Internacional

Dicotomía roja

La Razón
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Maduro se sirve de la confrontación para fidelizar a una minoría con la que intenta construir su legitimidad política.

«Aquí no hay medias tintas, aquí se está con la patria o se está contra la patria, aquí se está con Chávez y Maduro o se está con Trump y los marines norteamericanos». Las palabras del ministro de Comunicación e Información venezolano, Ernesto Villegas, retumban como melodía desentonada en los oídos de la inmensa mayoría de los venezolanos y en una desconcertada diplomacia latinoamericana.

La inexistencia de matices dentro del discurso dicotómico permite la sobreexposición de un planteamiento que presenta dos posturas antagónicas, en principio irreconciliables. La dicotomía le permite al actor populista facilitarles a distintas audiencias elegir entre dos posturas. Su pretensión se traduce en pulverizar la pluralidad y convertirla en una simple dualidad. Al mismo tiempo, el populista construye conceptos y realidades que, pudiendo ser en principio complejas, multiformes y mutables, pasan a ser claras, fáciles de reconocer y sencillas de distinguir.

En el año 2014, por ejemplo, Íñigo Errejón aseguró: «Ofreciendo dicotomías como democracia/oligarquía, ciudadanos /casta, nuevo/viejo, Podemos estableció nuevas fronteras para alejar las élites y proponer una nueva identificación, con el objetivo de posicionarnos mejor en relación a ellos» (sus adversarios políticos). Bajo esa premisa, la contienda se presenta nítida, la elección parece sencilla. Sin embargo, los ciudadanos terminan por ser sometidos a una trampa infame, un juego peligroso que podría despertar y justificar la violencia.

«Ellos y nosotros», «patriotas y anti patriotas», «Oligarquía y pueblo», son elementos verbales que se hallan fácilmente en la cartilla comunicacional de Maduro y sus compañeros. ¿Cómo es posible que el sucesor de Chávez todavía mantenga un 25% de apoyo popular? En su recital maniqueo de la realidad encontramos la respuesta. Aquellos que vagamente se plantearían apoyar al Gobierno podrían, con mayor facilidad, radicalizar sus argumentos. A partir de ahí, la voluntad ganada firma un aparente contrato de fidelidad, gracias a un impulso emotivo que se oxigena cada vez que el líder aparece en televisión para inyectar y nutrir su acostumbrada postura. Esto es suficiente para que el engañado justifique los argumentos de Maduro, e incluso sonría condescendientemente con los desmanes más insólitos del caudillo.

La dicotomía en el lenguaje político, finalmente, es una inversión hacia la construcción de legitimidad. Así, Maduro opta por tener un 25% comprometido y embelesado – con disposición a ir a una guerra contra Trump, por ejemplo, o bien con la voluntad de defender al «hijo de Chávez» a pesar de su ineficacia – en lugar de un 50% con posibles actitudes dubitativas.

Cuando la reconciliación representa un verbo tan fundamental en Venezuela, el discurso dicotómico simboliza justamente el arma de los que no tienen la razón. Las palabras del ministro Villegas siguen siendo veneno. Sin embargo, la conciencia libertaria de la mayoría de los venezolanos hace de esa verborrea tóxica un anticuerpo para no volver –esperemos que sea así– a caer en la trampa roja de la confrontación.