Historia

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La palabra que incendió un país

Martin Luther King puso en práctica la no violencia y se convirtió en emblema de la lucha por los derechos civiles en EE UU, que después muchos jóvenes abandonaron por los Panteras Negras.

1963 El 28 de agosto se celebró la histórica marcha sobre Washington
1963 El 28 de agosto se celebró la histórica marcha sobre Washingtonlarazon

Martin Luther King puso en práctica la no violencia y se convirtió en emblema de la lucha por los derechos civiles en EE UU, que después muchos jóvenes abandonaron por los Panteras Negras.

Una ola de indignación y emoción recorrió el mundo: «La muerte del Dr. King, apóstol de la no violencia en la integración de la América negra con la América blanca, constituye un catastrófico acontecimiento con trágicas consecuencias para EE.UU.», publicaba hace cincuenta años el diario londinense «The Times». Un vaticinio acertado. En sólo tres días los disturbios raciales superaron con creces a todo cuanto había padecido EE.UU. en toda la década anterior: 60 ciudades registraron cerca de 200 disturbios, tan graves que desbordaron a la policía forzando la intervención de la Guardia Nacional.

El presidente Johnson trató de calmar la furia de los afroamericanos decretando un día de luto nacional, el primero que se impuso en el país por un negro, y pronunciando una declaración integradora, consonante con el mensaje de Luther King: «Los hombres de piel blanca y los de piel negra deben unirse ahora como nunca antes para que las fuerzas que pretenden prolongar la discordia sepan que América no se regirá por las balas, sino por el voto de los hombres libres y justos». Fue insuficiente: el asesinato dividió el movimiento y gran parte de la juventud abandonó el pacifismo, optando por la violencia de los Panteras Negras.

Martin Luther King (Atlanta, 15 de enero de 1929), hijo de un pastor baptista, director de un centro educativo en el que él pudo estudiar, siguió la vocación religiosa de su padre, convirtiéndose en pastor a los 25 años. Su trayectoria, sin embargo, sería bastante más agitada que la paterna. Fue destinado a una parroquia baptista de Montgomery, ciudad con un grave problema racial.

En los años cincuenta vivían en EE.UU. 20 millones de negros, el 10% de la población, cuya renta per cápita era la mitad de la de los blancos y doble su tasa de desempleo. Desempeñaban los trabajos más humildes en los que padecían una clara injusticia laboral y social (a similar trabajo inferior salario; en los ascensos siempre preteridos).

Blancos, sí; negros, no

Si la desigualdad era flagrante a escala nacional, en el sur era peor: en Montgomery los negros no podían asistir a una iglesia de blancos; los trabajadores debían utilizar cuartos de baño para negros; los escolares asistían a escuelas para negros (incumpliendo la ley de integración escolar de 1954), sin calefacción ni biblioteca. Tenían problemas incluso para ejercer el derecho al voto; un negro podía ser apaleado impunemente en la calle por los blancos y si resultaba muerto el asesino tendría que pasar algún tiempo en prisión cuando no redimir el crimen con servicios comunitarios; si el agresor era negro, iría a la cárcel y lo probable es que terminara en la silla eléctrica. Los feligreses del pastor King estaban segregados en hospitales y cementerios, tenían vetado el acceso a cines, teatros y piscinas; viajaban en la parte trasera de los autobuses, cedían el asiento a los blancos y si faltaran plazas, debían apearse.

El gesto de Rosa Parks

El 1 de diciembre de 1955, Rosa Parks, una mujer negra, se negó a ceder su asiento a un blanco y fue detenida. Los negros de Montgomery, unos 40.000, dirigidos por Martin Luther King, con el apoyo de otros pastores y activistas pro igualdad de derechos, iniciaron una huelga contra el transporte acudiendo andando a su trabajo o agrupándose para trasladarse en coches privados; la protesta duró 381 días hasta que la Corte Suprema declaró ilegal la segregación en transportes, escuelas, restaurantes y espectáculos. Un triunfo extraordinario tras una lucha terrible en la que los racistas incendiaron cuatro iglesias y las casas de los pastores King y Abernathy.

Aquella campaña marcó la vida de Martin Luther, que a sus 28 años se sumergió en la lucha por la igualdad de los derechos civiles. Actividad incansable, elaboración de un pensamiento propio expresado en libros y sermones siempre inspirados en el Evangelio, en la igualdad de los seres humanos, en la lucha no violenta contra las injusticias, aún a costa de quebrantos económicos, cárceles y atentados...

En 1957, puso las bases y asumió la presidencia de la Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano (SCLC) para el apoyo de las iglesias afroamericanas a la lucha pro derechos civiles. En los años siguientes dirigió varias protestas pacíficas, con resultado desigual. Entre 1961 y 1963 desplegó en Albany (Georgia) y Birmingham (Alabama) esa actividad, logrando en ambas la supresión de las leyes segregacionistas.

Así maduró su mayor logro propagandístico: la manifestación de alcance nacional del 28 de agosto de 1963, la Marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad. El presidente Kennedy –que varias veces había ayudado a Martin Luther en sus problemas con la policía– logró que moderase sus demandas más radicales en aras de la aprobación de la Ley de Derechos Civiles, que se hallaba en el Congreso. Entre sus exigencias figuraba: el fin de la segregación racial en las escuelas públicas; una legislación general y determinante sobre la igualdad de derechos civiles. Dos de sus puntos pedían el fin de la discriminación laboral y un salario mínimo para todos los trabajadores; La protección y garantía de los activistas de los derechos civiles frente a la violencia policial.

El éxito de organización, asistencia (más de 250.000 personas) y el discurso de Martin Luther (ahí pronunció el famoso «I have a dream», impelido por la cantante Mahalia Jackson, quien le pidió desde los escalones del Lincoln memorial que cambiara el tono más prosaico de sus palabras: «Háblales de tu sueño, Martin») fueron el espaldarazo a la lucha por la igualdad, aprobada como Ley de Derechos Civiles, 2-07-1964, bajo la presidencia de Lyndon B. Johnson. El asombroso éxito de sus campañas pacíficas le otorgó ese año el Nobel de la Paz. Fue el personaje más joven en recibir tal galardón.

Duras críticas a Vietnam

La igualdad jurídica no fue universalmente obedecida. Los racistas hallaron medios para entorpecer las leyes. En Selma, Alabama, la mitad de los 20.000 habitantes de la ciudad eran negros, pero solo podía votar el 1%. En Chicago, la concesión de viviendas estaba claramente condicionada por el color de la piel y la corrupción municipal incumplía las leyes. Se lograron avances sustanciales, pero a costa de porfía y sacrificios, como los de el reverendo y su familia, viviendo en Chicago en medio de privaciones, tensión y peligro.

Y había más motivos de lucha, como su campaña contra la guerra de Vietnam, que criticó muy duramente, o contra la pobreza, que le granjearon condenas y calumnias de comunista. En una de estas campañas se trasladó a Menfis (Tennessee) para lograr que los basureros negros cobraran 2 dólares por hora y mejorasen sus condiciones de trabajo. Allí estaba la tarde del 4 de abril, cuando le disparó James Earl Ray, delincuente común y racista, según la versión oficial del asesinato, hoy todavía mal aclarado y sobre el que pesan algunas incógnitas. Su muerte sirvió, al menos, para que las reivindicaciones de los basureros triunfaran. Según los forenses, su corazón era el de un sexagenario, había envejecido en tanta lucha. Pero esa brega, capacidad de análisis, don de palabra y habilidad, constituyeron su éxito y su carisma. Hoy, pese al medio siglo transcurrido, su aureola de batallador por de los derechos civiles y de la resistencia pacífica se mantiene intacta.