Relaciones EE UU/Rusia
Dos minutos para el día del Juicio Final
Los científicos nucleares dan la voz de alarma: el riesgo de un Apocalipsis se dispara impulsado por la nueva Guerra Fría entre Washington y Moscú, el aumento del gasto militar y la aparición de amenazas como Corea del Norte
Los científicos nucleares dan la voz de alarma: el riesgo de un Apocalipsis se dispara impulsado por la nueva Guerra Fría entre Washington y Moscú, el aumento del gasto militar y la aparición de amenazas como Corea del Norte.
Estamos a dos minutos de la medianoche. Quizá no les alarme, pero ésta no es una oscuridad cualquiera: se trata de las 24:00 en el Reloj del Juicio Final, o Reloj del Apocalipsis. Una alegoría, todo lo simbólica que deseen, pero acuciante y real, de la posibilidad de que la civilización perezca víctima de sí misma.
Posiblemente, desintegrada por el fuego y el invierno radiactivos de un holocausto nuclear. El reloj, activo desde 1947, es cosa de la junta directiva del Boletín de los Científicos Atómicos. Una organización fundada por varios de los participantes del Proyecto Manhattan, decididos a alertar de la amenaza que suponen las armas nucleares.
Cuando la situación mundial lo amerita, los científicos votan la hora en el reloj. Sólo otra vez en la historia, en 1953, estuvimos tan cerca del final. Entonces la Unión Soviética acaba de probar su primera bomba termonuclear, bautizada como RDS-6S. Un artefacto de 400 kilotones con el que respondían al primer ensayo exitoso de la bomba termonuclear por parte de EE UU, Ivy Mike, de diez megatones, que en noviembre del 52 pulverizó el atolón de Enewetak, en las islas Marshall.
La advertencia nace, primero, de la amenaza que supone el régimen norcoreano. Decidido a desarrollar ojivas nucleares capaces de impactar en EE UU También pesan, de forma dramática, los recientes esfuerzos rusos para actualizar y expandir su arsenal nuclear. De hecho los servicios secretos estadounidenses sospechan que entre las armas que el Kremlin podría estar desarrollando figura una suerte de supertorpedo atómico. Un arma de destrucción masiva capaz de recorrer el Pacífico y estrellarse con consecuencias letales contra la costa Oeste de los Estados Unidos.
Y no es la única: la intención del Gobierno ruso pasa por renovar todo su arsenal nuclear en los próximos cinco años. A esto se suma el imparable crecimiento y modernización del Ejército de la República Popular China.
Para contrarrestar las amenazas, el Pentágono, por boca del secretario de Defensa, el ex general James Mattis, ha presentado un ambicioso plan para modernizar su de por sí formidable arsenal nuclear.
La noticia llegó casi a escondidas, el mismo día en el que el Congreso publicaba el Informe Nunes sobre el Rusigate. De hecho, tal y como explica Lawrence Korb, del Center for the American Progress, veterano de la guerra en Vietnam y vicesecretario de Defensa con Ronald Reagan, el proyecto ni siquiera fue presentado ante la prensa por Mattis, no digamos ya por el propio Trump.
Eligieron a dos figuras secundarias, al segundo del departamento de Energía y el de Defensa, para transmitirlo. Entre otros aspectos dramáticos figura el que se flexibilizarían las condiciones para usar las bombas nucleares. Pero es que, además, añade al arsenal la propuesta de varios nuevos tipos de misiles, y entre ellos algunos de relativa baja potencia.
Según Korb esto significaría que «Estados Unidos está dispuesto a usar armas nucleares incluso en respuesta a ataques no nucleares». Además, «las nuevas nuevas armas, de menor potencia, tendrían más posibilidades de ser usadas, puesto que causarían menos daño». Pero, y es algo que advierten todos los científicos relacionados con las armas nucleares, el uso de las bombas atómicas, aunque sean de menor potencia o en un entorno acotado, puede derivar fácilmente a un conflicto global y potencialmente devastador.
El documento del Pentágono coincide con la entrada en vigor de un acuerdo entre EE UU y Rusia que garantiza la reducción de los arsenales nucleares de corto alcance.
Claro que los expertos advierten de que el tratado caduca en 2021. A partir de ahí, terra incógnita, mientras el presidente Trump ya pide aumentar el presupuesto destinado a las armas nucleares a unos niveles no vistos en décadas. «Ahora está claro que Estados Unidos debe tener suficiente capacidad de investigación, diseño, desarrollo y producción para apoyar el mantenimiento y el reemplazo de sus fuerzas nucleares».
A fin de justificar el desarrollo de las armas más pequeñas, Mattis argumentaba esta semana que «algunas naciones podrían calcular mal, una en particular, y asumir que si usaran, en el contexto de una guerra convencional, una bomba de pequeño rendimiento, no responderíamos con una bomba de gran potencia». «Debemos mirar la realidad a los ojos y asumir cómo es el mundo», escribe Mattis en la introducción al documento.
Este aldabonazo de realismo que sus críticos, incluida buena parte de la comunidad científica, tacha de anacrónico y volátil. Claro que, tal y como explica Fred Kaplan en un artículo de «Slate», «el plan de 1.200 millones de dólares de Donald Trump para modernizar el arsenal nuclear en un espacio de tiempo de 30 años es muy similar al de Obama». Sea como sea, «todo conduce a una nueva carrera armamentística mundial que recuerda la Guerra Fría y supone el final de la reducción del arsenal de los últimos 40 años», dice.
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