Historia

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El largo camino del «Homo migratorius»

La actual no es la primera crisis migratoria que sufre el continente. A lo largo del tiempo diferentes causas han hecho al ser humano desplazarse para sobrevivir

1947. Dos años después de que la Segunda Guerra Mundial hubiera terminado, el Exodus transportaba a judíos europeos
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La actual no es la primera crisis migratoria que sufre el continente. A lo largo del tiempo diferentes causas han hecho al ser humano desplazarse para sobrevivir

Desde los albores de la historia –por no hablar de la prehistoria– de la humanidad, ha habido movimientos migratorios sin los cuales sería muy difícil comprender los procesos históricos y sociales que han dado forma a nuestro mundo hasta llegar a su actual estado. Podemos decir que sin la migración de las poblaciones humanas no se hubiera puesto en marcha el motor de la historia desde que el Homo erectus saliera de África por vez primera para cruzar a Europa y Asia hace unos dos millones de años. Ello por no hablar del poblamiento progresivo, desde África a los diversos continentes, por parte del Homo sapiens en oleadas migratorias que comenzaron hace unos 125.000 años. El ser humano es un auténtico «homo migratorius» que no ha cesado desde entonces de cambiar de paisajes en pos de mejores condiciones de vida: ya sea huyendo de la situación política y económica, de la devastación de la guerra y la violencia, del cambio climático o en otras muchas circunstancias. Por supuesto, cuando hay un sustrato de población que ya vivía en los territorios que son objeto de la migración, la interacción que se produce entre ésta y las nuevas gentes (gentes externae, que dirían romanos como Amiano Marcelino a propósito de los germanos en la Antigüedad tardía) es un aspecto clave para evaluar su impacto histórico: lo es aún hoy para tomar en consideración la integración o no de la población migrante en el nuevo entorno. Hay, como es obvio, una tipología histórica muy variada de los movimientos migratorios, tanto de grandes masas de población como de poblaciones relativamente pequeñas que se trasladan a nuevos territorios como resultado de una conquista y conformando una cierta élite militar o cultural, o las que se producen por una huida masiva de hambrunas o carestías. Por supuesto, la relación entre poblaciones autóctonas y migrantes también depende en gran manera del grado de evolución material y cultural de cada cual. Veamos unos pocos ejemplos históricos a vuela pluma, en un repaso por fuerza apresurado y simplificador por lo que más de cerca atañe a Europa.

Sin duda, una de las primeras grandes migraciones que cambiaron la faz del mundo es la de los pueblos indoeuropeos, en varias oleadas, desde el interior de las estepas asiáticas hacia Anatolia, Europa, Asia Central, Irán o el valle del Indo. En general éstos pueblos nómadas se asentaron donde ya existían civilizaciones precedentes, en casos como el de los migrantes indoeuropeos que configuraron el Imperio hitita sobre una población preindoeuropea anterior, de cultura más avanzada, o los que se apoderaron de la Creta minoica en semejantes condiciones. Es interesante constatar cómo se apropiaron entonces de la cultura de los invadidos y crearon una nueva e interesante síntesis, que luego, en el caso de los griegos posteriores, quedaría reflejada en el conglomerado de los mitos y la religión (también la religión hitita tiene hondas huellas del sustrato preindoeuropeo). Las principales migraciones indoeuropeas tuvieron lugar entre el cuarto y el primer milenio antes de Cristo, con testimonios tan interesantes como la cultura de los Kurganes. Es apasionante la protohistoria étnico-lingüística de estos pueblos que emigraron gradualmente y se extendieron, dejando algunas reliquias anteriores, como el euskera o las lenguas del Cáucaso, y restos culturales y religiosos de muy variada índole. Las primeras fuentes históricas que permiten reconstruir esta expansión, atestiguando la cultura indo-irania, son textos como el «Rigveda» o las fuentes del Imperio asirio.

El pueblo misterioso

La crisis de la Edad del Bronce en Oriente Próximo y Egipto (c. 1200 a.C.), relacionada con las invasiones de los misteriosos pueblos del mar, es otra de las migraciones más emblemáticas de la Antigüedad. Hay que recordar además las invasiones en el marco de la edad oscura griega (ss. XII-IX a.C.), las grandes colonizaciones de los griegos desde el siglo VIII a.C. por la cuenca del Mediterráneo, o las conquistas romanas en torno al comienzo de nuestra era como los más señalados exponentes del comienzo y la extensión de la cultura clásica indoeuropea por excelencia para Europa: la grecolatina. Otro ejemplo singular es el de las oleadas de migraciones celtas, que configuraron la cultura y la religión de amplias regiones europeas, desde el valle del Po hasta las Islas Británicas, y las actuales Francia y España, coincidiendo con la introducción de hierro en Europa.

Pero piénsese también en la gran migración tardoantigua de los pueblos germánicos que, impulsados a su vez por las hordas que venían de las estepas de la recóndita china, se vieron obligadas a presionar las fronteras del Imperio Romano. Las llamadas «invasiones bárbaras» o Völkerwanderung («migración de los pueblos»), según la terminología de la historiografía alemana, se suele designar como el punto de transición entre la Antigüedad y la Edad Media europea. Desde el siglo IV las tribus germánicas fueron implantándose en grandes áreas del Imperio de Oriente y, sobre todo, de Occidente (que acabaría por desmembrarse), desde la victoria de los godos en la batalla de Adrianópolis, y las subsiguientes invasiones de otros pueblos germánicos. En otra fase, desde el siglo IX, el Imperio de Oriente vio la presión de los pueblos eslavos y túrquicos. No sólo la cuestión étnico-lingüística es enormemente relevante en la Völkerwanderung europea, sino también la religiosa, con la adopción del cristianismo por estos pueblos: Europa será desde entonces no sólo grecolatina, sino también judeocristiana, germana y eslava, en un proceso apasionante y enriquecedor pero ciertamente no exento de problemas.

Empuje vikingo

El medievo europeo atestiguó otros movimientos de hondo calado, como el de los vikingos y normandos, que modificaron la historia y la etnografía de Escandinavia, las Islas Británicas y las costas europeas hasta llegar al sur de Italia y Sicilia, por no hablar de la invasión musulmana de España y de Sicilia, los asentamientos de alemanes en las costas del Báltico, las migraciones del pueblo gitano o romaní, originario del Indo, por la Europa del Este y del Sur, etc. Más allá, los europeos también migraron a América en diversos momentos históricos: de hecho, quizá la mayor implantación de las lenguas indoeuropeas a nivel planetario –español, portugués e inglés, y en menor medida francés– llegó con la era de la exploración europea en América a partir del siglo XVI. Las migraciones masivas de europeos (italianos, polacos, irlandeses, alemanes) a América no cesaron hasta bien entrado el siglo XX. Ciertamente, muchas otras migraciones fuera de Europa contribuyeron a dar forma a la humanidad: un ejemplo es la migración de los bantúes durante al primer milenio a.C.. tal vez el patrón migratorio prehistórico más importante para entender la composición étnico-lingüística del África subsahariana, al desplazar otras lenguas autóctonas del África central y meridional. Igualmente reseñable es la migración de las tribus beduinas árabes desde la Península Arábiga al Magreb, contribuyendo a partir del siglo XI a la islamización de la zona, en detrimento de las tribus bereberes. Y otras muchas otras migraciones en oleadas que, aun hoy, no cesan. Las causas, en definitiva, siguen siendo las mismas que hace siglos y las consecuencias para las poblaciones en contacto imprevisibles, pero naturalmente parte del proceso histórico que será evaluado en un futuro no lejano. La historia puede enseñarnos, sin embargo, interesantes lecciones sobre cómo afrontar el encuentro con el otro, entre diversas culturas de una manera enriquecedora que evite perjuicios para migrantes y autóctonos en lo posible. En un desafío actual y renovado, no está de más volver la vista atrás para anticipar problemas y desencuentros.

A veces se da por hecho demasiado fácilmente que los Pueblos del Mar eran indoeuropeos de la cuenca oriental del Mediterráneo, aunque el origen de esta amalgama de pueblos es disputado. Lo cierto es que en el siglo XII a.C. las invasiones de éstos, entre otras causas históricas, causaron el colapso de las estructuras de la Edad del Bronce en una oleada de destrucciones de centros de poder de las culturas palaciales del oriente mediterráneo. Surgió en la historiografía la idea de atribuir estas destrucciones–anticipadas por una preocupación creciente por la defensa de los palacios– a una acción coordinada de pueblos que el informe de Ramsés III califica de «países extranjeros». Parece que esa coalición –que algunos historiadores han denominado «pueblos del mar»– había destruido una serie de ciudades y ahora se dirigía contra Egipto. Pero es éste un tema polémico y no resuelto que últimamente ha investigado E.H. Cline en su libro «1177 a.C».