Ucrania

«No dejaremos esto a medias, vamos a ganar la guerra»

Horas antes de tomar un avión de vuelta a Ucrania, LA RAZÓN se reúne con una unidad militar que ha pasado diez días de tregua en una casa de reposo en Murcia

Eugeni, Maxim, Natalia y Sergei en un barrio del sur de Madrid horas antes de volver al frente
Eugeni, Maxim, Natalia y Sergei en un barrio del sur de Madrid horas antes de volver al frenteAlberto R. RoldánLa Razón

Natalia es pequeñita y lleva los ojos muy maquillados. Su estilo recuerda al de Amy Winehouse, no debe de pesar ni 40 kilos. A simple vista, nadie diría que esta mujer de 45 años lleva meses en primera línea de fuego en el este de Ucrania. Tiene un trabajo duro: es la primera que atiende a los heridos en combate, la que trata de estabilizarlos antes de derivarlos al hospital más cercano. A veces también tiene que realizar alguna operación de emergencia. Desde que el pasado 24 de febrero Vladimir Putin lanzara su invasión, esta médico militar ucraniana ha visto de todo. Dice que en esta vida no hay, en realidad, ninguna dificultad insuperable, que lo único que importa «son las personas, los que sufren, los que mueren, aquellos a los que no puedes salvarles la vida».

A simple vista, tampoco diría nadie lo que esta mujer, madre de dos hijos, lleva por dentro. No solo el dolor, también la metralla y las secuelas de varias contusiones cerebrales y costillas fracturadas. Para tomar impulso antes de volver a la carga, Natalia ha pasado diez días en una casa de reposo de SOS Murcia junto a otros tres soldados de su división: «Hemos disfrutado de cada minuto como si se tratara del último, como si fuéramos a morir mañana».

Horas antes de tomar el avión en Madrid, LA RAZÓN se reúne con los cuatro miembros de esta unidad que lleva 60 días luchando codo con codo contra los rusos en la zona de Popásnaya, a 70 kilómetros de Lugansk. Han acabado en el mismo batallón, explican, porque las bajas tan numerosas han diezmado las tropas y los que siguen en pie se han terminado agrupando. Eugeni, de 25 años, es el que se muestra más firme. Se nota que está al mando. Militar de carrera y comandante de brigada, tiene un gesto grave y sostiene la mirada. Explica que el impacto de cambiar un escenario de guerra por un chalet cerca de la playa ha sido enorme, «un cambio total de universo». Sin embargo, reconoce que en dos o tres días ya estaban adaptados: «A lo bueno es más fácil acostumbrarse».

Los cuatro miembros de la unidad en primera línea de fuego en Lugansk
Los cuatro miembros de la unidad en primera línea de fuego en LuganskLa RazónLa Razón

Su presencia en la costa murciana atrajo a grupos de ucraniamos expatriados que se acercaron a preguntarles cómo ven la situación y a agradecerles su servicio a la patria. «Cada día acudía gente a la casa y estábamos de conversación hasta las dos o las tres de la madrugada. Se interesaban por cómo se vive en primera línea de fuego y nos preguntaban cuándo va a terminar todo», cuenta Eugeni. Este oficial se muestra seguro de la victoria: «De lo único que estamos convencidos es de que no vamos a dejar esto a medias, llegaremos hasta el final. Vamos a ganar la guerra». Ni él ni ninguno de sus tres compañeros se plantea abandonar el frente porque «no hay muchos militares profesionales, no es posible que dejemos la primera línea en ningún momento. Hay muchos voluntarios, pero no están preparados. No duran ni media hora, se ponen a llorar o les vence el miedo. Y luego hay reservistas que solo conocen la guerra de antes y esta es distinta».

Sentado frente a él, Maxim asiente. De profesión albañil, es el más joven de todos. Cuenta que de los 32 reservistas que salieron de su pueblo para sumarse a la contienda no quedan vivos ni una docena. Reconoce que el miedo está presente las 24 horas del día, aunque tiene claro que está donde tiene que estar. «El temor nunca te abandona, claro que no. Tampoco puedo decirte que esté loco de contento por volver, ni que sienta alegría, pero es que si no estamos nosotros ahí, el enemigo va a llegar a las puertas de nuestras casas, donde viven nuestras familias. Vamos a cumplir con nuestra obligación».

Estos diez días de desconexión del horror de la guerra han estado jalonados por terapia psicológica, paseos por la playa, excursiones a pueblos cercanos y bodegas y masajes relajantes. Una semana larga de alto el fuego de la pesadilla que para Natalia encarna un día en especial: «Para mí, el peor recuerdo posible fue un día que estaba operando sobre un herido muy grave y, de pronto, recibí una llamada de la morgue para informarme de la muerte de mi mejor amigo. Estaba salvándole la vida a alguien mientras él perdía la suya».

Las largas jornadas que vivieron rodeados por el enemigo, cuando nada podían hacer por zafarse, también se le han grabado a fuego. «Son momentos de una tensión altísima. Cuando la artillería rusa nos ataca, a veces es que no tenemos dónde meternos, dónde refugiarnos. Muchas veces se nos ha caído el edificio encima». Asegura Natalia que el cambio que ha observado en las heridas de los combatientes se debe a que «nos disparan con armamento desconocido, al menos para mí. No sé si son balas de fósforo, pero en ocasiones producen una clase de tos que es imposible de detener con ningún medicamento».

Natalia también está dispuesta a incorporarse de inmediato a filas. Sin embargo, a mitad de esta frase pronunciada la semana pasada en Madrid, de pronto, abre mucho los ojos y cambia el sentido de lo que está diciendo: «Lo malo de todo esto es que a veces pienso que no hay dónde volver o, mejor dicho, a quién volver. La mayoría de mis amigos, la gente con la que llevo meses luchando, están muertos». Cuando termina la conversación, Yuri, el primo de Natalia y uno de los responsables de que haya podido vivir esta tregua, dice que casi no la reconoció cuando la recogió en Barajas. «Ella está muy cambiada, parece otra persona».En el momento de publicarse este reportaje, los cuatro se encuentran de nuevo en primera linea de combate en Ucrania. Esta vez servirán en unidades distintas.