Trípoli
La mezquita siria del yihadista Salman
El imán de Didsbury alertó a la Policía sobre la radicalización de uno de sus feligreses, pero dentro de su comunidad se aprecian elementos del discurso del odio.
El imán de Didsbury alertó a la Policía sobre la radicalización de uno de sus feligreses, pero dentro de su comunidad se aprecian elementos del discurso del odio.
«Estamos todos bajo arresto, todos estamos bajo sospecha, ¿verdad? Sí, claro... Supongo que esa es la opción más fácil». Halima intenta abrirse paso ante la marea de prensa que colapsa la entrada de la mezquita de Didsbury y no oculta su malestar ante la presencia de los agentes. Basada en lo que fue una capilla del siglo XIX, el templo lleva abierto desde 1967, cuando fue comprado por donantes de la comunidad siria. Tiene sala de oración dividida para hombres y mujeres, biblioteca y sala de actividades polivalentes. En la fachada cuelga un gran cartel: «¿Quieres conocer el islam? Una oportunidad para socializar. Los domingos de 4 a 6, servimos refrescos. Todo el mundo es bienvenido».
Para muchos vecinos de la zona había pasado todos estos años desapercibida por no tener el alem, el símbolo de la media luna. «Si te digo la verdad, trabajo en el hospital de al lado y paso por aquí a diario, pero hasta ahora ni siquiera sabía que era una mezquita», explica un enfermero del centro médico que se halla a apenas 50 metros. El barrio está situado en el céntrico distrito de West Didsbury, considerado uno de los favoritos de los «hipster» y estudiantes de Manchester. Las casas son caras y las calles están repletas de terrazas y pubs. «Es una zona bien», señala un universitario. En definitiva, la imagen nada tiene que ver a la que a uno podría asociar con células terroristas. Y sin embargo, es aquí donde Salman Abedi y su familia venían a rezar. El kamikaze se inmoló el lunes en el Manchester Arena tras el concierto de Ariana Grande plagado de familias con niños, con una bomba sofisticada dejando 22 muertos y decenas de heridos, muchos de ellos aún en estado crítico. «Toda acción tiene su reacción», asegura un joven que accede a hablar con la condición de no revelar su identidad. Vestido con ropa occidental y gorra, lleva la wayib, barba obligatoria para todos los musulmanes que puedan hacerlo. Tiene menos de 30 años. «¿Tú cómo reaccionarías si alguien va a tu casa y asesina a los tuyos? Los gobiernos invaden países como Siria, Irak y matan también a niños de los que nadie habla. Así que puedo llegar a entender lo que pudo pasar por su cabeza», asegura. «¿Es como si estuvieras justificando lo que ha hecho?», le digo. «No lo justifico, no soy un terrorista. No pongas en mi boca cosas que yo no he dicho. Sé que lo que digo puede resultar polémico, pero es mi opinión y tengo derecho a decir lo que pienso», responde. «Además, necesito evidencias antes de culpabilizar», matiza. «¿Qué tipo de evidencias?», pregunto. «¿Quién crees por ejemplo que estuvo detrás del 11-S? Solo digo que no hay que creerse todo lo que nos dicen, que hay que preguntarse el porqué de las cosas y hay gente que nos puede estar manipulando», señala antes de irse. El testimonio de este británico, también de origen libio, va en la misma línea de Jomana Abedi, hermana pequeña de 18 años del kamikaze, quien describió a Salman como «amable y cariñoso». «Creo que vio niños musulmanes muriendo por todas partes y quería venganza. Si lo consiguió es algo que queda entre Alá y él», aseguró a «The Wall Street Journal».
La congregación de la mezquita de Didsbury incluye a musulmanes de África, Asia y Europa. Hay numerosos empresarios, médicos y taxistas, algunos de los cuales, según aseguran desde el templo, ayudaron a las víctimas tras el atentado del lunes. Pero la presencia de musulmanes libios o de origen libio es especialmente significativa y las actitudes de algunos de los jóvenes llevan tiempo preocupando a los líderes del templo, muchos de los cuales se han ofrecido voluntariamente estos días a hablar con las autoridades para colaborar en la investigación a pesar de que la mezquita no ha sido registrada. La presencia policial está precisamente para que los fieles no sean atacados en incidentes islamófobos.
Mohammed Shafiq, de la Fundación Ramadhan, asegura que hace ya dos años se alertó a la Policía del comportamiento del kamikaze al sospechar que podía estar «involucrado en extremismo y terrorismo». «La gente de la comunidad expresó su preocupación por la forma en que se comportaba y se informó utilizando los canales adecuados». La ministra del Interior, Amber Rudd, ha reconocido que el yihadista era conocido «hasta cierto punto» por los servicios secretos británicos, aunque actualmente no estaba bajo el radar. Sadhik, uno de los files del templo, indica que desde hacía tiempo el autor de la barbarie «se había juntado con un nuevo grupo de jóvenes» y se había «vuelto extremadamente religioso». Uno de los imanes, Mohammed Said El Saeiti, dice recordar perfectamente la cara de odio que le puso el terrorista cuando dio un discurso en contra de la yihad: «Salman venía menos tras mi discurso sobre el Estado Islámico (EI), al que siempre me he opuesto. Sabía que yo no gustaba a esta persona. Esto no me sorprende porque lo he visto en otras personas que defienden al EI», señaló a «The Guardian».
Abdullah Muhsin Norris, presidente de la mezquita de Salaam, otro templo de Manchester, también recuerda al kamikaze porque en más de una ocasión le tuvo que llamar la atención por quedarse en la biblioteca después de las oraciones del alba sin permiso. Durante su confrontación, el terrorista le dijo que «no le tratara como un niño». El miércoles, Fawzi Haffar, portavoz y miembro del consejo de Administración de la mezquita de Didsbury, ofreció una breve intervención ante la prensa en la que de manera categórica condenó «el atroz atentado» y pidió a su comunidad acudir a las autoridades en caso de conocer algún detalle relevante. «Tal acto de cobardía no tiene lugar en nuestra religión ni en ninguna otra», dijo durante un enérgico discurso en el que no aceptó ninguna pregunta. Negó que el terrorista trabajara en el centro, pero no hizo comentarios sobre su hermano mayor Ismael, de 23 años, que podría haber estado trabajando como informático, o sobre su padre, Ramadan, encargado en ocasiones de llamar a los fieles al rezo. Ambos están ahora detenidos, así como el hermano menor, Hashem, de 20 años, que desde abril vivía con su progenitor en Trípoli. En su época como estudiante en el colegio para chicos Burnage Academy (2009-11), Salman tampoco pasó desapercibido al ser parte de un grupo de alumnos que se enfrentaron al maestro que les había preguntado sobre sus pensamientos acerca de los kamikazes. «Algunos salieron de clase y se fueron a hablar con el director acusando al profesor de islamofobia», asegura una fuente que pide no ser identificada.
Por su parte, un antiguo alumno que tampoco quiere revelar su nombre recuerda al terrorista como un chico «no lo suficientemente inteligente como para ser un cerebro u organizar por sí solo algo así». «Era un tanto lento para todo. Tenía mucho temperamento y saltaba con nada. Al principio, salía con un grupo de somalíes. Fumaba marihuana, iba a bares de shisha, salía con chicas... Cosas así, pero luego cambio y en la universidad ya le perdimos la pista», matiza. Las autoridades sospechan que durante las vacaciones escolares, el kamikaze viajó a Libia por deseo de su padre para luchar contra el régimen de Gadafi, junto al bando de los rebeldes, donde se encontraban los integrantes del EI.
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