Oriente Medio
Un año y medio después del 7-O: hegemonía israelí e inestabilidad
El Ejército israelí ha erosionado la influencia regional de Irán con sus ataques a Hamás, Hizbulá y los hutíes
Al cumplirse el año y medio del episodio definitorio del 7 de octubre -1.200 personas asesinadas por las brigadas Al Qassam de Hamás en suelo israelí y el secuestro de 250 individuos- poco y mucho ha cambiado en un Oriente Medio fiel, como siempre, a la paradoja y a lo inexplicable.
Después de más de 15 meses de bombardeos y tras apenas una tregua de unas pocas semanas, las fuerzas israelíes intensifican en las últimas semanas su ofensiva contra Hamás con la esperanza de neutralizarla operativamente y rescatar con vida a los últimos rehenes atrapados en la Franja (58 personas y 35 de las cuales las autoridades israelíes creen que 35 están muertas). La incesante campaña de las Fuerzas de Defensa de Israel y la ocupación de una parte del exiguo territorio costero le ha costado la vida a casi 51.000 personas, según las autoridades sanitarias de la Franja, en manos de Hamás, sin que se sepa cuántas de ellas eran miembros del movimiento islamista y cuántas eran población civil. Más de 2,2 millones de personas sobreviven cada día en condiciones infrahumanas.
Si la guerra total entre el Gobierno de un Netanyahu acosado por la justicia de su país y la presión de la opinión pública y Hamás ha sido una constante desde el 7 de octubre, no puede, sin embargo, decirse que el escenario regional sea el mismo que hace año y medio. A pesar de la indudable resiliencia de Hamás, que se niega a salir de la ecuación política del futuro de Gaza y que, año y medio después, sigue siendo capaz de dirigir proyectiles desde su extensa red de túneles hacia suelo israelí, el ‘eje de la resistencia’ liderado por la organización terrorista palestina y dirigido por la República Islámica de Irán ha cosechado en este tiempo un severo correctivo.
Mientras se batía contra Hamás en Gaza, a mediados del pasado mes de septiembre el Gobierno israelí consideró llegado el momento de iniciar otra guerra total contra su enemigo en el flanco norte: Hizbulá. Tras apenas dos meses de campaña aérea y terrestre israelí en sus bastiones libaneses, las fuerzas israelíes -que venían preparando durante años la ofensiva definitiva contra el movimiento chií libanés- forzaron a una Hizbulá noqueada a aceptar la tregua a finales de noviembre.
El debilitamiento de Hizbulá, que ha visto perder más del 80% de su arsenal y cómo eran asesinados, uno a uno, a todos sus mandos empezando por su secretario general Hassan Nasrallah, ha abierto, entretanto, un nuevo y esperanzador escenario político en Líbano, duramente castigado por la parálisis política -y, por ende, judicial, económica y social- durante años.
Además, cuando parecía más improbable -después de haber sobrevivido a 14 años de guerra y de contar con al aparentemente incondicional apoyo ruso- Irán perdía el pasado mes de diciembre a uno de sus más sólidos aliados en Oriente Medio, el régimen presidido por Bachar al Asad. Una fulgurante campaña militar liderada por los yihadistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS) gracias al apoyo turco permitió a los hombres liderados por Ahmed al Sharaa tomar Damasco sin apenas resistencia del otrora temible ejército baazista y gracias en parte a la inhibición rusa e iraní.
La pérdida de influencia del régimen de los ayatolás en Damasco convierte el tapete sirio en el escenario de la batalla por las principales fuerzas regionales, con Turquía y Arabia Saudí a la cabeza, por ampliar su presencia en un país destruido que trata de recuperar una cierta normalidad tras décadas de dictadura y guerra. Un país en que los islamistas radicales instalados en la capital seguirán mandando en los próximos años, como ya ha dejado claro su hombre fuerte.
Con Hamás y Hizbulá seriamente menguados en su poderío militar y mientras se intensifican los contactos de la Administración Trump con Teherán sobre la cuestión nuclear, en las últimas semanas las fuerzas estadounidenses han intensificado su campaña contra el otro gran actor no estatal del ‘eje de la resistencia’ patrocinado por Teherán: los hutíes. El movimiento rebelde yemení, en control de Saná desde 2014, ha protagonizado más un centenar de ataques contra buques comerciales occidentales en aguas del mar Rojo. Las continuadas agresiones del movimiento insurgente chií han logrado que el 70% del tráfico comercial que una vez transitaba por el mar Rojo ahora toma la ruta del sur de África.
En definitiva, de Hamás a su más mimada milicia, la libanesa Hizbulá, pasando por los hutíes yemeníes, del régimen de Bachar al Asad hasta las milicias chiíes sirias e iraquíes, la red de aliados estatales y paraestatales financiados por la República Islámica se han visto duramente castigada por la dura ofensiva israelí del último año y medio. La estrategia del régimen de los mulás de atacar por interposición al “enemigo sionista” desde media docena de frentes a fin de provocar una respuesta desproporcionada que pudiera suponer el aislamiento regional e internacional del Estado judío se ha demostrado fallida.
Tras el golpe moral del último año y medio, sacudidas por las consecuencias de una mala gestión económica y con una opinión pública cada vez más descontenta, las autoridades iraníes se aferran a la retórica belicista y, sobre todo, a un acuerdo con la Administración Trump que evite una agresión militar estadounidense que podría ser letal para el régimen.