Relaciones EE UU/Rusia
El Kremlin, al servicio de los oligarcas
El discurso que dio Vladimir Putin hace unas semanas a sus más fieles fue considerado, en Occidente, como muestra del resurgimiento militar de Rusia, un resurgimiento que puede desafiar el equilibrio estratégico mundial. Inmediatamente después algunos analistas empezaron a discutir los pasos necesarios que otros países debían tomar para implantar una nueva política de defensa ante esos misiles para mejorar las capacidades de respuesta, además de las nuevas sanciones que se debían imponer a Moscú.
Pero, aunque es fácil comprender todos estos movimientos, considero que también se debe tener en cuenta una postura totalmente opuesta, y no me refiero a si el proyecto de rearme de Putin parece realista desde un punto de vista técnico (muchos expertos sostienen que no), sino a cómo funciona la economía rusa y qué debe esperar uno de ella.
Desde mi punto de vista, Putin puso mucho énfasis en la capacidad militar de Rusia no porque quisiera impresionar a las potencias occidentales, sino para, por un lado, estimular a aquellos de sus súbditos que realmente anhelan el «gran poder» de Rusia y para, por otro lado, asegurar que la élite rusa continúe disfrutando de esos presupuestos excesivos de los que se benefician.
La Rusia de Putin es un país gobernado por empresarios y no por políticos. Todas las personas del círculo de confianza del presidente son multimillonarios que no distinguen entre los fondos públicos y los suyos propios. ¿Puede alguien imaginarse en EE UU un secretario de Defensa que posea una docena de cabañas de caza alrededor del país para las que sea periódicamente comisionado por el Ministerio de Defensa?; ¿O una lanzadera espacial construida en medio de ninguna parte por más de once billones de dólares?; ¿O un primer ministro cuyo hijo de 33 años ha sido elegido para dirigir la mayor empresa productora de aeronaves militares? Sin embargo éstas son las realidades de Rusia. Por lo que para saciar todas las necesidades de los más altos burócratas –y no para abordar su estrategia militar–, el Kremlin debe destinar billones de dólares cada año a dar una buena imagen exterior como excusa. Por lo tanto, diría que el gasto militar seguirá siendo la partida que más aumente, ya que es mucho más fácil redistribuirlo para uso de los oligarcas que sacar estas mismas sumas de dinero de la educación o los programas sanitarios, por no hablar del fondo de pensiones.
Según el presupuesto federal de 2008, cerca del 66% del gasto en defensa está clasificado, e incluso los parlamentarios de la Duma no tienen autorización para investigar cómo se gasta el dinero. Pero otro tema es si todos estos fondos se materializan en nuevas armas o son robados (los rusos se han vuelto expertos en corrupción: la semana pasada se reveló que una cárcel supuestamente construida al norte del pueblo de Norilsk en 2012 por cerca de siete millones de dólares, simplemente no existe). En los últimos 27 años, la Marina rusa sólo ha recibido 13 submarinos nuevos, ocho de los cuales fueron puestos en marcha antes de la caída de la URSS. El más nuevo, el «Prince Vladimir», lleva construyéndose desde 2009 (cuando en los años ochenta la media para botar un submarino nuclear era de menos de 20 meses). La construcción del primer portaaviones para la Marina rusa fue anunciada en 2009, y nada ha pasado desde esa fecha. Sólo se ha elegido el nombre «Marshal Zhukov» para el buque, que debería estar terminado para 2024. La presentación que acompañó el discurso de Putin para presentar el nuevo misil Satan 2 ICBM fue tomada de otra realizada en 2007 para el primer Satan. La quinta generación de aviones de combate, que Putin prometió en 2010, debería haber sido entregada a las Fuerzas Armadas en 2013, y hasta ahora no ha sido suministrado ninguno. Y como estos, existen muchos más casos, por lo que las palabras de Putin sobre su misil invisible puede que sean verdad, ya que simplemente no lo vamos a ver nunca.
Por tanto, lo que hace que Occidente sea seguro no es tanto por sus sistemas de defensa sino por la ineficiencia y corrupción en el sistema industrial militar ruso, por la multitud de hijos talentosos de ministros y generales, así como por los enormes holdings empresariales que las élites rusas poseen en el extranjero. Además, tanto EE UU como Europa deberían replantearse si es inteligente combatir el dinero ilícito ruso, reírse de la eficiencia del liderazgo del país o alentar los movimientos anticorrupción dentro del país. Sin la corrupción, el nepotismo y los fuertes vínculos que conectan a la furtiva oligarquía con Occidente, la Rusia de Putin podría estar más coordinada y ser más eficiente, por lo que sería mucho más peligrosa para el mundo de lo que es ahora.
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