Opinión

El “No” vuelve a salvar a Chile

El “Rechazo” a este proyecto de Constitución tampoco significa un apoyo a la continuidad de la Carta Magna anterior

Celebración del resultado del plebiscito constitucional, en las calles de Santiago (Chile)
Celebración del resultado del plebiscito constitucional, en las calles de Santiago (Chile)ELVIS GONZÁLEZAgencia EFE

Fue un acierto establecer la obligatoriedad del voto para el plebiscito sobre la nueva Constitución en Chile, garantizando así la mayor participación electoral en la historia de ese país. Lo normal en estos procesos es que quienes rechazan el proyecto se abstengan y termine ganando el “Apruebo” con una bajísima participación, como sucedió en Venezuela en 1999. Pero tratándose de una constitución es lógico que se procure la mayor legitimidad posible, evitando que se apruebe un proyecto político de una sola tendencia que, en vez de unir, divida a la nación. Bien por Chile.

Ahora bien, el “Rechazo” a este proyecto de Constitución tampoco significa un apoyo a la continuidad de la Carta Magna anterior, la cual debe ser sustituida por otra como ordena también el mandato popular. La voluntad del pueblo chileno se puede resumir en que no están de acuerdo ni con la constitución actual, ni tampoco con la nueva propuesta.

¿Qué hacer entonces? La única forma de llenar el vacío es con un consenso que involucre a diferentes partidos y represente a la mayoría del pueblo. Un pacto pluralista como el que se alcanzó en España para aprobar su actual Constitución. Y es que la Carta Magna de un país que pretende ser democrático, debe ser producto del consenso político entre adversarios y nunca una imposición unilateral. No es un programa de Gobierno o un manifiesto ideológico, sino las reglas del juego que garantizan la alternancia debida y limita el poder en favor de los ciudadanos. Es lo que une a la sociedad y, por ende, debe contener los mínimos incluyentes en vez de los máximos excluyentes. Un pacto.

El problema está en la Convención Constitucional, que es la que debe aprobar el texto que luego se somete a plebiscito. Sus integrantes fueron electos en pleno estallido social bajo un clima de polarización, con absurdos criterios de cuotas y una concepción antipolítica, que dio como resultado que dos tercios de los ganadores sean independientes no militantes en ninguna organización. Esta congregación de advenedizos fue lo que permitió luego que un Pikachú y un Dinosaurio inflables tomaran la palabra en el hemiciclo de la constituyente, convertida ya en un “reality show”. Esto es parte de lo que rechazaron los chilenos el pasado domingo.

El reto de Boric consistirá en encauzar esto hacia la política, superando la etapa de “particularismo” y “acción directa”, que en términos orteguianos se da cuando un grupo intenta imponer su voluntad para satisfacer su deseo sin contar con los demás, ni con la voluntad general. Ojalá quiera y pueda, por el bien de Chile. Mientras tanto poco lo ayuda su homólogo colombiano que escribió en su red social apenas se conoció el resultado de la consulta, lo siguiente: “Revivió Pinochet”.

Si para Petro la votación popular más grande de la historia de Chile es equivalente a una dictadura, entonces quizás para él la democracia consiste en imponer una visión aunque sea minoritaria. No puede ser que a Petro le cueste más que a Pinochet reconocer el resultado de un plebiscito.