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Brexit: Bruselas cierra la puerta a May

Juncker reitera la oposición europea a reabrir el acuerdo de salida firmado con Londres y defiende el compromiso para evitar una «frontera dura» en Irlanda. Los Veintisiete solo aceptarían alguna concesión en la declaración política.

Michel Barnier, negociador jefe de la UE para el Brexit, ayer en el Parlamento Europeo
Michel Barnier, negociador jefe de la UE para el Brexit, ayer en el Parlamento Europeolarazon

Juncker reitera la oposición europea a reabrir el acuerdo de salida firmado con Londres y defiende el compromiso para evitar una «frontera dura» en Irlanda. Los Veintisiete solo aceptarían alguna concesión en la declaración política.

La desconfianza es máxima. Bruselas y Londres prosiguen un diálogo de sordos que parece eterno y en que los reproches salen a la superficie, a pesar de los deseos de guardar las formas. «El acuerdo firmado es el único acuerdo y la Unión Europea lo dijo en noviembre, en diciembre y después de la primera votación en el Parlamento británico y la de ayer [por el martes] no cambia nada», aseguró ayer el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, durante un debate del Parlamento Europeo.

Unas palabras que no constituyen una sorpresa, ya que, horas antes de la sesión en Westminster, las autoridades comunitarias propagaron este mensaje por todos los medios posibles. Minutos después de que saliera adelante la enmienda que apoya la renegociación del acuerdo –incluida la salvaguarda irlandesa– un fulminante comunicado del presidente del Consejo, Donald Tusk, en nombre de todas las capitales volvió a recordar que Bruselas tan solo contempla modificaciones en la declaración política sobre el futuro estatus, pero que el texto de divorcio es sagrado.

Pero Londres no puede o no quiere entender el mensaje. Y todo indica que los dos bloques entran en otro periodo de guerra de trincheras en el que las dos partes permanecen agazapadas en sus posiciones. Los Veintisiete esperan que Londres dinamite sus «líneas rojas» sobre su relación futura y opte por un modelo similar al de Noruega (mercado único) o al de Turquía (unión aduanera). Solo entonces están dispuestos a volver al ruedo de las negociaciones para ofrecer y, quizás, mostrar algo de manga ancha sobre la relación futura.

El negociador en jefe de los Veintisiete, Michel Barnier, volvió a recordar ayer a Londres que existen varios modelos posibles, aunque también recalcó que todos ellos exigen un equilibrio de deberes y obligaciones. Por el momento, se desconoce qué podrían ofrecer los Veintisiete, es Reino Unido quien debe dar el primer paso. Y eso parece imposible, por el momento. Según recordó Juncker, las cancillerías saben que Reino Unido está «en contra de muchas cosas», como un Brexit caótico o la salvaguarda irlandesa, pero el bloque comunitario aún desconoce «exactamente de qué lo está la Cámara de los Comunes».

Bruselas sigue desconcertada por el caos al otro lado del Canal de la Mancha. En los últimos tiempos, la tenacidad de Theresa May y su instinto de supervivencia habían conseguido que la «premier» consiguiera el respeto de las autoridades comunitarias. «Creemos que ha intentado introducir un cierto sentido de pragmatismo en las negociaciones, a pesar del clima que se respira en Londres», loaba un alto cargo comunitario hace unas semanas. Pero la última maniobra de May al apoyar una enmienda que dinamita el acuerdo que ella misma negoció deja a los Veintisiete muy poco margen de maniobra y grandes dosis de recelo. «Cuando escucho a personas que participaron en la declaración, francamente no me queda ninguna gana de aceptar este juego de culpas mutuas», aseguró Barnier en una alusión al ex negociador británico Dominique Raab.

«A veces me da la impresión de que se espera que los Veintiséis abandonen el 'backstop' y a Irlanda en el último minuto, pero esto no es juego ni un asunto bilateral. La frontera de Irlanda es una frontera europea», aseguró Juncker, quien también avisó de que no se puede volver a los «tiempos oscuros» y poner en riesgo los Acuerdos de Viernes Santo.

Horas antes de que se produjese el discurso de May en la Cámara de los Comunes, la prensa británica daba por seguro que la primera ministra anunciaría como plan estrella la posibilidad de un acuerdo bilateral con Dublín. Si era un globo sonda, la iniciativa nacía muerta (las autoridades irlandesas descartaron esta opción) y May no esbozó esta posibilidad. Pero el tiempo apremia y los Veintisiete temen que Londres esté tentada a intentar utilizar esta argucia, ya que Irlanda sería el país más castigado por un Brexit caótico.

Paradójicamente, una salida sin acuerdo desembocaría en controles entre las dos Irlandas con el objetivo de vigilar que los bienes que cruzan la frontera del Ulster y que, desde Reino Unido llegan a territorio europeo, cumplen los estándares sanitarios y mediombientales exigidos por la UE. Justo lo que el «backstop» intenta impedir a toda costa. Bruselas evita hablar de «frontera dura» en caso de un Brexit sin anestesia, pero los acuerdos de Viernes Santo corren peligro.

Dentro del tono bronco dirigido a Londres, Juncker quiso cerrar su alocución con un mensaje de esperanza. «Soy optimista por naturaleza y creo en las instituciones democráticas. Estoy convencido de que se podrá alcanzar un acuerdo para seguir adelante en esa asociación», indicó.