África
Los dos años de regresión al pasado autoritario de Túnez
El presidente Saied ha desmontado el andamiaje democrático erigido tras la Primavera Árabe convencido de “salvar” al país
Dos años después, se cumplieron los peores augurios y Túnez es hoy un país al borde de la bancarrota, descreído respecto a la política y la democracia, donde se producen brotes recurrentes de xenofobia y, sobre todo, gobernado de forma autocrática por su presidente, Kais Saied. El país magrebí, que fuera esperanza para el conjunto del mundo árabe tras su revolución de los jazmines –que puso fin a los 23 años de dictadura de Ben Ali- y posterior construcción de un andamiaje democrático, es hoy un país a merced de su presidente, de cuyo autogolpe se cumplieron este martes, Día de la República, 24 meses.
“En estos dos años se ha producido una regresión al pasado autoritario del país, caracterizado por una enorme concentración de todos los poderes en manos del presidente y, finalmente, una constitucionalización de la misma”, explica a LA RAZÓN Bosco Govantes, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Pablo de Olavide (UPO). “La modificación constitucional, con un proceso nada transparente, y un proceso electoral dudoso ha consolidado una concentración de poder sin contrapesos, probablemente mayor que la que había en época de Ben Ali”, asegura el especialista en Túnez.
Si hace dos años el presidente Saied, de 65 años, justificó el golpe de mano en la necesidad de “salvar la democracia” y al país de los “peligros” que le acechaban con un transitorio estado de excepción, los hechos han demostrado que el suyo era un plan perfectamente meditado para moldear un Túnez a su gusto y medida. En estos 24 meses transcurridos el jefe del Estado, que es profesor de Derecho Constitucional, ha asumido todo el poder ejecutivo, ha liquidado el legislativo y controla el judicial.
Para ello comenzó suspendiendo la Asamblea Nacional –un Parlamento unicameral democrático- en julio de 2021, que disolvió ocho meses después. Sólo volvió a abrirla ya convertida en una cámara convertida en un mero complemento del ejecutivo y sin partidos políticos a comienzos del pasado mes de marzo. Entretanto, cambió la Constitución de 2014 –elaborada con el concurso del conjunto de fuerzas políticas- prácticamente por otra que apenas el 30% de los votantes aprobaron hace ahora un año. Además, en febrero del año pasado Saied disolvió el Consejo Superior de la Magistratura, organismo independiente encargado de designar a los jueces. En junio del año pasado el presidente tunecino expulsó de la magistratura a 57 jueces por reprobar su desempeño.
Represión de la disidencia y xenofobia
En paralelo a la demolición del entramado democrático construido a partir de 2011, el presidente tunecino, al que las urnas auparon al poder en octubre de 2019, se ha empleado en la persecución de políticos, periodistas, empresarios y jueces. “Se ha confirmado una represión absoluta de las libertades públicas, como la de expresión o de prensa, y una persecución sistemática de la oposición, no sólo de los islamistas sino de todos los partidos. Por ejemplo, hay un nuevo decreto en vigor que puede acarrear diez años de cárcel por críticas al Estado, lo cual ha infundido mucho miedo en los ciudadanos a la hora de expresarse libremente”, abunda el profesor de la UPO a este medio.
Simultáneamente, en medio de un repunte de la la migración irregular, el mandatario ha hecho gala de un discurso xenófobo que ha tenido como objetivo principal a las comunidades subsaharianas que llegan hasta el país con la intención de poder abandonarlo por mar rumbo al territorio de la UE. Saied acusa a los migrantes de ser un instrumento de un plan foráneo para revertir el orden demográfico de Túnez y diluir así su componente “árabe e islámico”. El resultado han sido frecuentes enfrentamientos violentos entre población local y migrante, además de persecuciones y deportaciones desde los puntos principales donde estas comunidades se concentran antes de lanzarse a sus arriesgadas aventuras en aguas mediterráneas –con decenas de individuos muertos de sed en el desierto- hasta las fronteras con Argelia y Libia.
Tampoco ha tenido demasiada fortuna en el terreno económico y material el pueblo tunecino, obligado a atravesar un largo período de pobreza, fuerte inflación y escasez alimentaria. Después de más de dos años de negociaciones, el prometido préstamo del FMI, por valor de 1.900 millones de dólares, no acaba de llegar porque Saied se niega a cumplir con las reformas que le exige la institución multilateral.
El gran logro para sus intereses de Saied en estos dos años ha sido haber desmovilizado a la oposición, las manifestaciones, frecuentes y nutridas durante 2021 y 2022, han perdido fuelle en los últimos meses, y haberse granjeado el apoyo de la Unión Europea gracias a la posición estratégica clave de Túnez en la lucha contra la migración irregular en el Mediterráneo en pleno repunte migratorio. No en vano, las autoridades tunecinas y las europeas firmaron hace apenas diez días un acuerdo centrado en la lucha contra la migración ilegal que contempla un importante paquete de ayuda financiero para el país norteafricano.
Túnez regresa a su peor tradición autocrática y, atrás el sueño de un modelo democrático para el mundo árabe y para África, la pequeña república magrebí se alinea sin remedio en la normalidad de la región. “Soy pesimista en las expectativas: hay muchísima división en la oposición, pues los partidos no son capaces de ponerse a trabajar juntos, y si Saied pierde popularidad por la falta de libertades, ha conseguido que, cuando los ciudadanos miren a su alrededor, no vean alternativa alguna. Además, no ha habido oposición por parte de las grandes potencias”, lamenta a LA RAZÓN Govantes.
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