Marruecos
La verdad sobre Alhucemas
La falta de visión de los gobiernos ha avivado las protestas en el Rif, una zona castigada por el subdesarrollo, el tráfico de drogas y el desempleo
Si nos limitamos a las imágenes y analizamos el flujo de información sobre las protestas en Alhucemas, sin ponerlos en el contexto histórico, socioeconómico y regional, corremos el riesgo de perdernos y llegar a la conclusión de que es un momento irrelevante. En primer lugar, debemos atender al contexto histórico. La región del Rif ha experimentado episodios que la distinguen al resto de Marruecos. Así, Abdelkrim Khattabi, con su resistencia al colonialismo español, a través de la guerra de guerrillas, basó la República del Rif en una visión occidental. El hombre, que se llamaba a sí mismo emir, tuvo como objetivo final hacer del Rif la base para la liberación de todo el norte de África. La victoria de la batalla de Annual tuvo un impacto internacional que llega hasta nuestros días. Le sucedió Abbes Messaadi. Este líder del Ejército de Liberación Nacional de Marruecos fue asesinado después de la independencia cuando se dirigía a una reunión con la dirección del partido Istiqlal. Ello provocó, meses más tarde, una rebelión del Rif sangrientamente reprimida por el príncipe del momento, el rey Hasan II. Pero el rey Mohamed VI, unas semanas después de su toma de posesión en 1999, visitó Ajdir, capital de la época de El Khattabi y dio un discurso en el que se comprometió a debatir sobre la cuestión amazigh y a reconocer la contribución del Rif en la historia de Marruecos. Éste fue el comienzo real del estado de la reconciliación con el Rif, que ha supuesto una especial atención a esta región. Irónicamente, es en Alhucemas donde Mohamed VI realiza sus visitas más largas y pasa sus vacaciones de verano en familia. Se dice que cada noche comparte una comida con las familias de la región, lejos de las cámaras.
En términos económicos, entre 1958 y 1999, no se puede decir que los sucesivos gobiernos hayan prestado especial atención a esta región. Sin embargo, el llamado camino de la unidad, construido con una enorme movilización de voluntarios, fue el último proyecto de la infraestructura del Marruecos independiente. La región había sufrido tradicionalmente una marginación por razones políticas e históricas. Es un hecho indiscutible. El tráfico de drogas y el contrabando campaban a sus anchas sin tener una respuesta penal contundente. A ambas actividades se les añadió la inmigración ilegal, después de cerrar las fronteras europeas. Desde la entronización de Mohamed VI, el Rif es una de las zonas con mayor inversión en infraestructuras. Carreteras, aeropuertos, para romper las barreras de la región, así como la electrificación de las zonas rurales y viviendas sociales.
El terremoto Imzouren y sus efectos catastróficos obligaron al Gobierno a hacer una prioridad de su reconstrucción y, para ello, retrasar otros proyectos. Hay que recordar que fue durante este terremoto cuando una cierta desconfianza hacia la Administración se hizo evidente. Más por culpa de la ineficacia de la organización en la distribución de ayuda de emergencia que por la labor de los servicios estatales y locales. Hoy en día, Marruecos es capaz de luchar más eficazmente contra el tráfico de drogas y la inmigración ilegal. Los funcionarios españoles y europeos no han logrado atajar este problema. En cuanto al contrabando, retrocedió tras la reducción de los derechos de aduana.
El gran fracaso de los gobiernos es la falta de visión para el desarrollo económico del Rif, sobre todo de Alhucemas, con Nador, donde estos delitos están provocando que la población pierda sus ingresos por culpa de actividades ilícitas que impiden que tengan empleos para comerciar legalmente. Es en este contexto donde hay que registrar la protesta de Alhucemas, que no se extendió al resto del Rif. Es un hecho desafortunado que un vendedor de pescado triturado al intentar recuperar los bienes incautados iniciara un movimiento, primero de indignación, ahora de protesta laboral. A pesar de las promesas del Gobierno para satisfacer las demandas legítimas y de no emprender una reacción represiva, la situación no parece mejorar. Si bien el asunto está en manos del Congreso Amazigh, los barones de la droga, los islamistas y los antiguos marxistas no hacen sino soplar sobre las brasas, cada uno para lograr un propósito particular. Los señores de la droga promueven las protestas para obligar al Estado a aflojar su control de la costa mediterránea.
Además, otro de los problemas ha sido la intervención del líder Zefzafi en una mezquita. El Marruecos Maliki se niega a cualquier controversia o discordia dentro de una mezquita. El comandante de los creyentes se basa en la unidad del rito. Es, por lo tanto, un símbolo de la nación lo que es atacado, una de las armas de Marruecos para luchar contra el terrorismo. Los enfrentamientos entre manifestantes, un número mucho menor de lo habitual, y la Policía han demostrado la existencia de un núcleo que no busca satisfacer las demandas sociales. Pero no debemos en ningún caso usar este hecho para ocultar la realidad de los problemas sociales y la responsabilidad de los partidos para supervisar a la población y del Gobierno para proporcionar soluciones. Ése es el reto de las próximas semanas.
*Editor de revistas en Marruecos, miembro del consejo de administración del Atlantic Council of United States y el CSIS en Washington
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