India
India no es un país para mujeres
En 2011, no hubo pena para los culpables en el 75% de los casos de acoso sexual
India lleva un mes debatiendo sobre la violencia sexual contra sus mujeres. Los medios de comunicación hablan de ello, los familiares de las víctimas piden justicia con rabia y se suceden manifestaciones en las principales ciudades. Muchas voces, como la de la famosa activista Aruna Roy, insisten en que no se ha producido un aumento repentino de los estupros, drama que lleva años siendo inusitadamente frecuente. Lo que sucede, por el contrario, es que la sociedad está tomando conciencia de ello. Noticias que hace meses no habrían alcanzado ni para un breve aparecen estos días en todos los telediarios del país.
El domingo, por ejemplo, se informaba de una joven cuyo cadáver fue encontrado colgado de un árbol en el paupérrimo Estado de Bihar, en el noreste del país. La mujer, de 32 años, se apeó de un tren en el que viajaba y, minutos después, fue arrastrada de los pelos hasta un huerto de mangos por un grupo de borrachos que la violaron por turnos y la ahorcaron. Aunque algunos políticos nacionalistas hablen de «epidemia de estupros» y lo achaquen a la occidentalización, la urbanización, la apertura económica de India y unas crecientes contradicciones sociales en las que conviven muchas mentalidades, lo cierto es que es en las zonas rurales donde se produce la mayor parte de los ataques, concretamente el 75%. De hecho, una de las formas tradicionales de hacer justicia en la sociedad india es obligar a que el violador se case con su víctima.
Las cosas, por fortuna, están transformándose en un país que poco a poco va dejando atrás su sistema de castas y su organización social feudal. En 1973, sólo 3.000 mujeres se atrevieron a denunciar una violación. En 2011, eran ya 24.000, pero en tres de cada cuatro casos no hay condena a los culpables.
El detonante que ha hecho que la sociedad india manifieste su repulsa contra la violencia de género ha sido la escalofriante historia de una estudiante de fisioterapia de 23 años a quien un grupo de adolescentes violaron salvajemente en diciembre en un autobús en Nueva Delhi. La muchacha, exponente de la creciente clase media que sale adelante con mucho esfuerzo, regresaba del cine con un amigo. El conductor del vehículo y cuatro borrachos golpearon al chico, inmovilizaron a la chica, la violaron por turnos durante una hora y acabaron introduciéndole una barra de hierro por la vagina hasta que le sacaron parte de los intestinos. Finalmente, intentaron rematarla atropellándola con el autobús. La muchacha, medio muerta, consiguió arrastrarse antes de ser aplastada por las ruedas, pero murió en el hospital días después, tras haber detallado a la Policía los hechos.
La brutalidad de la historia y el perfil de la muchacha han escandalizado al país, que clama venganza contra los violadores. Sus asesinos representan la otra cara de India, que se está quedando en la cuneta en medio del desarrollo. La biografía del «jefe» de la banda, un chaval de 17 años a quien sus amigos llaman «Bhura» (marrón), es parecida a la de tantos millones de pobres.
Incapaces de mantenerlo, sus padres lo mandaron a trabajar a los once años a Nueva Delhi. Primero en un restaurante y después en un negocio de reciclaje, donde pasaba 15 horas al día por 35 euros al mes, sin librar. Lavar autobuses fue su última ocupación y fue precisamente con sus compañeros con quienes planeó emborracharse y violar a una de esas niñas monas de clase media que visten bien y huelen mejor. Mientras la violaban, la víctima tuvo que escuchar como la insultaban por atreverse a salir acompañada de un amigo a las nueva de la noche. «Muere, perra», le gritaban mientras introducían el metal en sus entrañas.
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