Cumbre OTAN

Rusia, el enemigo que siempre estuvo ahí

La OTAN, la organización militar que nació para contener el expansionismo soviético, se enfrenta ahora a la política agresiva de Vladimir Putin

Un soldado ruso frente a un carro de combate con la letra Z, símbolo de las fuerzas rusas, en la república popular de Lugansk
Un soldado ruso frente a un carro de combate con la letra Z, símbolo de las fuerzas rusas, en la república popular de LuganskSERGEI ILNITSKYAgencia EFE

En 1952, el primer secretario general de la OTAN, Hastin Ismay, aseguró que el propósito de la nueva organización militar era “mantener a Estados Unidos dentro, a Rusia fuera y a Alemania debajo”. Las coordenadas no dejaban lugar a dudas. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el globo terráqueo se dividió en dos bloques irreconciliables con sus respectivas zonas de influencia. Este mundo bipolar enfrentaba a sistemas económicos y políticos opuestos. La defensa del bloque Occidental correspondía a la OTAN mientras que la extinta órbita soviética tenía a su respectivo Pacto de Varsovia.

La Guerra Fría se cimentaba en un principio básico pero eficaz: la posibilidad de la destrucción mutua si los dos países utilizaban sus correspondientes arsenales nucleares. Pero el que parecía el viejo enemigo dejó de enseñar los dientes. El colapso de la Unión Soviética tras la caída del Muro de Berlín en 1989 llevó a un pequeño oasis de Paz. Ese “fin de la Historia” vaticinado por el politólogo Francis Fukuyama en su libro publicado en 1992, que auguraba una nueva época en la que la democracia liberal sería el único sistema vigente en el mundo. Unas tesis que el incierto siglo XXI han demostrado bastante ingenuas.

Cooperación en los 90

El 27 de mayo de 1997, Rusia y la OTAN creyeron que era posible la reconciliación y firmaron el Acta Fundacional, un acuerdo de cooperación en el que los viejos enemigos se miraban a los ojos y buscaban el bien común. Este documento de 24 páginas fue firmado por el presidente de EEUU, Bill Clinton y su homólogo ruso, Boris Yeltsin y venía acompañado por el establecimiento de un Consejo permanente conjunto OTAN- Rusia en el que resolver cualquier posible conflicto tras décadas de desconfianza y que comenzó a funcionar en el año 2002. Los firmantes se comprometieron a no recurrir a “la amenaza o el uso de la fuerza” ni de manera recíproca ni contra otros países.

Esta paz, sin embargo, venía acompañada de una pregunta incómoda. ¿Cuál era el objetivo entonces de una Alianza militar defensiva si el enemigo ya no existía y se había convertido en amigo?

Ampliación al Este

La Alianza se impuso un nuevo objetivo: acoger bajo su manto protector de manera progresiva a los países del Este y las Repúblicas Bálticas que habían permanecido décadas bajo el yugo soviético. El 12 de marzo de 1999, Polonia, Hungría y la República Checa se convirtieron en los tres primeros países pertenecientes al Telón de Acero en ingresar en la OTAN. El Acta Fundacional aseguraba que la organización multilateral no desplegaría armas nucleares en los nuevos países ni tampoco reforzaría sus tropas militares.

Pero aunque Yeltsin se dio por satisfecho con esta cesión, este viraje le ocasionó críticas en ciertos sectores de la sociedad rusa. Y tampoco gustó nada a un tal Vladimir Putin, que en 1996 se mudó a Moscú para comenzar su carrera política después de un periodo como oscuro agente de la KGB. Tras la renuncia de Yeltsin, Putin se convirtió en presidente interino y después consiguió ser elegido por mayoría absoluta.

La llegada de Putin

Durante los primeros años de su mandato, Putin no enseñó abiertamente sus cartas y Occidente interpretó erróneamente que el nuevo mandatario ruso seguiría la estela de su predecesor. Los atentados del 11 de septiembre en 2001 consiguieron que la OTAN tuviera un nuevo enemigo claro:el terrorismo internacional. Esto también permitió a Putin justificar sus acciones en Chechenia y enmascarar las tensiones surgidas por los bombardeos de la OTAN en los Balcanes.

Pero Washington y Bruselas se equivocaban. A diferencia de Yeltsin, Putin siempre consideró que la expansión de la OTAN había supuesto una humillación para Rusia, ya que Occidente se había aprovechado de su debilidad económica y social tras el fin del comunismo. La mayoría de los analistas consideran que el punto de inflexión en la política exterior de Moscú a se produjo no con tanques ni misiles sino con un discurso. El proferido por el mandatario ruso el 10 de febrero de 2007 durante la Conferencia de Seguridad de Múnich. Un alocución considerada profética y casi una declaración de guerra contra la Alianza. En este discurso, Putin asegura que Moscú no se contentará con permanecer bajo la batuta de Washington y obedecer órdenes.

¿Pero qué es un mundo unipolar? Por mucho que se intente adornar ese término, en la práctica ello tiene sólo una significación: existencia de un solo centro del poder, de un solo centro de fuerza y un solo centro de la toma de decisiones. Es el mundo en que hay un solo dueño, un solo soberano. Al fin y al cabo, ello resulta pernicioso no sólo para aquellos que se encuentren dentro de los marcos de tal sistema, sino también para el propio soberano, pues ese sistema lo destruye desde dentro”, aseguró Putin.

Invasión de Georgia

Pero en ese momento quizás no todos supieron interpretar estas palabras. El año 2008 fue especialmente tempestuoso para las relaciones entre la OTAN y Rusia. En febrero Kosovo proclamó de manera unilateral su independencia gracias al padrinazgo de Estados Unidos; en la cumbre de Bucarest en abril se abrió la puerta a la entrada de Ucrania y Georgia (aunque sin fechas ni planes concretos) y como colofón Rusia lanzó una operación militar relámpago contra este último país en el mes de agosto con el apoyo de las autroproclamadas repúblicas prorrusas de Osetia del Sur y Abjasia.

Las relaciones entre la OTAN y Rusia se adentraron en un punto de no retorno y se enturbian aún más con la progresiva europeización de Ucrania. El presidente porruso, Viktor Yanukóvich, fue destituido y Moscú creyó que había llegado el momento de intervenir, lo que se saldó con la anexión ilegal de la Península de Crimea en 2014 ( un territorio que el mandatario soviético Nikita Kruschev había regalado a Ucrania en 1954) y la imposición de sanciones por parte de Occidente. La Guerra Fría había vuelto y ese mismo año en la cumbre de Gales los países de la Alianza se comprometieron a aumentar su gasto militar (hasta el 2% del PIB) tras años de recortes. El oasis de paz había terminado. La anexión de Crimea no termina con el conflicto sino que éste continúa con las fuerzas separatistas prorusas del Donbás.

En octubre de 2021, Rusia decide cerrar su misión permanente en la Alianza después de que ésta hubiese decidido expulsar a ocho diplomáticos rusos acusados de espionaje. El nuevo año no trae buenas noticias y las negociaciones para evitar la guerra tan sólo consiguen ganar algo de tiempo. El 24 de febrero Rusia invade Ucrania y la Alianza ya no tienen ninguna duda de que el viejo enemigo ha vuelto.