Guerra sin tregua
Putin bombardea a los "ángeles de las lanchas" de Jersón
Rusia dispara fuego de artillería contra los voluntarios que tratan de rescatar a los civiles que siguen atrapados por las inundaciones una semana después de la destrucción de la presa
El silbido ensordecedor del misil ruso Grad aproximándose causa pavor y da la sensación de estar rajando el cielo nublado sobre Jersón. Inmediatamente, todos los presentes, voluntarios, militares, personas evacuadas y los pocos miembros de la prensa corren despavoridos hacia el refugio antiaéreo. Y los que no, se lanzan al suelo o buscan parapeto detrás de los edificios. Pocos segundos después, el cohete lanzado desde la ribera en manos rusas impacta a menos de 500 metros del punto de evacuación causando una conmoción generalizada.
Los tímpanos duelen y los ojos no pueden dejar de mirar hacia el cielo, como si fuesen capaces de ver el próximo artefacto a punto de desventrar otra parte de la ciudad, y cuyos objetivos son tan indiscriminado como la propia invasión del Kremlin. Los soldados más veteranos aprietan los dientes y esbozan una medio sonrisa. Es la máscara del valor que esconde el miedo de cualquier persona en su sano juicio. Los novatos, algunos con la cara compungida, están a su lado como si la suerte que ha protegido a sus compañeros hasta ahora fuese algo que se pega. Pero en la guerra, como en la vida, la ventura no depende de uno mismo.
“No te preocupes, no nos apuntan a nosotros. Al menos, no de momento”, comenta uno de los soldados apostados en la plaza Korabelna, donde se encuentra el punto de ayuda para los evacuados. “Aunque, con los rusos, nunca se sabe. Muchas veces disparan al tuntún, pero ahora le quieren dar a los equipos de rescate que están en la ribera derecha del río (Dniéper)”, la cual está en manos del Kremlin, pero donde los voluntarios ucranianos se internan para rescatar a los civiles atrapados. Allí, y en el opuesto distrito de Korabelnyi, el agua de las inundaciones provocadas por la destrucción de la presa de Nova Kajovka llega hasta casi el tejado.
Unos minutos después, el sonido de hasta cinco explosiones retumba por las calles casi desérticas de Jersón, que Rusia considera parte de su territorio, por lo que lo conquistó el 2 de marzo de 2022, para luego perder su control en noviembre del mismo año. La nueva granizada de explosivos y metralla cae tanto dentro de la ciudad como al otro lado de la plaza medio inundada, donde, atravesando el puente Ostrivska, se encuentra el lugar desde donde los voluntarios, la policía y el ejército ucraniano lanzan las lanchas de rescate.
Pocas horas después, el jefe militar de la región, Oleksandr Prokudin, confirmará que “tres personas han muerto y 10 han resultado heridas, dos de los cuales son policías, durante los rescates en el río Dniéper”, informa. El pan de cada día en esta ciudad azotada por la guerra y el incipiente desastre ecológico. “Una de ellas, un hombre de 74 años murió cuando los rusos abrieron fuego desde su zona y este cubrió con su cuerpo a una mujer, que resultó ilesa. Le dispararon por la espalda”, asegura.
Los ángeles de las lanchas
Muchos son los voluntarios que, con todo tipo de embarcaciones, a menudo neumáticas que apenas pueden remontar la corriente del río, desafían a diario los obuses rusos para socorrer a sus conciudadanos. Yevgeniy, un joven de 25 años de aspecto barbilampiño, pero con los ojos endurecidos y socavados por la tensión que le están haciendo envejecer a marchas forzadas, ha salido cada día en busca de personas aisladas desde que, el pasado 6 de junio, empezaron las inundaciones.
“Claro que tengo miedo, pero como voluntario mi deber es ayudar en todo lo que pueda”.
¿A cuánta gente ha rescatado? “No lo sé, he perdido la cuenta. Más de un centenar, seguro, pero eso no es lo importante. Todavía quedan personas en las zonas anegadas, sobre todo gente que no se quieren marchar. Están recibiendo ayuda y comida, por lo que han decidido quedarse en sus casas hasta que el nivel del agua baje”. ¿Y crees que descenderá pronto? “De momento, ha retrocedido un poco, pero en algunos lugares no lo hará, así que, eventualmente, habrá que ir a rescatarlos”, explica, vestido con su traje de neopreno, al volver de la última evacuación “en la que nos hemos tenido que salvar a nosotros mismos porque los rusos nos estaban disparando”.
De momento, la precaria situación de Jersón hace que sus ciudadanos tengan que soportar los bombardeos diarios, cuya intensidad varía según la meteorología, cosa que causa un extraño sentimiento contradictorio. Por un lado, los intensos chubascos de estos días hacen callar a la artillería rusa mientras dura el aguacero. Por otro, las lluvias aumentan el caudal y el desbordamiento del río. Algo que se hace evidente desde el piso de Sergei, de 74 años, un ingeniero naval retirado de la marina mercante que nos recibe en su apartamento situado en uno de los edificios más altos de la ciudad, y a la vera de la zona inundada justo delante del puerto. Desde allí, la visión del desastre es sobrecogedora.
“El agua subió muy rápido. En menos de un día ya se había inundado todo. Hace diez años que me retiré”, dice, vistiendo el mono azul de sus días como navegante, con la voz quebrada, quejumbroso, la mirada abatida porque este no es el ocaso esperado de una vida de trabajo duro alrededor del mundo, “incluida Barcelona, en tu España”, explica mientras me muestra una estatuilla envejecida de la Sagrada Familia. Como tantos otros, ahora se ve abocado a una guerra donde, al igual que en todos los conflictos, la razón es la primera víctima y los civiles ponen gran parte de la sangre derramada.
“Los rusos están locos”, concluye, mientras observa el paisaje devastado, el agua oscura llena de deshechos, los grandilocuentes silos para almacenar los millones de toneladas de grano ucraniano que han quedado inservibles, las pertenecías flotando por todas partes que se han escurrido de las casas inundadas como ropa, trozos de colchones, zapatos y un sinfín de efectos personales, los maderos y los restos de las edificaciones devastadas y la vegetación arrancada de las riberas que se acumula por todas partes. El desastre provocado en Jersón está lejos de terminar.
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