respondieron muy rápido. A ellos se unieron muchísimos españoles y de otros países de Europa”.

El resultado de aquel primer viaje de Járkov a Leópolis fue que, en lugar de volver con unas cuantas cajas de medicamentos, se trajo 30 toneladas. Hicieron falta tres camiones. Asegura con orgullo que lograron cubrir muchísimas carencias con aquella primera remesa: “Lo hemos entregado en mano, lo que significa que tenemos la seguridad de que acabará en los cirujanos y los pacientes. No se perderán por el camino como, por desgracia, sucede con algunas ONG”.

En esta segunda caravana el paisaje que ha encontrado ha sido uno muy distinto. “La primera vez fue justo al comienzo de la guerra y había atascos kilométricos por la gente que trataba de escapar. Nos llevó cuatro días recorrer los 1.000 kilómetros que hay entre las dos ciudades, pero aquella ola de refugiados ya acabó. Ahora se tardan unas 17 horas, las carreteras están vacías y a nuestro paso encontramos ciudades en las que no hay ni un alma. Casi cada 50 kilómetros hay un checkpoint de militares ucranianos, pero se pasan bastante rápido. Sobre todo si vas del este al oeste porque entienden que estás huyendo de algo y te ceden el paso. Te sientes seguro en ruta la gente se ayuda mucho”.

Asegura Rostislav que no han encontrado militares rusos ni han sentido el peligro porque se mueven en una zona controlada totalmente por el Ejército ucraniano. A su lado lleva a Iván, su mejor amigo de la infancia y con el que ha unido fuerzas. “ÉI ahora es médico de Emergencias y Desastres. Es quien me proporciona la lista de necesidades porque se conoce al dedillo la situación sobre el terreno. Qué hace falta y a quién”.

Con el curso de la guerra, los requerimientos más urgentes van cambiando: “La primera necesidad me sorprendió. Hacían falta cosas muy básicas, suministro para emergencias quirúrgicas y traumatológicas. Vendajes, algodón... Yo creía que un hospital está lleno de estas cosas, pues no. Ahora se acerca una crisis humanitaria con la gente mayor y con enfermedades crónicas. Debemos asegurar un suministro constante de fármacos para sus tratamientos. Este es el objetivo de este segundo viaje, buscar colaboraciones con la Cruz Roja y otras ONG”.

El caos está suponiendo un reto enorme para alguien con una mente de naturaleza ordenada. “En realidad, no tengo base. Ni aquí ni allí. Había previsto que cuando llegara toda la ayuda a Leópolis el almacén iba a ser una auténtica locura. Es el punto negativo de no trabajar con la infraestructura que tiene una ONG. Así que había que emplear la razón, la lógica, en medio de la confusión, para poder canalizarlo bien”.

Rostislav habla con nostalgia de lo que pudo ser y, de momento, no ha sido. Su ciudad, en la que aún viven las mujeres de su familia, está desierta. La calle principal es totalmente irreconocible. “Es todo una pesadilla. Járkov llevaba años mejorando, abrían restaurantes cada dos por tres, sitios que no encuentras ni en Madrid. Estaba llena de luz, de amor, de parejas caminando de la mano. Todo esto desapareció de un día para otro”. De momento, su tía y su madre permanecen en su casa de siempre porque creen que la abuela, enferma, no superaría el viaje.

Nunca imaginó semejante desenlace. “Es que es surrealista. Todos pensábamos que Putin juntaba a sus soldados en la frontera a modo de amenaza. Nunca creí que esto iba a ocurrir”. Mientras conduce por un país en guerra, se acuerda de su vida en Madrid: “Lo que más echo de menos es la tranquilidad, la paz, las cañas a las siete de la tarde. Y esos paseos por el parque del Tío Pío, en Vallecas, para ver el atardecer”.

PARA COLABORAR:

-Entrega de medicamentos: Calle Entrepeñas 2, Alcalá de Henares. Madrid

-Donar PayPal: sh.rosti@gmail.com