Manifestaciones violentas

Cerco a Trump por su tímida condena a la violencia nazi

La Casa Blanca condena explícitamente a los supremacistas después de que el presidente denunciase la violencia de «muchos lados»

El presidente norteamericano, Donald Trump.
El presidente norteamericano, Donald Trump.larazon

La Casa Blanca condena explícitamente a los supremacistas después de que el presidente denunciase la violencia de «muchos lados».

Un supremacista blanco, James Alex Fields, embistió con su coche contra la multitud. Su acometida provocó un muerto y 19 heridos. Fields fue detenido, acusado de asesinato. También hubo que lamentar el accidente que sufrió un helicóptero de la Policía que sobrevolaba los incidentes. Fallecieron los dos pilotos. Todo sucedió en Charlottesville (Virginia), donde más de 2.000 simpatizantes de grupos de extrema derecha protestaban por la retirada de una estatua dedicada al general Robert F. Lee, comandante en jefe de las tropas confederadas durante la Guerra de Secesión.

Donald Trump usó Twitter para referirse al asunto. «Todos debemos estar unidos y condenar lo que el odio representa. No hay lugar para este tipo de violencia en América. ¡Unámonos!». O sea, usó la clásica condena de la violencia, «venga de donde venga», que enarbolan quienes confunden víctimas y verdugos. Poco después, en rueda de prensa, redondeó la faena: «Condenamos en los términos más enérgicos el flagrante despliegue de odio, intolerancia y violencia [proveniente] de muchos lados, de muchos lados, algo que sucede desde hace mucho tiempo y que no tiene que ver con Donald Trump o Barack Obama».

Le respondió de forma inmediata Cory Gardner, senador republicano por Colorado: «Señor presidente, debemos llamar al mal por su nombre. Esta gente eran supremacistas blancos y lo que han hecho es terrorismo doméstico». Otro senador republicano, Marco Rubio, recalcó en Twitter la importancia de que «el presidente de EE UU describa los hechos en Charlottesville como lo que son, ataques terroristas a cargo de supremacistas blancos». Orrin Hatch, el senador conservador más veterano, exclamó que: «Hay que llamar al mal por su nombre. Mi hermano no dio su vida luchando contra Hitler para que ahora los partidarios de la ideología nazi paseen impunes».

Tampoco debiera de sorprender la coletilla de la discordia. Ese «de muchos lados» que, en realidad, subraya la previsible equidistancia de un Trump que nunca rechazó de forma enérgica el abrazo de algunos de los más conspicuos dirigentes de la ultraderecha estadounidense. Incluido el de David Duke, antiguo líder del Ku Klux Klan. Otros destacados extremistas, como Rocky Suhayda, dirigente del Partido Nazi Americano, también le regaron de elogios. La viscosa declaración del presidente contrasta vivamente con la respuesta de su hija, Ivanka Trump. «No debería haber sitio en esta sociedad para el racismo, el supremacismo blanco y los neonazis. Debemos unirnos como americanos y ser un país unido». Debido a la lluvia de críticas, la Casa Blanca envió ayer un comunicado reiterando que la condena de la violencia del presidente incluía a los grupos neonazis y supremacistas.

No cuesta mucho imaginar en quién pensaba Hillary Clinton al escribir que «cada minuto que permitimos que continúe esta situación, ya sea por acción u omisión, es una desgracia y algo corrosivo para nuestros valores. Es el momento para que los líderes sean contundentes en sus mensajes y eficaces en sus actos». Pero nadie fue más claro que el senador John McCain. En un comunicado difundido el sábado, explicó que «Nuestros Padres Fundadores hicieron una revolución animados por la idea de que todos los hombres fueron creados iguales. Los herederos de esa revolución lucharon una Guerra Civil para salvar a nuestra nación (...) Eso es lo que está en juego en las calles de Charlottesville, Virginia, donde un ataque violento ha acabado con la vida de una persona y dañado a muchos otros en un enfrentamiento entre nuestros mejores ángeles y nuestros peores demonios. Los supremacistas blancos y los neonazis son, por definición, gente opuesta al patriotismo americano y a los ideales que nos definen como pueblo y hacen que nuestra nación sea especial. Mientras lloramos la tragedia de Charlottesville, los patriotas estadounidenses de todos los colores y credos deben unirse para desafiar a quienes levantan la bandera del fanatismo y el odio».

También habló el líder de los republicanos en el Congreso, Paul Ryan: «Las opiniones que alimentan el espectáculo en Charlottesville son repugnantes. Sólo debieran de servir para unir a los estadounidenses contra este tipo de vil intolerancia». Posteriormente añadió que: «Nuestros corazones están con las víctimas. La supremacía blanca es un azote. El odio y el terrorismo deben ser perseguidos y derrotados».

El de Charlottesville ha sido el mayor enfrentamiento violento entre supremacistas blancos y defensores de los derechos civiles en décadas. Pero el conflicto viene agitándose desde hace meses, y especialmente desde que en 2015 un admirador de la Confederación y el III Reich irrumpió en una iglesia baptista de Charleston (Carolina del Sur) y asesinó a nueve feligreses. A partir de ahí arrancó el debate respecto a la idoneidad de mantener desperdigados por todo el Sur los símbolos y emblemas de quienes defendieron el esclavismo. La campaña presidencial de Trump, y su incontinencia dialéctica, que envalentonó a los partidarios de la llamada «alt right», contribuyó al auge de estas derechas residuales, muy alejadas del necesario perímetro que delimita el Partido Republicano. En sus filas pululan desde antisemitas de toda ralea a neonazis y admiradores del KKK. Mientras el presidente trata en vano de condenar el horror sin molestar a sus incitadores, su antecesor, Obama, citaba a Mandela: «Nadie nace odiando a los demás por el color de su piel o su religión. La gente aprende a odiar, y si puede aprender a odiar también puede aprender a amar. Porque el amor es más consustancial al corazón humano que el odio».