Tres meses de guerra

De ejecutiva en Kyiv a limpiar por horas en Torremolinos

Anna Gordienko trata de sacar adelante a su hija Margarita en el pueblo malagueño: “En mi país no hay nada para nosotras”

Anna Gordienko, refugiada ucraniana en Torremolinos (Málaga)
Anna Gordienko, refugiada ucraniana en Torremolinos (Málaga)Sandra PovedaSandra R. Poveda

Acaban de cumplirse tres meses desde que Vladimir Putin diera la orden fatídica que ha puesto del revés la vida de 44 millones de ucranianos. Nadie ha podido seguir como si nada. Más de seis millones y medio de personas han abandonado el país y se calcula que hasta ocho se han visto obligadas a desplazarse internamente. Entre tantos casos dramáticos, LA RAZÓN ha querido poner el foco en la historia de Anna, de 35 años, madre de la pequeña Margarita, de 7, y esposa de Igor. Antes del 24 de febrero los tres vivían una rutina marcada por asuntos triviales, problemas del primer mundo, y hoy aún no saben dónde residirán el mes que viene. Tampoco si seguirán separados, si Anna logrará un trabajo fijo y si, por fin, dejará de estar triste.

«El domingo pasado me pasé el día llorando. Me desperté así y no pude parar. Echaba de menos todo; a mi madre, a Igor, a mi país. Me levanté para comer y luego seguí llorando». Anna pasó el día entre lágrimas con su hija en una habitación de hotel en Torremolinos (Málaga), donde convive junto a más de cien compatriotas que están en una situación similar a la suya. Llevan en España desde principios del mes de marzo y aún dependen de un programa de acogida de Cruz Roja para sobrevivir.

En conversación telefónica con LA RAZÓN, Anna sopesa el giro radical que ha experimentado su vida desde que el 24 de febrero decidiera abandonar su país con Margarita. Las dos solas, en un trayecto hasta Polonia que les llevó varios días. «Recuerdo especialmente la cola de vehículos en el paso fronterizo. Estuvimos 65 horas para avanzar diez kilómetros. ¡Había tantos coches! Fueron tres noches en total, menos mal que había llevado agua y algo de comida. Como los conductores nos quedábamos dormidos, había un grupo de voluntarios que iba dando golpecitos en la ventana para que despertáramos y la línea avanzara».

Una vez en suelo polaco, esta joven con estudios superiores en Economía y Empresa y máster en Tecnología por la Universidad de Kyiv decidió que Málaga era un buen destino para ella y su hija. Una tía suya llevaba 20 años viviendo allí y habían estado de vacaciones con ella en varias ocasiones. La mala suerte quiso que el coche en el que viajaban las dejara tiradas en medio de Alemania. Finalmente, tuvieron que abandonarlo allí y volar hasta Barcelona, donde fueron acogidas por otros conocidos.

Una vez en el pueblo de Torremolinos, donde llegó el diez de marzo, Anna se dio cuenta de que iba a tener que sacarse las castañas del fuego ella misma. Pero su prioridad, encontrar un trabajo, no iba a ser tarea fácil ante la incapacidad de comunicarse en castellano. Así que contactó con una española que tiene una agencia de limpieza y se ofreció para trabajar por horas. «A mí no se me caen los anillos porque no vengo de una familia rica y sé buscarme la vida. Tengo una capacidad de adaptación enorme. Aunque nunca lo había hecho, me pareció toda una experiencia. Me tuve que poner uniforme, claro, pero la verdad es que fue bastante interesante. Y duro también».

Anna recibió diez euros por cada hora que estuvo trabajando. Un sueldo inferior al que estaba acostumbrada en Kyiv, donde solía ganar en torno a 1.500 euros al mes en un país en el que el suelo mínimo está fijado en torno a los 180 euros al mes. Además de ser la mano derecha del director general de una empresa de construcción, completaba sus ingresos haciendo labores de Network Marketing y de «personal shopper» de productos estadounidenses de lujo para firmas ucranianas gracias a su fluidez en inglés.

Sobre su experiencia como limpiadora, reconoce que le ha venido bien para calmarse. «Lo cierto es que estar varios días limpiando casas enormes de ciudadanos ingleses que las alquilan a los turistas me sentó bien al estado de ánimo. El hecho de concentrarme en otra cosa que no fuera la guerra me gustó».

El futuro es una incógnita enorme. Por el momento, su marido no puede abandonar Ucrania porque el presidente Zelenski acaba de extender tres meses más la prohibición de que los varones jóvenes abandonen el país. «Igor no es el tipo de hombre que se vaya a poner a disparar, pero está haciendo labores de voluntariado civil y aún no puede seguirnos hasta Málaga. Anda bastante deprimido porque estaba muy unido a nuestra hija. Me manda todo el dinero que puede, pero es todos nuestros ahorros estaban destinados a un apartamento nuevo que nos estábamos comprando y ahora, claro, la obra está totalmente parada». Por el momento, la vuelta de Anna y Margarita a Kyiv está descartada: «Allí ahora no hay nada para nosotras, solo miedo, depresión y duelo. Mi país está lleno de dolor».